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El Coronel Enrique Bermúdez, “Comandante 3-80”, aparece junto a otros comandantes en el Centro de Instrucción Militar de Yamales, Honduras, en 1984. A su derecha, Arístides Sánchez, quien el 21 de noviembre de 1990 le advirtió de un complot para matarlo. LA PRENSA/ARCHIVO.

Reportaje Investigativo: Caso 380, expediente abierto

Sandinistas están jugando con vos “al gato y al ratón”, le dijo, al despedirlo en Miami, el 6 de febrero de 1991

El 7 de febrero del 91, Bermúdez emprendió el último viaje de Miami a Nicaragua. Antes se había despedido de su esposa, sus hijos y de su madre Ángela Varela, quien en un repentino y maternal instinto de proteger a su hijo, le pidió que se cuidara porque los sandinistas le podían haber tendido una trampa.

“Los sandinistas te van a hacer el mismo juego que le hace el gato al ratón. Te dieron la cuerda del queso largo para que te confíes y te van a matar”, le advirtió la señora. Él sonrió y le pidió prestada la casa que ella tenía en Bello Horizonte, donde habitó sus últimos días.

Bermúdez, en su primer viaje a Nicaragua, en noviembre del 90, había sido advertido por un ex compañero de armas, que existía un complot para matarlo.

Arístides Sánchez, ex comandante de la Contra y por un tiempo allegado a Bermúdez, había sido capturado la noche del 15 de noviembre y torturado por agentes de seguridad de la Policía Nacional, que lo acusaron de portación ilegal de armas de guerra. Lo llevaron a las cárceles de El Chipote, y entre sesiones de tortura, un supuesto alto jefe policial le dijo que Bermúdez sería el próximo “contra” muerto, de acuerdo a su testimonio ante un Comité Senatorial de los Estados Unidos.

Sánchez, liberado el 21 de noviembre, y a pesar de haber dejado de ser amigo de “3-80” por diferencias políticas, llamó a Miami a la esposa de Bermúdez, Elsa Italia, para contarle las advertencias de muerte contra su esposo y le pidió que le aconsejara salir del país o refugiarse en una embajada.

Meses más tarde, durante el proceso de investigación, Sánchez contó al personal del Comité Senatorial de Estados Unidos que sus “torturadores”, a los que identificó como oficiales de alto rango en la Policía Nacional, entre quienes mencionó al entonces Jefe Nacional de la Policía, René Vivas Lugo, le habían asegurado que pensaban matar a Bermúdez.

Jefe máximo de la Contra

El 7 de febrero de 1991, Bermúdez regresó a Nicaragua por segunda vez. Finalizada la guerra civil nicaragüense (junio 1990), el Coronel G.N. había regresado por vez primera al país en noviembre de 1990.

Antes, desde 1979, había estado en Estados Unidos, donde fue contactado por agentes de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) para organizar y entrenar a un grupo de ex miembros de la Guardia Nacional que junto a un grupo de campesinos inconformes con el nuevo gobierno, pretendían crear un grupo militar para derrocar a los sandinistas.

Fundó la llamada Legión 15 de Septiembre y conformó, con ayuda de la CIA y del gobierno de Estados Unidos, una guerrilla que posteriormente se llamaría Frente Democrático Nicaragüense (FDN), que aglutinó a aproximadamente el 80 por ciento del total de las fuerzas militares antisandinistas.

Bermúdez, en medio de contradicciones internas y rivalidades con algunos de sus compañeros de armas, llegó a ser el Jefe Supremo del FDN y de toda la Contra, hasta su retiro en diciembre de 1989. En esa fecha, arrancaron las negociaciones políticas con los sandinistas en Sapoá.

Responsabiliza a sandinistas

El mismo 21 de noviembre, una vez enterado de las advertencias, Bermúdez escribió a mano una carta al Cardenal Miguel Obando y Bravo en la que explicaba que el gobierno creía que él era el responsable de gran parte de las protestas campesinas antisandinistas que se vivían en el campo, donde los desmovilizados de la Contra exigían cumplimiento a los acuerdos del desarme.

En esa carta, Bermúdez le expresó al Cardenal que consideraba eso (la supuesta advertencia) “una actitud inmoral y de venganza en contra de aquéllos que valientemente combatieron y que tuvieron el patriotismo y el coraje de entregar sus armas de buena fe, creyendo que habían llegado al inicio de una nueva era de paz”.

En el último párrafo de la carta al Cardenal, Bermúdez responsabilizaba de antemano a los sandinistas de su muerte.

“Si algo me sucede, hago responsable de mi suerte a todas las personas que en contubernio con los sandinistas están prestándose a este abuso y violación de los derechos humanos míos y de aquéllos que están siendo perseguidos actualmente”.

