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Historia de La Prensa SA

LA PRENSA de Don Pedro

Por Emilio Álvarez Montalván

De modales sencillos, carácter retraído, complexión leptosómica que le venía por Zelaya y calvicie precoz, que heredaba por Chamorro, don Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, nieto del Presidente y padre del Mártir de las Libertades Públicas, fue el paradigma del ciudadano ejemplar. Al  adquirir LA PRENSA, don Pedro  la convirtió  en la razón de  su vida y en un instrumento para el desarrollo de Nicaragua.

Dado su entrega total a la investigación histórica, los ingleses lo hubieran catalogado  como un “ scholar” autofinanciado. Graduado de abogado y notario en la Escuela de Derecho de la Universidad de Oriente y Mediodía, pronto se incorporó al grupo de jóvenes católicos empeñados en darle más presencia social y militancia a su credo ideológico, en contraste con la generación anterior que optó  por un quietismo devoto. Por otra parte pronto se destacó por su rango familiar y prestigio personal en codiciado “partido” en la sociedad granadina, casándose con Margarita Cardenal Argüello con quien procreó a Pedro Joaquín, Ana María, Ligia, Xavier y Jaime.

Vestido invariablemente de dril blanco, camisa del mismo color, corbata y zapatos negros, tocado con sombrero de pita de los elaborados  en Camoapa, caminaba con aire desgarbado. Munido de un grueso bastón, que más bien parecía arma defensiva que apoyó, siguió siempre una vida muy reglada. Siempre me impresionó su semblante distraído cuando conversaba. No obstante era afable y accesible, aunque de pocas palabras. Al platicar le gustaba sazonar sus comentarios  con un humor entre irónico y socarrón.

Pedro Joaquín Chamorro Zelaya y Margarita Cardenal, junto a su hijo Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Esta imagen forma parte de la colección sobre la historia de Nicaragua y sus personajes ilustres, que se exhibe en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica. LA PRENSA/ CORTESÍA

Le traté de cerca, cuando a mi padre, Emilio Álvarez Lejarza, su cuñado, le nombró gerente de LA PRENSA  (1934-43). Ello me permitió visitar durante las vacaciones, muy a menudo, las instalación diaria. Esa oportunidad despertó mi  curiosidad y atracción por el periodismo, estimulado por un pequeño encargo que en ese campo me diera mi padre consistente en  ir a los hoteles a investigar el movimiento de pasajeros, dato que completaba yendo a la estación del ferrocarril. Ahí anotaba los nombres de aquellos pasajeros que entraban o salían de Managua o pasaban en tránsito para Granada o León.

Por esa labor aparecía mi nombre en la planilla, con un emolumento de un córdoba diario que me servía ir al cine.

En realidad, don Pedro Joaquín era de costumbres sobrias y rutinarias, que cumplía religiosamente. Llegaba a pie por las mañanas a LA PRENSA muy puntual desde su modesta casa en el barrio San Sebastián, situada frente al costado oriental de la iglesia, a la cual concurría todos los domingos a la misa de ocho. Los días de semana regresaba a almorzar a su hogar a las doce meridiana, volviendo a su oficina a las tres de la tarde para marcharse igualmente a “pincel” atravesando el Parque Central, de oeste a este, a las cinco de la tarde para dirigirse al Club Social de Managua. Ahí le esperaban sus amigos Aaron Salomon y Pablo Hurtado,  para jugar interminables partidas de ajedrez. Nunca lo vi incorporado a la tertulia de los “bebe agua helada”, un mentidero que en aquel centro sesionaba en el amplio corredor que daba al jardín para intercambiar noticias y comentarios, en su gran mayoría políticas y por supuesto de aliento opositor, pues la mayoría de los “tertulianos”  eran simpatizantes del Partido Conservador, entonces en la llanura.

Tampoco observé a don Pedro en mesa de tragos o fumando y jamás acudiendo a “los saraos” que con obligatorio traje de smoking organizaba el club. Para él, su tiempo libre era  mejor empleado en la biblioteca de su casa, donde se encerraba horas enteras consultando fuentes históricas guardadas como tesoro, que utilizaba para escribir sus  obras.

