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Doña Juana González todavía está con los nervios destrozados después del terremoto que destruyó su casa. LA PRENSA/G.MIRANDA.

Hundidos en el olvido

El terremoto de la laguna los dejó sin casa y sin apoyo “Primero se quebró el caballete, luego los soportes de la solera y después se despegaron los horcones, fue cuestión de segundos”, recuerda la anciana, quien vivía allí junto a dos de sus 17 nietos EDUARDO [email protected] CATARINA.– Como en la balada, para doña […]

  • El terremoto de la
    laguna los dejó sin
    casa y sin apoyo
  • “Primero se quebró el caballete, luego los soportes de la solera y después se despegaron los horcones, fue cuestión de segundos”, recuerda la anciana, quien vivía allí junto a dos de sus 17 nietos

EDUARDO [email protected]

CATARINA.– Como en la balada, para doña Rita del Carmen Latino, todo se derrumbó al mediodía del jueves seis de julio, cuando un terremoto de 5.4 en la escala Richter destruyó su casa de madera y tejas de barro.

Un manto de olvido cubre ahora las ruinas de lo que fue su casa durante setenta años. El arroz está friéndose en el fogón, mientras doña Rita barre los restos polvosos, las rocas y los viejos horcones de su antigua vivienda, demolida por la naturaleza en un suspiro.

Doña Rita tiene la misma edad que tenía su casa, pero el agotamiento del tiempo llegó más temprano a los horcones que a sus ya ancianos huesos.

“Primero se quebró el caballete, luego los soportes de la solera y después se despegaron los horcones, fue cuestión de segundos”, recuerda la anciana, quien vivía allí junto a dos de sus 17 nietos.

Después del primer terremoto, “pensábamos que todo el pueblo se había hundido”.

El escenario aún es desolador: el hueco de lo que fue la casa, las piedras canteras y las tejas colocadas en orden, un pequeño y desvencijado fogón hundido al fondo del patio, una champa de plástico y madera son su nuevo hogar. Hasta las gallinas corretean desorientadas.

No han recibido ayuda de nadie para reconstruir sus casas. Las manos de doña Rita, acuchilladas de arrugas por el paso del tiempo se aferran a una escoba con la que barre el polvo de lo que fue el piso de su casa.

A varios kilómetros de allí, en el Valle de la Laguna de Apoyo, a doña Juana González, de cuarenta años, aún le tiemblan las manos 19 días después de la tragedia, mientras se escucha el leve susurrar de las aguas de la laguna.

Su casa de madera y zinc se desplomó durante el enjambre sísmico. Ahora cocina a pocos metros de allí, durmiendo a la intemperie por las noches.

“Aquí no vuelvo más”, advierte doña Juana, quien el miércoles pasado todavía tenía los nervios destrozados, antes del nuevo temblor de 4.8 en la escala Richter, que sacudió a los masayas a las 3:54 de la tarde.

Recuerda que el enjambre de sismos que se produjo después del terremoto fue “horrible”, ya que “nos quedamos embotellados, con miedo a hundirnos y sin poder salir por los derrumbes”.

“Mi casa cayó de una sola vez”, rememora; “yo creía que era el fin del mundo y no hallaba a quién agarrar de los nervios”. Por el momento, tanto doña Juana González como doña Rita del Carmen Latino, aún esperan dos cosas en su vida: una mano solidaria que les ayude a reconstruir sus hogares y, por supuesto, un nuevo temblor.  

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