Bermúdez fue asesinado dos meses y medio después de haber escrito la carta.

Lucharía por cumplimiento de acuerdos

La tarde del 16 de febrero, según un reporte del FBI brindado a la familia Bermúdez en marzo del 91, una llamada entró a la casa que habitaba Bermúdez en Bello Horizonte.

Según una parte del expediente policial que manejaba una comisión de investigación nombrada por el gobierno, una persona llamó en la tarde a Bermúdez para citarlo al Hotel Intercontinental Managua. Poco minutos después, Bermúdez recibió una llamada de un amigo de Miami, a quien le contó lo de la cita.

Las investigaciones policiales y los reportes obtenidos de manera extraoficial por el Ministerio de Gobernación y la Comisión Investigadora, aseguraron que el sábado 16 de febrero Bermúdez llegó como a las siete y media de la noche al Hotel Intercontinental, supuestamente a buscar a “una gente”.

Según testigos que lo vieron por última vez, Bermúdez anduvo buscando durante aproximadamente media hora a unas personas que, al parecer, no encontró en el hotel.

A cambio, se encontró con un grupo de amigos en el Bar La Cita, con quienes departió un rato, hasta que a eso de las nueve y media de la noche abandonó el local para ir a dormir.

Esa noche habló con su ex compañero de graduación militar Carlos García Solórzano, con Ronald Martínez, un miembro de la Federación de Béisbol que esperaba al scout de Grandes Ligas Wilfredo Calviño; con unas personas de la Alcaldía de Managua, entre ellas Roberto Cedeño, y con el Alcalde de la ciudad de Miami West, el cubano americano Pedro Reboredo.

Ante algunos de ellos, Bermúdez contó que había intenciones de que un grupo de miembros de la Resistencia lo propusieran como representante legal ante el gobierno para gestionar el cumplimiento de los acuerdos de desarme.

Autopsia puso fin a conjeturas

Los primeros reportes policiales indican que Bermúdez caminó unos 40 metros en dirección al estacionamiento, y dos metros antes de llegar a su vehículo, recibió el impacto mortal. No tuvo tiempo de usar la pistola automática que cargaba.

A partir de ahí, junto a las investigaciones policiales, iniciaría una serie de rumores, hipótesis, testimonios de falsos testigos, contradicciones de informes médicos y policiales, acusaciones sin pruebas y una amplísima ola de versiones del crimen, entre las cuales se señalaba que los presuntos autores del hecho estaban siendo encubiertos por las autoridades policiales que investigaban el caso.

Unas de las primeras hipótesis, que luego se descartó, fue que Bermúdez había sido alcanzado por un francotirador armado de un rifle de alta precisión, quien disparó de largo. La hipótesis fue descartada por los peritos de criminalística, quienes alegaron que de haber sido alcanzado a larga distancia con un fusil de gran precisión, el disparo hubiera vaciado la bóveda craneal.

Al día siguiente de la muerte de Bermúdez, con la sangre aún fresca en el parqueo del hotel, los peritos de la Policía encontraron una bala calibre 32, que los hizo suponer que a Bermúdez lo habían matado con un fusil AK 47, a una distancia de no menos de 30 metros.

Se buscaron los casquillos de bala, pero éstos no aparecieron en un perímetro de 300 metros. De ahí, las investigaciones se prolongarían sin nuevas pistas por largos ocho meses, hasta que el 14 de octubre se le hizo una nueva autopsia al cuerpo, cuyos resultados hicieron virar bruscamente las investigaciones.

Un muy escueto informe médico realizado al cadáver de Bermúdez por el forense Alberto González, señaló que una bala había ingresado detrás de la oreja izquierda del Comandante “3-80”, salió por el lado derecho afectando el tejido cerebral y destrozó el hueso parietal derecho. No había señales de pólvora en el cuerpo.

Debido a que los pocos testigos de esa noche, interrogados días después por la Policía, aseguraban que no escucharon ninguna detonación, la Policía supuso que se había utilizado un silenciador.

Quería recuperar propiedades

El segundo viaje de Bermúdez a Nicaragua estuvo motivado por el interés de recuperar unas propiedades que le habían sido confiscadas durante la Revolución Sandinista, según afirmaron familiares a LA PRENSA.

Doña Elsa viuda de Bermúde, aseguró a este Diario que las propiedades que les fueron confiscadas y que Bermúdez quería recuperar son: una mansión en el Reparto Las Colinas, la cual posee Antenor Ferrey Permudi, ex embajador nicaragüense en Panamá. Actualmente no la habita, sino que la renta.

Nacionales Comandante 380 Enrique Bermúdez archivo

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