Sus únicas vacaciones las tomaba en Semana Santa, que solía pasarlas en su hacienda en Casa Colorada donde cultivaba café, a 25 kilómetros de Managua enclavada en plena sierra, sin agua potable que llevaban de Managua en botellones.

Fotografía de Margarita Cardenal de Chamorro, madre de PJChC. LA PRENSA/ ARCHIVO
Fotografía de Margarita Cardenal de Chamorro, madre de PJChC. LA PRENSA/ ARCHIVO

Sus dos vocaciones: el periodismo y la historia

Como dije antes, fueron dos las actividades  que atraparon  la dedicación  de don Pedro: el periodismo y la historia, de alguna manera relacionadas, pues la primera se ocupa de los sucesos del momento, mientras la segunda las recoge para servir de memoria documentada. No obstante halló tiempo para fundar dos Academias: la de la Lengua y la de Geografía e Historia. La primera en compañía del Arzobispo de Managua, monseñor Antonio Lezcano y Ortega, Pablo Ayón, Josefa de Aguerri, Carlos Cuadra Pasos, F. Paniagua Prado, entre otros. También frecuentó don Pedro la literatura, con su temprana obra: Entre dos filos, que según sus contemporáneos es un episodio autobiográfico novelado, que recogía un evento amoroso y desafortunado del autor.

En verdad, esa frustración que él había sublimado al escribir el relato nos dejó la más acuciosa  y amena descripción del paisaje y vida campesina de una hacienda de cacao. Me refiero a Las Mercedes, enclavada en las feraces tierras de Nandaime, con su riego en taujías, minuciosamente planificado y sus arboledas de almendros que servían de sombra a los cacaotales. Este era un cultivo de gran rendimiento y fuente de trabajo. Tenía además Las Mercedes: un extenso taller donde se fabricaban capotes de hule, pesados y calurosos, aprovechando un extenso cultivo de “palos de hule”. Tenía además el atractivo de un extenso baño bajo techo, donde el río era entrampado para formar una piscina natural. Las Mercedes eran propiedad de la familia Chamorro y sirvió durante la dictadura del general Zelaya de refugio a los miembros del clan que eran perseguidos.

Sin embargo, fueron las producciones  históricas las que consagraron a don Pedro como investigador de aquella ciencia social. Cito al respecto a  Enrique Guzmán y su tiempo, Máximo Jerez y sus contemporáneos y la biografía de Pedro Joaquín Chamorro Alfaro, su abuelo, firmada esta última por un amigo suyo, Esteban Escobar. Eran libros que editaba su amigo alemán don Carlos Heuberg en la “imprenta alemana” famosa por la nitidez de su trabajo y la impecable ortografía de los textos. Asimismo defendió don Pedro los derechos territoriales de Nicaragua ante el conflicto con Honduras, publicando una serie de artículos que aparecían en LA PRENSA, alternando con otros que producía mi padre. Por otra parte don Pedro nunca fue arrebatado en política partidarista. Prefería guardar sus fuegos para defender a capa y espada, con documentos en mano, al personaje histórico de su misma ideología o atacar inclemente al adversario de aquel. Esa fue la tónica de la polémica que sostuvo con don Sofonías Salvatierra, otro historiador de  nota, acerca de las figuras de Fruto Chamorro y Máximo Jerez, respectivos caudillos de las causas legitimista  y democrática.  En aquellos tiempos una disputa ventilada en  periódicos y sostenida por personas cultas inspiraba  obras enjundiosas, sin que en esos lances se faltasen  al respeto los adversarios.

