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Gertrudis Campuzano admitió haber planeado la muerte de su esposo Santiago.

Asesinado a martillazos

Las diligencias policiales llevaron a sospechar de la extraña compostura del cadáver. No es posible, pensaban con razón los investigadores, que un hombre que ha sido masacrado a golpes de martillo y acribillado a cuchilladas no tenga ni una mancha de sangre sobre su ropa, que debía estar además agujereada por las cuchilladas. Es cierto […]

  • Las diligencias policiales llevaron a sospechar de la extraña compostura del cadáver. No es posible, pensaban con razón los investigadores, que un hombre que ha sido masacrado a golpes de martillo y acribillado a cuchilladas no tenga ni una mancha de sangre sobre su ropa, que debía estar además agujereada por las cuchilladas. Es cierto que el maestro Campuzano era muy cuidadoso en su presentación pero esto ya rebasaba cualquier idea obsesiva sobre este aspecto
  • Este hallazgo ponía en una situación harto complicada a la viuda y a la hija de Campuzano, quienes se vieron de pronto señaladas por el dedo acusador de la opinión publica, favorable a la víctima

La noche del 25 de mayo, cuando Campuzano regresaba como de costumbre luego de visitar a su amante, se acostó de inmediato con la ropa que llevaba puesta. Al poco rato, el licor ingerido lo estaba haciendo roncar escandalosamente.

Esto era lo que los confabulados esperaban impacientes. De común acuerdo, Gertrudis y su hija abandonaron sus lechos y abrieron la puerta principal por la que , como fantasmas, se escurrieron dos de los verdugos.

Campuzano seguía roncando cuando los asesinos entraron en su cuarto. Con un martillo proveído por Gertrudis, uno de ellos se aseguró de que su víctima no les diera problemas en el fortuito caso de despertar y le descargó la herramienta sobre una de las sienes. Después, siguió más tranquilo su tarea por toda la cabeza mientras su cómplice perforaba a cuchilladas la anatomía del maestro ebanista.

La sangre brotada en profusión manchaba lastimosamente el inmaculado traje del ebanista y embebía la ropa de cama.

Concluida la macabra tarea el siguiente paso era hacer desaparecer toda huella de lo que se había desarrollado en la habitación. Para ello, las dos mujeres despojaron de los jirones ensangrentados en que había quedado la ropa de su desventurado pariente y lo vistieron con una nueva, craso error que habrían de pagar muy caro.

Después, para hacer creer que Campuzano había sido víctima de un asalto o de cualquier otra agresión, sacaron el cuerpo a la acera y lo colocaron junto a la puerta del zaguán, donde los viandantes habrían de descubrirlo cuando amaneciera.

Consumada toda la operación, los asesinos se fueron a sus casas y la ahora viuda y su hija a sus camas.

Ni una erupción del cerro Negro pudo haber causado mayor conmoción que el hallazgo del cadáver del maestro Campuzano efectuado la mañana de aquel 25 de mayo por un músico que regresaba de una fiesta amanesquera.

Las diligencias policiales llevaron a sospechar de la extraña compostura del cadáver. No es posible, pensaban con razón los investigadores, que un hombre que ha sido masacrado a golpes de martillo y acribillado a cuchilladas no tenga ni una mancha de sangre sobre su ropa, que debía estar además agujereada por las cuchilladas. Es cierto que el maestro Campuzano era muy cuidadoso en su presentación pero esto ya rebasaba cualquier idea obsesiva sobre este aspecto.

En consecuencia, dedujeron los investigadores, al maestro Campuzano sólo pudieron haberle cambiado de ropa en casa de su amante (de cuya existencia algunos de ellos tenían pleno conocimiento) o en la suya propia.

Y no andaban nada descaminados porque un rápido registro en la casa de los Campuzano los condujo al hallazgo en el excusado del fondo del patio (¿en qué otro sitio los asesinos provincianos con poca imaginación ocultan las pruebas incriminatorias?) de las ropas ensangrentadas del desdichado maestro ebanista.

Este hallazgo ponía en una situación harto complicada a la viuda y a la hija de Campuzano, quienes se vieron de pronto señaladas por el dedo acusador de la opinión publica, favorable a la víctima.

Madre e hija fueron inmediatamente detenidas. Pareciera que sólo esperaban esa oportunidad para descargar el fardo que les oprimía el corazón.

No trataron de evadir el bulto pero junto a la admisión de su delito describieron prolijamente los motivos que las empujaron a cometerlo. Cada palabra de su doloroso relato era un mazazo con el que iban demoliendo la imagen amable que la mayoría de la gente se había formado del maestro ebanista.

¨Yo sentía repugnancia por mi padre quien se había convertido en una fiera contra nosotras, dándonos a diario sufrimiento y maltrato. Unidas marchamos no hacia la venganza sino en busca de libertad y fue así como mi madre planeó y dirigió la muerte de mi padre con mi consentimiento¨, reveló Blanca en una declaración al reportero de LA PRENSA Francisco Tijerino Prado mientras amamantaba a su hijo y al mismo tiempo hermano en la antigua cárcel de La Candilera.

Un hijo de Campuzano, Carlos Hernández Campuzano, rechazó indignado las aseveraciones de las dos mujeres contra su padre y las acusó de haber tramado su muerte para quedarse con sus bienes.

¨Yo no creo que mi padre haya cometido eso con su hija. El era muy suave, muy culto¨, dijo Hernández Campuzano.

La viuda lo refutó. ¨No hubo nunca afán de lucro, pues mis intenciones eran únicamente librarme del dolor de ver parir a Blanca un hijo de su propio padre¨.

Pero el juicio filial era plenamente compartido por muchos leoneses que en una ocasión en que las dos mujeres fueron llevadas a declarar ante el juez cayeron sobre ellas con no muy sanas intenciones, agresión de la que pudieron librarse gracias a la custodia policial aunque dejaron sus ropas en la trifulca.

Aunque se organizó un grupo femenino y se hicieron marchas para pedir la libertad de las mujeres, ningún abogado quiso asumir su defensa en una triste demostración de machismo. Fue el abogado entonces recién graduado Fernando Centeno Zapata, hace poco fallecido, quien junto con el también abogado Alí Vanegas asumió ese papel. Al hacerlo Centeno dijo que tenía pruebas documentales de la actitud deshonesta de Campuzano contra su hija. Agregó que había muchos testimonios sobre los intentos de ambas mujeres por escapar de la férula de Campuzano pero éste las obligaba a regresar mediante el terror. Uno de esos testimonios era el del representante del Ministerio Público, Roberto Buitrago, quien dijo que desde 1948 conocía el sufrimiento de las mujeres.

Uno de los autores materiales de la muerte de Campuzano, Pedro Morales, murió abatido a tiros al oponerse a los miembros de una patrulla policial que llegó a capturarlo en una finca de los Campuzano. El 12 de octubre de ese año, los otros dos, Francisco José Solís y Francisco Morán fueron condenados a 20 años de prisión, al igual que la viuda, Gertrudis Sequeira.

Blanca Campuzano salió de la cárcel con su tierno hijo seis meses después del asesinato de su padre.

Al salir declaró: ¨Estoy arrepentida del crimen. Hasta ahora comprendo la magnitud de nuestro delito, pero la sociedad tiene que entender que nuestras vidas fueron también truncadas¨.

(Con la colaboración de Rosa Marina Real).   

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