El domingo es un gato acostado en el andén
desperezando lentamente el tiempo
por el que pasan las mujeres a sus respectivas misas
bajo las sombras de sus paraguas,
esquivando las miradas piadosas
de los hombres
que golpean sus dominós contra la mañana.
Por la tarde las señoras salen
a visitar sus recuerdos a las casas vecinas
o al cementerio,
mientras el calor desciende sobre las horas
y los viejos cuelgan sus hamacas
para esperar a que la noche
les devuelva el sueño.
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