Sin embargo, fueron las producciones  históricas las que consagraron a don Pedro como investigador de aquella ciencia social. Cito al respecto a  Enrique Guzmán y su tiempo, Máximo Jerez y sus contemporáneos y la biografía de Pedro Joaquín Chamorro Alfaro, su abuelo, firmada esta última por un amigo suyo, Esteban Escobar. Eran libros que editaba su amigo alemán don Carlos Heuberg en la “imprenta alemana” famosa por la nitidez de su trabajo y la impecable ortografía de los textos. Asimismo defendió don Pedro los derechos territoriales de Nicaragua ante el conflicto con Honduras, publicando una serie de artículos que aparecían en LA PRENSA, alternando con otros que producía mi padre. Por otra parte don Pedro nunca fue arrebatado en política partidarista. Prefería guardar sus fuegos para defender a capa y espada, con documentos en mano, al personaje histórico de su misma ideología o atacar inclemente al adversario de aquel. Esa fue la tónica de la polémica que sostuvo con don Sofonías Salvatierra, otro historiador de  nota, acerca de las figuras de Fruto Chamorro y Máximo Jerez, respectivos caudillos de las causas legitimista  y democrática.  En aquellos tiempos una disputa ventilada en  periódicos y sostenida por personas cultas inspiraba  obras enjundiosas, sin que en esos lances se faltasen  al respeto los adversarios.

Ese trato cortés, quedó confirmado cuando don Pedro discutió, desde posiciones ideológicas conservadoras, con don Juan Ramón Avilés, destacado intelectual liberal y director de La Noticia sobre el tema siempre controversial sobre el origen del universo. Sin embargo, cuando don Juan Ramón sufrió un atentado criminal instigado por la dictadura somocista don Pedro  visitó a su colega en compañía de doña Margarita, su esposa, para ofrecerle su solidaridad. Desde entonces, ambos periodistas quedaron amigos.

Managua: una gran aldea calurosa y descuidada

La Nicaragua de entonces estaba dominada en todos sus aspectos por la dictadura de Anastasio Somoza García, quien mantenía un ojo vigilante sobre LA PRENSA a la que  más de una vez suspendió. Recuerdo por ejemplo que en cierta ocasión fue clausurado el diario porque según Somoza le habían  faltado al respeto a su esposa Salvadora Debayle. Resulta que la primera dama no había concurrido y presidido como era costumbre a la “procesión del pésame” que salía el viernes anterior a la Semana Santa. LA PRENSA había comentado en una gacetillas que a pesar de esa ausencia al acto religioso, este no había perdido la solemnidad tradicional.

En esos años, la capital lucía como una gran aldea soñolienta, calurosa y descuidada, donde todo el mundo se conocía y comentaba la vida y milagros de cualquier persona. Eran pocas las calles pavimentadas, pues la mayoría eran lodazales en invierno y polvorientas en verano. El transporte se hacía habitualmente en coches destartalados tirados por famélicos caballos, que esparcían sus boñigas por doquier. “La carrera” costaba veinticinco centavos, siempre que no pasase de diez cuadras, aunque si pasaba de esa distancia era negociable el valor del pasaje, aunque siendo reducida el área de circulación citadina bien se podía realizar sin cansarse caminando.

Los límites urbanos de la capital eran muy limitados Al oriente se extendía hasta la planta eléctrica y la iglesia de El Calvario. Hacia el occidente, llegaba a la fábrica de hielo La Favorita de don Victorino Argüello. El límite septentrional remataba en la loma de Tiscapa y el meridional en el lago Xolotlán, donde por las tardes podía observarse extensos cardúmenes plateados y saltarines de sardinas. Era inusual salir a comer a restaurantes aunque los había  populares como “La Chumila”, famoso por el “bistek” encebollado que servía, mientras la sorbetería de moda era “La Hormiga de Oro”. En cuanto a hoteles sólo podían recomendarse tres, La Estrella, de don Jesús Sándigo, ubicado en la vecindad de la estación del ferrocarril, El Colón de don Plutarco Pasos y el Gran Hotel de la familia Beckling. La calle de mayor tráfico era la del panteón, y Sajonia, el barrio que alojaba a las familias de mayores ingresos.

Dada la pequeñez del centro urbano de esa época la repartición de los ejemplares de LA PRENSA a las seis de la tarde, ya sea con voceadores que gritaban los titulares o de las suscripciones distribuidas por chavalos en bicicleta primero y después en moto, eran tareas que terminaban a más tardar a las nueve de la noche, excepto los domingos en que “no había periódico. Por otra parte, funcionaban tres clubs, el Internacional, en la Avenida Bolívar frente al costado este del Cine González de membresía liberal, todo de madera machimbrada, muy afamada por las “bocas” que servía. Así como el Club Social de Managua, controlado por una directiva de conservadores que montaba fiestas de etiqueta bajo los acordes de la orquesta Centroamérica dirigida por Paco Fiallos.

