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Juan Emilio Pichardo, el cazador de lagartos.

Don Emilio, el cazador de lagartos

Orlando ValenzuelaEspecial/[email protected] Tal vez ni los tres mosqueteros juntos habrían vencido a la espada a don Juan Emilio Pichardo Mejía, que a los 14 años ya era un experto en el manejo de la cutacha y bueno al ojo con la escopeta, gracias a las enseñanzas de su papa, que era un respetado cazador de […]

Orlando ValenzuelaEspecial/[email protected]

Tal vez ni los tres mosqueteros juntos habrían vencido a la espada a don Juan Emilio Pichardo Mejía, que a los 14 años ya era un experto en el manejo de la cutacha y bueno al ojo con la escopeta, gracias a las enseñanzas de su papa, que era un respetado cazador de lagartos de Momotombo.

Desde que tenía nueve años acompañaba a su papa en sus giras de cacería por la costa del lago, en busca de los ariscos lagartos y cuajipales que se escondían en los matorrales de las orillas o reposaban desafiantes en la playa tomando el sol matutino.

Dice que a la edad de 16 años él ya podía dominar bien el arpón de cazar los peligrosos reptiles, y contó la historia de cuando tres amigos quisieron cazar un enorme y muy bravo lagarto: “Fueron Ramón Argüello, un tal Bruno y un muchacho hijo de crianza de la familia de Bruno, se metieron al agua y se encontraron con ese animal que era bien bravo, con el arpón pegado empezó a dar jalones y corrió bastante, hasta que se rindió. Ya iban a subir al lagarto cuando éste dio un golpe y hundió el bote, y lo peligroso era que el agua estaba infestada de lagartos. Como andaban ropa y les estorbaba para nadar se la quitaron y nadaron hasta la costa”.

Nunca se casó, pero asegura que se llevó a una hermosa muchacha que ya había pedido el administrador de la hacienda El Diamante, donde él trabajaba como “aventador” de ganado. La muchacha se enamoró de él y salió “interesante”, pero murió en el parto, no así la niña que a estas altura tiene como unos 50 años, asegura.

Don Juan Emilio tiene ahora 92 años y aún recuerda con emoción cuando en una ocasión le ganó una apuesta a uno de los marines que habían en el poblado cuando existía el muelle. Esa vez la prueba consistía en ir al nado desde una lancha ubicada en el lago hasta el muelle, tocarlo y dar vuelta de regreso, lo que él logró para asombró de muchos, lo que le valió una sentencia del gringo por la humillación.

En el patio de su casa, don Juan Emilio ve pasar el tiempo y se sonríe cuando se le pregunta cuál era el secreto que él tenía para enamorar a las muchachas de su época, y dice con picardía: “Yo no las enamoraba; me las llevaba con la mirada”.  

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