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Estado derecho

Pilatos sigue con nosotros

De Pilatos está lleno el mundo; hombres que ven la injusticia, pero condenan al justo. Lo que faltan son hombres y mujeres que no solo la vean, sino que actúen en coherencia con sus convicciones.

Los personajes históricos no dejan de existir. Decía al respecto el recordado padre Santiago Anitua, que “la historia de la pasión no es ciertamente relato de hechos pasados, sino ejemplo de actitudes de todos los tiempos”. Vigente, en forma especial, es el caso de Poncio Pilatos, cuyos hechos acabamos de recordar esta Semana Santa.

Él supo perfectamente que Cristo era inocente; que los fariseos lo acusaban inventándole cargos falsos. Pero no resistió las presiones políticas: la turba le exigía a gritos que le crucificasen y él, temeroso de contrariarla y quedar mal ante el César, terminó cediendo. Su gesto de lavarse las manos mientras decía “inocente soy de la sangre de este justo”, ha quedado para la historia como un símbolo de quienes ceden ante las exigencias del mal, pero tratan de eximirse de su responsabilidad personal.

El síndrome de Pilatos está presente cada vez que decidimos hacer algo indebido, o dejar de actuar cuando deberíamos, precisamente por razones de conveniencia práctica. E invariablemente solemos lavarnos las manos, es decir, encontrar explicaciones que justifiquen nuestra actuación u omisión. Ejemplos: “Voté por el aborto porque lo quería mi partido”. “No protesté la injusticia porque ya estoy cansado de meterme en problemas”.

El trasfondo de esta actuación, a lo Pilatos, es el miedo y la comodidad. Los cobardes no suelen tomar decisiones comprometidas; decisiones que aparejen riesgos, sacrificios o pérdidas de privilegios. En lo íntimo de sus conciencias no aprueban ciertas conductas o exigencias perversas. Pero tras un análisis de costos y beneficios, en que exilian las consideraciones morales, terminan avalando, minimizando o “comprendiendo”, los desvaríos de los malvados.

La política es uno de los escenarios favoritos de este síndrome. Cuántos líderes y personajes que obran en el mundo del poder, suprimen o ignoran la voz de sus conciencias por razones de cálculo político. Cuántas veces aceptan o se callan ante lo inaceptable, por no cosechar antipatías –del pueblo o del poderoso— o por razones de estrategia. “Yo no estoy de acuerdo”, razonan, “pero ahora es mejor callarse; alzar la voz o denunciar, solo males me traerían”.

Obviamente, quienes actúan así no reconocerán sus verdaderas motivaciones, sino que las adornarán con el adjetivo de “prudencia política”. Otras veces argumentarán que la política es el “arte de lo posible”, considerando fácilmente como imposible aquello que les puede significar costos personales. Otras veces dirán que negociar es ceder y que, si la injusticia no cede, entonces tendrá que ceder la justicia por el bien de la paz. El problema es que en aras de una pretendida eficacia práctica dejan impunes injusticias, robos y hasta crímenes. O se convierten en cómplices, en verdaderos ejecutores de decisiones inicuas.

Usualmente suelen considerarse astutos, pragmáticos o realistas, y tienden a ver con desprecio o condescendencia a quienes reclaman actuaciones apegadas a la verdad, el derecho o la moral. A ellos suelen llamarles “principistas”, “idealistas” o “fundamentalistas”. Pero no. Estos señores, con sus complejos de superioridad y su falta de pantalones para llamar al pan, pan, y al vino, vino, terminan siendo engranajes de las injusticias y de quienes se apoyan en la fuerza o en la intimidación para conseguir sus propósitos. Neville Chamberlain, premier de Inglaterra durante el ascenso de Hitler, pensó que concediéndole a este el tragarse a Checoslovaquia lo apaciguaría para siempre. Más bien lo envalentonó y facilitó el camino a la Segunda Guerra Mundial.

De Pilatos está lleno el mundo; hombres que ven la injusticia, pero condenan al justo. Lo que faltan son hombres y mujeres que no solo la vean, sino que actúen en coherencia con sus convicciones.

El autor fue ministro de Educación en el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.
[email protected]

Columna del día Humberto Belli Pilatos Semana Santa archivo

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