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Nehemías Velásquez se equilibra y hace malabares con clavas. Es un artista circense formado en carpas, pero prefiere trabajar de forma independiente por la poca paga que le ofrecen.

Nehemías Velásquez se equilibra y hace malabares con clavas. Es un artista circense formado en carpas, pero prefiere trabajar de forma independiente por la poca paga que le ofrecen.

Artistas circenses en los semáforos de Managua

En los principales semáforos de la capital hay artistas circenses que se ganan la vida en la calle. Formados en circos, escuelas de circo o en la misma calle, van perfeccionándose y ganándose al vida entre el rojo y el verde

En menos de un minuto montan y hacen su espectáculo. Antes de que la luz roja se apague, para que se encienda la verde, ellos pasan por sus lugares recogiendo la paga de su acto. Son artistas de un show instantáneo.

“No ando pidiendo, mi trabajo es entretener a la gente”, aclara de entrada “Yoyita”, la payasita que permanece de lunes a domingo en los semáforos del Autolote “El Chele”.

Gregoria López, de 33 años, es una artista circense y dice que “por trabajar en la calle la gente te mira como menos. Dicen: ‘¡Ay pobrecita! ¿Por qué no hacés otra cosa?’ ¡Si es que yo para esto me entrené!” A los 17 años aprendió este arte en un circo de Costa Rica y hace 14 años regresó al país y tiene dos hijos. No volvió a las carpas, hizo de la calle su escenario.

En los principales semáforos de la capital hay unos cuantos artistas de su tipo, que se ganan la vida en la calle. Formados en circos, escuelas de circo o en la misma calle, van perfeccionándose en el arte circense. “Bomboncito Junior”, de 14 años, aprendió de sus padres a hacer malabares, equilibrismo, piruetas, contorsiones y a jugar con fuego.

“Me gusta y así me gano mi dinero, mi mamá me apoya en lo que puede, pero prefiero comprar mis cosas y estoy ahorrando para estudiar Mecánica Automotriz”, cuenta el chavalo, un morenito enjuto. Pueden ganar desde 100 hasta 350 córdobas en un día de trabajo.

No es jugando

Apenas el semáforo está en rojo, Nehemías Velásquez y su asistente colocan una mesa en medio de la vía, encima un cilindro de metal, sobre él una tabla y Nehemías se equilibra ahí mientras hace malabares con clavas. En esa misma mesa coloca luego unas bases metálicas sobre las que se sostiene con las manos y de cabeza empieza a contorsionarse.

“Me formé en Costa Rica, he andado en circos de carpa, pero me gusta, prefiero trabajar solo”, cuenta. Según ellos, algunos circos internacionales que llegan al país y quieren meterlos como números iniciales les ofrecen solo 200 córdobas por cuatro funciones al día.

“Es un arte, requiere de entrenamiento, pero también de valor y pasión. La gente quizá va triste, preocupada, enojada, así les llamás la atención y te pagan por el buen rato que les hacés pasar”, dice Nehemías.

El show debe continuar

“Trabajar en la calle no es fácil.El sol, la gente a veces te vulgarea, la Policía te hostiga, pero al menos no me ha golpeado ningún carro”, dice Francisco Reyes.
“Trabajar en la calle no es fácil.El sol, la gente a veces te vulgarea, la Policía te hostiga, pero al menos no me ha golpeado ningún carro”, dice Francisco Reyes.

Francisco Reyes, de 29 años, aprendió en la calle a hacer malabares con pelotas. Luego con clavas, después con bastones encendidos y tras cuatro años de show en el mismo lugar se dio cuenta de que debía cambiar.

“Un salvadoreño que trabajó en un circo empezó a lanzar cuchillos y a mí me gustó. Le dije que me los prestara, que me enseñara el truco”, dice Francisco. Aprendiendo se cortó de tajo la uña del pulgar de la mano izquierda, se hirió la derecha y una vez un machete le rozó la ceja.

A Francisco le toca lidiar también con policías. “Me ven con los tres machetes y se detienen, me revisan y dos veces me han trasladado a la estación. Yo tengo mi récord limpio, les explico que este es mi trabajo, que no ando haciendo el mal, pero la última vez me puse malcriado y me tuvieron dos días preso, aunque no tenía cargos”, cuenta molesto.

“Esto de trabajar en la calle no es fácil. El sol, la gente a veces te vulgarea, la Policía te hostiga, pero al menos no me ha golpeado ningún carro”, dice. Él ya viene solo los domingos y está volviendo a la venta ambulante de agua en el semáforo de la Miguel Gutiérrez. Debe mantener a sus cuatro hijas.

El los semáforos de El Paraisito, en El Dorado, en Altamira y en la Avenida Bolívar se ven a diario malabaristas, escupefuego y hasta a “El Mono”, un patinador moreno de pelo largo que sortea carros jugando con palitos chinos en llamas. Él se había retirado a finales de año porque en una presentación fue atropellado. “Pero ya volvió, ahora está por el paso a desnivel de Rubenia”, dice Francisco.

 

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