El Club Terraza, más exclusivo, estaba instalado en el último piso de la Casa Pellas, fue clausurado cuando a Anastasio Somoza (hijo) le fue negada la entrada por no ser miembro del Club. En cuanto a tomar cerveza bien helada, no había como El Gambrinus, con su famosa  “hoja seca” como apetitosa boca.  Y para quienes buscaban distracciones de mayor calibre, había dos alternativas:  El Caimito, con las ruletas de Monchito Bonilla, fritangas, toro rabón, la sirenita y la chalupa, que fascinaban a la chiquillería; y la otra, El Copacabana, restaurante situado en el extremo norte del muelle del lago, donde una  suave brisa  refrescaba por las tardes al visitante, permitiéndole disfrutar de los acordes vibrantes de la Sonora Matancera, esparcidos a todo volumen por una vieja roconola. De todas maneras a las diez de la noche, cuando terminaba la segunda tanda de los cines y se disolvían las tertulias de vecindario. Para esa hora Managua lucía solitaria y mortecina, a menos que hubiera una función de teatro como la presentada por temporadas por la compañía  Encanto, de Paco García, que se atrevía a dar obras como La dama de las camelias e incluso operetas, como Las corsarias en que los artistas cantaban “a capella” porque no había orquesta acompañante. En cambio los domingos por la mañana no fallaban los partidos de béisbol de gran asistencia, sobre todo si se enfrentaba el Esfinge con el Bóer.

A su vez, los colegios de mayor alumnado masculino eran el Pedagógico y el Instituto Ramírez Goyena.  Para mujeres estaba La Asunción, en ese entonces situado frente al costado occidental del Parque Central, La Inmaculada en la Avenida Roosevelt y el Divina Pastora, cerca del Estadio.

En aquellos años, sólo circulaban, además de LA PRENSA, La Noticia, dirigida por don Juan Ramón Avilés con su infaltable caricatura que grababa “Chilo” (Salomón Barahona) con “Panchito y la Rana”.  Después habrían de fundarse Flecha, de Hernán Robleto y en años posteriores La Estrella de Nicaragua, cuyo propietario, Adolfo Altamirano Brown, introdujo un tipo de periodismo más ágil e informal. Para abandonar el caluroso Managua era obligado paseo Casa Colorada, hasta Las Conchitas.  Curiosamente, la ciudad tenía como epicentro la esquina de los coyotes, o sea la tienda de Carlos Cardenal en cuya acera se efectuaban las transacciones de moneda.

Las instalaciones de LA PRENSA ocupaban un vetusto edificio de taquezal en la calle de El Triunfo. Circulando por las tardes, distribuía sus tres mil ejemplares con fecha del día siguiente, vendiéndose cada ejemplar en tres centavos de córdoba.  Ello no impedía que los vecinos se la prestasen con turnos establecidos de antemano.

Si me he detenido en tanto detalle es para resaltar el aire parroquial en que funcionaban los periódicos.  Por ejemplo, siempre me impresionó que la única sala de redacción de LAPRENSA, 5 x 5 metros, daba directamente a la calle, desprovista de celosías que la aislaran del ruido de coches y carretones y el aire contaminado de la calle. Eso permitía que personal y visitantes entraran y salieran del edificio, sin ningún control.  Carecía hasta de un reloj de pared.  Incluso el escritorio donde trabajaba don Pedro estaba al alcance de quienes podían interrumpirlo en el momento que quisieran.  Con frecuencia se trataba de amigos del director que se instalaban a conversar o solicitar publicación de artículos suyos, como Luis Alberto Cabrales, Ramón Solórzano y Jerónimo Aguilar, entre otros, plumas de arraigo conservador.

Los redactores trabajaban sentados alrededor de una rústica mesa, donde pergueñaban con lápiz sus producciones.  La única excepción era Octavio García Quintero, el decano, quien tecleaba con dos dedos su trajinada Underwood, mientras sujetaba con sus labios el infaltable cigarrillo Esfinge.  No se acostumbraba servir café, ni siquiera agua a empleados o visitantes.  Para eso estaba una refresquería a la vuelta de la esquina. Lo que salvaba la ventilación del cuarto de redactores era “un chiflón de aire” que corría entre la puerta de calle y la que daba al interior de la casa, en cuyo corredor habían instalado a los “cajistas” quienes de pies  levantaban el texto.

