Existen miles de formas de comunicarnos y el silencio es una de ellos. Callar muchas veces puede evitar una discusión sin fin, muchos desconocemos de las maravillas del silencio, escuchar tu ruido, tus voces, lo que habla tu consciente, lo que desea tu alma.
El silencio puede ser tan maravilloso, pero también puede matar. Por algo la tortura más cruenta es el aislamiento y con ello el silencio, enloquece; quienes han sufrido tan humillante y trágica experiencia de las torturas han expresado que el estar a solas por tiempos largos sin escuchar una voz, un sonido, un cantar de un pájaro es desesperante.
Me refiero al silencio que en nuestras vidas diarias tenemos, he conocido de familias enteras donde es casi prohibido hablar, hacer una conversación, una pregunta. En estos “hogares” el padre o la madre imponen el miedo con el silencio, se comunican sin palabras, sus gestos son de dureza, miradas largas y con deseos de no estar ahí.
La vida trae consigo entablar conversaciones, respuestas, comentarios; un niño sin repuestas de frases que lo hagan sentirse que existe, le hará su vida más enriquecedora que cualquier regalo material que se le dé.
Cuánto herimos cuando callamos para demostrar el descontento, la ira, el odio, la venganza, en vida de parejas, entre compañeros en el trabajo, dondequiera que existan personas se dan estos comportamientos destructivos.
El castigo para muchos es la ley de hielo, que es no contaminarse con la persona que se desprecia, con no dirigirle la palabra. Existen padres que drásticamente cortan el hablar con sus hijos en forma de expresar su descontento, y si se entiende que hay una comunicación, pero esta lastima, hiere como cuchilla afilada cuando se ignora o anula a las personas que nos rodean con esta arma poderosa como es el silencio, el callar.
Me encanta escuchar el sonido del silencio, también qué excelso es callar cuando debe hacerlo y no emitir un juicio o frases que pueden ser más dolorosas.
