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Crítica de cine: La Promesa

La Promesa es, a todas luces, una labor devocional para todos los involucrados, muchos de ellos, descendientes de los sobrevivientes del genocidio

El genocidio armenio perpetrado en el imperio otomano a principios del siglo XX es una herida que no cierra. Aproximadamente un millón y medio de turcos con etnicidad armenia fueron perseguidos, esclavizados, confinados en campos de concentración y finalmente ejecutados. Hasta la fecha, el país no ha reconocido este crimen de lesa humanidad. La Promesa es la primera producción de alto calibre que acomete la tarea de retratar este evento histórico en una película de alcance épico, para el público angloparlante y los mercados que Hollywood alimenta. Está disponible en Nicaragua a través de Netflix.

Mikael Boghosian (Oscar Issac) es un joven boticario rural que viaja a la cosmopolita Estambul para estudiar Medicina. Con la venia del padre de su prometida, Maral (Angela Sarafyan), usa el dinero de su dote para financiar su carrera. Regresará en dos años para cumplir su promesa de matrimonio. Sin embargo, sus sentimientos se complican en la gran ciudad, cuando se convierte en uno de los vértices de un triángulo amoroso. Mikael se enamora de Ana (Charlotte de Bon), una bella artista armenia, que a su vez tiene un volátil romance con Chris Meyer (Christian Bale), un periodista norteamericano. La intriga amorosa pasa a segundo plano cuando la persecución contra los armenios pone al trío en peligro mortal.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine. LA PRENSA/ ÓSCAR NAVARRETE

La Promesa pretende saldar una deuda histórica. Su sentido de importancia es innegable, pero la película no está a la altura del desafío. En espíritu y forma quiere emular a las grandes películas épicas basadas en acontecimientos reales. Este material demanda a un director como David Lean, en su época de Lawrence de Arabia (1962) o al Steven Spielberg de Schindler’s List (1993). El británico Terry George ya retrató un genocidio en la superior Hotel Rwanda (2004), pero aquí no logra destilar una visión personal que eleve la película más allá de la simple relación de hechos. Más bien, emula a su facsímil, la “superproducción” multinacional que diluye una historia fascinante en un melodrama aleccionador. Pareciera un noble fracaso producido en los ochenta. Lo peor de todo son algunas deficiencias técnicas, como los pobres efectos de pantalla verde que tratan de convencernos de que el balcón de la suntuosa casa del tío de Mikael, tiene vista al mar. La edición es torpe y abrupta en algunas secuencias.

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Sin embargo, Issac da una actuación sólida. La francesa Charlotte Le Bon no logra afianzar el interés romántico en un personaje sustancial. Y Christian Bale sucumbe en el ingrato papel del “salvador blanco”. La nominada al Óscar, Shoreh Agdashloo (Casa de Arena y Niebla, 2003), es buena en las pocas escenas que tiene. Y Angela Sarafyan, una de las presencias más inquietantes en la serie de HBO Westworld, no tiene mucho que hacer como la prometida que debería anclar el dilema romántico. La presencia del mexicano Daniel Giménez Cacho apenas se registra. La Promesa quiere ser Dr. Zhivago, pero no tiene la pasión, la visión ni la técnica.

Es una pena que la deuda histórica con el pueblo armenio no se salde con una mejor película. La Promesa es, a todas luces, una labor devocional para todos los involucrados, muchos de ellos, descendientes de los sobrevivientes del genocidio. El billonario Kirk Kerkorian, exdirectivo de la MGM, financió parte de la producción. El recién desaparecido Chris Cornell —mejor conocido como vocalista de la banda de rock Soundgarden— compone e interpreta el tema musical que suena sobre los créditos finales. Puede darle chance si quiere descubrir un episodio histórico invisibilizado y a un buen actor sosteniendo el aparatoso andamiaje de una épica fallida.

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