El número de reporteros no llegaba a cinco, entre los cuales descollaba la niña Saturnina Guillén (que así la llamaban ) lideresa conservadora de armas tomar; el tío Popo (Rodolfo Arana Valle), un señor de apellido Borge y Alejandro Cuadra, quien se hizo famoso por sus amenas colaboraciones.  Una de ellas fue Impresiones de un Radioescucha, en las cuales narraba y comentaba los episodios de la Segunda Guerra Mundial.  También escribía Alejandro, con los seudónimos de “Pimpinela Escarlata” y “Nena”, acerca de chismes sociales y políticos.  Su mejor crónica fue sin duda El adiós de un Presidente, que describía  el viaje en ferrocarril del doctor Juan B. Sacasa cuando iba al exilio. Eran crónicas chispeantes que en breve serán publicadas por la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.

Había también  reporteros especializados en actividades concretas, como Leonardo Lacayo Ocampo (DON), encargado del deporte; Ge Erre Ene (Gonzalo Rivas Novoa), quien tallaba en trozos de linóleo a sus personajes “Escopeta y Portación”, cargados de un humor ácido.

También producía aquel humorista Monos en letras de molde, llenos de burlas ingeniosas a los personajes políticos del momento.  En todo caso, una vez terminadas sus crónicas, los reporteros llevaban personalmente sus escritos a don Pedro, quien ponía el visto bueno, aunque raramente gastaba mucho tiempo en ello, pues la mayor parte de éste lo dedicaba a dictar a doña Cenobia, su mecanógrafa, alguna obra histórica próxima a salir. El papel importado necesitaba autorización de la oficina de control de cambios para adquirir los dólares necesarios para la importación de todos los insumos necesarios para imprimir el periódico. Tales como la tinta, el papel y los servicios contratados con la King Featres Sindicate que proveía el material servido en la página de entretenimiento como las tiras cómicas, el agente secreto 0009, los Records de Guinness, y los crucigramas.

Funcionaba también un “taller de remiendos”, que así le decían a unas instalaciones cuyo elemento básico era una máquina Heilderberg, que imprimía hojas sueltas, folletos, propaganda comercial e incluso libros como Ensayo Histórico de las Constituciones de Nicaragua, cuyo autor era mi padre.

La única obligación de don Pedro en LA PRENSA como periodista era escribir el editorial diario Cuartillas del director que no firmaba y cuando estaba de humor En serio y en broma  con el seudónimo de “Lápiz ”. Los textos se levantaban, colocando los tipos de imprenta vaciados en plomo al revés, para luego sacar “las pruebas” con un rodillo entintado que debían revisar los “correctores”.  Después de impreso el diario, era desarmada la plancha y redistribuidas las letras en los chivaletes correspondientes. El tamaño del texto se medía por las galeras que llenaba.  Ese reordenamiento era crítico, por ello el peor daño que podía infligirse a un periódico era “empastelarlo”, o sea, revolver los tipos de imprenta, como hicieron los matones enviados por Somoza al asaltar el diario La Tribuna.

El personal administrativo de LA PRENSA se reducía a tres personas. El doctor Emilio Álvarez Lejarza, gerente; Carlos Uriza, administrador y Juan de Dios Matus, contador.  Los estados financieros mensuales apenas merecían una ojeada de don Pedro, quien los guardaba para mostrárselos a su esposa doña Margarita. Se aseguraba que ella  había suministrado el dinero para la compra de la imprenta donde se editaba LA PRENSA y cuyo dueño había sido don Pedro Belli.

Un día presencié que un guardia notificaba la suspensión del diario, sin dar razón alguna. Otra vez el cierre fue porque juzgaba el Gobierno que los reportajes sobre el proceso a Oliverio Castañeda levantaban el ánimo de la gente. Años más tarde, la clausura fue de tres años seguidos, obligando a la familia Chamorro Cardenal a exiliarse en Nueva York, donde doña Margarita tuvo que emplearse en una fábrica de vestidos.

Los prensistas tradicionales eran los hermanos Tomás y Miguel Cuadra, mientras el maestro Arróliga se encargaba de darle mantenimiento a las máquinas y Pedro Portobanco, en una vieja Raleigh, ayudaba a repartír las suscripciones y los ejemplares de cortesía.

La agencias cablegráficas, como UP y Havas, cobraban muy caro por el servicio, a juicio de Carlos Uriza.  Por ello decidió comprarle diariamente a un radio-operador de apellido Mendoza el paquete de noticias internacionales que aquél captaba, pegado a su radio Pilot. En ese entonces las hojas del diario eran tres: una bisagra y una hoja en medio. Era frecuente que en la primera página aparecieran notas sociales y crónicas religiosas,  aunque en condiciones normales dominaban los sucesos políticos, siempre y cuando no provocasen  el enojo del presidente Somoza.  En cualquier caso, la maquinaria en que se editaba LA PRENSA en aquellos años era primitiva, con sus chivaletes de madera, sus planchas de hierro entintadas y el pesado rodillo que imprimía a golpes el periódico, mientras un ayudante alimentaba una a una los hojas de papel que debía imprimirse.

Su prestigio personal

Volvamos a nuestro protagonista, don Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, en cuya familia se producían a menudo fallecimientos repentinos por rupturas vasculares en el cerebro (derrame cerebral, infarto cardíaco o ruptura de aneurisma, consecuencia de debilidad congénita de sus paredes arteriales). Así murieron Pedro José (padre e hijo), Pedro Joaquín (abuelo), Berta, y Leandro.  Se decía que don Pedro Joaquín Chamorro Zelaya pidió a la Virgen María que no permitiera falleciese de repente. Al final, su petición fue cumplida, pues don Pedro sufrió de una larga enfermedad que le permitió recibir los auxilios divinos.

Sin duda, el prestigio personal de don Pedro, su sobriedad de vida proclive al ahorro, su perseverancia y su honestidad a toda prueba, puso la primera piedra en la empresa exitosa que es hoy LA PRENSA.  Sus esfuerzos como fundador fueron cruciales para el desarrollo de la empresa que vino después con su hijo mayor, Pedro Joaquin Chamorro Cardenal. Es verdad que don Pedro hizo breves escarceos en política, como cuando fue subsecretario de Gobernación y más tarde senador de la República Desempeñando ese cargo fue enviado al Vaticano. Fruto de ese viaje fue su libro Misión a Roma.  La otra ocasión al ser electo senador de la República como parte del pacto político entre el doctor Carlos Cuadra Pasos con  Somoza García.

A menudo me hacía las siguientes preguntas: ¿Qué persigue don Pedro con LA PRENSA? ¿Cuáles son sus objetivos? La respuesta me la dieron sus editoriales. Me resultaba claro que él quería hacer de LA PRENSA una tribuna de enseñanza de valores éticos y patrióticos. En esa tarea no figuraba, como tarea esencial, obtener grandes ganancias, tampoco la veía como trinchera confrontativa, ni divulgadora de escandalosos sucesos. Su estrategia era el diálogo, la persuasión y la tolerancia, sin renunciar tampoco a sus ideales. Prefería usar la historia como instrumento educativo, superando incluso agravios y perjuicios económicos que recibiera del dictador Somoza García, que le llevó al exilio con su esposa Margarita dejando recomendados en Granada a su madre doña Isabel sus dos hijos menores. Ella tuvo que emplearse en Nueva York como obrera de una empresa maquiladora.

Recuerdo un editorial titulado Después de la derrota, escrito por don Pedro cuando perdió en 1932 como candidato a diputado por Granada, en la papeleta del Partido Conservador. Su reacción  fue ponderada, reconociendo el triunfo de su contrincante liberal, Coronado Urbina, desprendido de rencor o amargura.

Así se explica por qué aceptará participar como senador de la República en el arreglo político de 1949 que dirigiera el doctor Carlos Cuadra Pasos, a quien tenía en alto concepto y seguía una línea “civilista”.  No obstante, la mayoría de la opinión pública nicaragüense prefería entonces la lucha  armada contra la dictadura. Ese rechazo se manifestó en el descenso significativo de la circulación de LA PRENSA y en discusiones que a menudo tenía que sostener el doctor Chamorro Zelaya incluso con amigos,  para justificar su posición política, que no le trajo por cierto ninguna ganga y solamente sinsabores.

A principios de los años cuarenta regresó de México graduado de abogado, su hijo mayor Pedro Joaquín, quien le fue delegando poco a poco la dirección del periódico, no sin ciertas tensiones esperables cuando se trata de un relevo generacional. En todo caso LA PRENSA entró en una nueva y exitosa época que significó modificaciones profundas en la orientación, diseño y administración y modernización de equipo. LA PRENSA era ahora más combativa, menos parroquial, y con  material periodístico más atractivo, con despliegue de ocho columnas en la primera página de la noticia principal.

Ese interés por la política, aunque expresada de otra manera, lo heredaron sus descendientes. Pedro, el mayor, sostuvo una posición consistente de rechazo frente a la dictadura dinástica. Y su hermano Jaime participó junto con él en la invasión de Olama y Mollejones. Cuando Pedro desapareció por la vía del martirio su esposa Violeta Barrios asumió la dirección de LA PRENSA, con el apoyo de sus cuñados Jaime y Anita, además de sus hijos Cristiana y Pedro Joaquín. En la actualidad su nieto Hugo Holmann Chamorro le ha impreso al Diario de los Nicaragüenses un toque de modernidad al incorporar tecnología de punta en la impresión y servicios anexos desde su puesto de gerente general.

LA PRENSA es un típico ejemplo de una empresa familiar bien conducida, confiable, prestigiosa y administrada con sagacidad empresarial que sobrevive a nuestra agitada vida política, habiendo estado presente en los momentos más críticos de la historia de Nicaragua en la tarea de democratizar al país.

HISTORIA EMPRESARIAL

Por Pedro Joaquín Chamorro Cardenal

Escrito por PJChC en 1976 en conmemoración del 50 aniversario de LA PRENSA

LA PRENSA fue fundada el 2 de marzo de 1926 por los señores Gabry Rivas, Enrique Belli y Pedro Belli, quienes suscribieron una sociedad anónima llamada Compañía talleres gráficos LA PRENSA, con un capital de C$5,000.00 que según rezaba la escritura de constitución autorizada por el doctor Ramón Castillo, “es el valor de la maquinaria que actualmente existe”.

En el año de 1928, don Enrique Belli vendió sus derechos en la compañía a don Adolfo Díaz, el cual dos meses más tarde se los vendió a don Ernesto Solórzano Díaz, quien también compró la parte de don Gabry Rivas.

El año de 1929 don Pedro Belli quedó como único dueño de la compañía, por compra que hizo a don Ernesto Solórzano Díaz y más tarde vendió a don Adolfo Ortega Díaz la mitad de sus acciones.

A lo largo de su vida, el doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal fue un intelectual comprometido. LA PRENSA/ARCHIVO

Ambos formaron entonces una nueva sociedad bajo la razón “Pedro Belli y Ortega Díaz Ltda.”.

El año de 1930 el doctor Pedro J. Chamorro Zelaya adquirió la mitad de las acciones de esa firma constituyéndose la sociedad “Pedro Belli y CIA. LTDA.”.

En 1932 el doctor Pedro J. Chamorro Zelaya compró parte de don Pedro Belli y quedó como único dueño de la empresa.

El doctor Chamorro Zelaya murió en el año de 1951dejando como heredera universal a su esposa Margarita Cardenal de Chamorro y diez años después, el 26 de marzo de 1961 esta última, junto con sus hijos, constituyó la sociedad anónima “LA PRENSA, S.A.” cuyos accionistas en la actualidad son la mayor parte de sus descendientes.

La sociedad mencionada no se encuentra entrelazada con ninguno de los grupos financieros en que se descompone el espectro económico del país y para su desarrollo ha obtenido los créditos normales que ofrecen a cualquier cliente los bancos tanto de Nicaragua como del extranjero. Durante toda su operación ha sido afecta a los impuestos sobre capital y renta ordenados por la ley.

Antes del establecimiento del Seguro Social organizó un sistema de asistencia médica a todo su personal y desde el año de 1961 hizo norma propia la distribución de utilidades en una suma no menor del diez por ciento entre todo su personal, mediante una fórmula que incluye la entrega de una cantidad proporcional al salario a mitad del año fiscal, y el resto a pro-rata entre todos, al terminarse el período.

El Diario LA PRENSA ha sido destruido por los dos grandes terremotos de Managua perdiendo en el de 1931 los primeros linotipos importados del país, los cuales pudo reponer hasta el año de 1946, es decir 15 años después de ocurrida la catástrofe. Esa vez la destrucción fue tanta que el periódico pasó más de un año sin salir a luz pública.

En 1972 el terremoto del 23 de diciembre arrasó los edificios de LA PRENSA y destruyó totalmente su rotativa principal, una prensa Hoe de cuatro unidades capaz de producir 64 páginas. Luego, con el equipo rescatado y cuatro unidades de una moderna prensa offset que sólo sufrió daños, pudo reinstalarse.

LA PRENSA volvió a circular el primero de marzo de 1973, es decir 69 días después, ubicándose donde está actualmente en el kilómetro cuatro y medio de la Carretera Norte en un edificio de hierro perteneciente a la compañía CYMSA.

En la actualidad se imprime por entero en el sistema offset con equipos de composición en frío, y tiene en su género las mejores maquinarias que se han instalado en Centroamérica.

Su circulación ha alcanzado un promedio sostenido durante todo el año de 1975 y lo que va de 1976, de 56,000 ejemplares diarios.

El doctor Pedro J. Chamorro Zelaya no fue realmente fundador de LA PRENSA sino que ingresó a ella cuatro años después de haber salido el primer ejemplar de este Diario, pero el sentido que dio su gestión de director y las normas que impuso lo hacen acreedor a ese título porque fue el iniciador de lo que podría llamarse el carácter del periódico mantenido hasta la fecha.

Actualmente sólo viven dos personas que participaron en la fundación de LA PRENSA y son don Pedro Belli, estimable caballero muy conocido y respetado en todo el país, y el señor Miguel Alvarado, no menos respetable, tipógrafo en 1926 y Jefe de Talleres de Composición más tarde hasta que pasó a ser jubilado por la empresa.

Los procesos de impresión de LA PRENSA han ido desde la prensa plana que fue sustituida en 1949 por una duplex rotoplana, la que a su vez dejó su sitio en 1954 a una rotativa GOSS y luego en 1961 a otra más grande, HCE, para pasar a partir del terremoto de 1972 al actual sistema offset.

En el aspecto tipográfico LA PRENSA comenzó a hacerse con tipo suelto, después en linotipo y hoy en día con máquinas electrónicas de composición en frío.

Fue el primer diario que trajo al país un taller completo de fotograbado y muchos otros adelantos contándose entre sus características el hecho de que jamás la introducción de maquinaria desplazó de sus cargos al trabajador, sino que su personal fue aumentando aún con todo y la mecanización de sus sistemas operativos.

En el año de 1956, es decir al cumplir LA PRENSA sus 30 años, su personal llegaba a los 56 empleados y en el año del 50 aniversario es de 220 personas.

En la primera edición de LA PRENSA había avisos de todo el comercio capitalino: El teatro Margot y el teatro El Otro anunciaban el estreno de la cinta francesa París y la norteamericana El sexo enemigo, esta última en ocho actos. La firma Gerardo o Salinas, de Managua ofrecía los últimos modelos de automóviles Crysler por valor de C$1,395.00 córdobas, y La Elegancia de don Ramón Morales, “sus mejores trajes con telas importadas de Inglaterra y Francia”.

La Prensa Nicaragua, periódico, Nicaragua
Fachada del diario La Prensa Nicaragua.

Bajo la dirección y gerencia en la empresa funcionan ahora los departamentos siguientes: redacción, contabilidad, promoción y ventas, taller de armada, composición tipográfica, electrónica, fotocomposición, rotativa y circulación.

LA PRENSA se distribuye a través de 49 agencias locales en la ciudad de Managua y 147 departamentales que cubren todo el territorio nacional.