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Soldados rescatan a una de las víctimas del Pentágono, donde se calcula murieron 800 personas.

Parecía una mala película

David Pezzullo*/Especial para LA [email protected] WASHINGTON/DC.- Empezó como un día de excepcional belleza en esta ciudad de jardines. El verano inclinándose hacia el otoño creó una mañana clarísima, con livianos vientos y una temperatura ideal. Yo trabajaba desde casa buscando cómo terminar un proyecto lo más rápido posible para salir y gozar de este día […]

David Pezzullo*/Especial para LA [email protected]

WASHINGTON/DC.- Empezó como un día de excepcional belleza en esta ciudad de jardines. El verano inclinándose hacia el otoño creó una mañana clarísima, con livianos vientos y una temperatura ideal. Yo trabajaba desde casa buscando cómo terminar un proyecto lo más rápido posible para salir y gozar de este día especial. Estaba todo perfecto. El resto del mundo y sus problemas flotaban muy lejos de aquí.

Fue un amigo de Nicaragua que me dio la noticia.

¡No jodás, me dijo por teléfono, las Torres Gemelas se están cayendo, el Pentágono está en llamas, y vos allí en medio como que si nada!

¿De qué estas hablando? Esas cosas no pasan aquí, contesté yo, despidiendo su alarmismo como algo muy nica.

Aquí lo estoy viendo en CNN, está seria la cosa.

No hombre, ¿cómo van a poder bombardear el Pentágono?”

“Pues no sé, pero está pasando. Bush está viajando a no sé dónde, y que no sé qué cosa con el Capitolio”.

Mirando por la ventana a menos de seis kilómetros de la Casa Blanca, del Pentágono y del Capitolio, el día seguía perfecto. Una tranquilidad total. Por poco ni enciendo la televisión. Pero cuando lo hice, vi una de las Torres Gemelas de Nueva York caerse en una enorme nube de destrucción.

Parecía una mala película. Sólo podía pensar en el tamaño de esa torre, a la cual me había subido en muchas ocasiones. Es que es enorme, cada piso es, o era, por lo menos una cuidad entera. Y allí lo estaba viendo desaparecer. Más de 100 pisos hacerse nada. Uno sólo esperaba que mucha gente haya llegado tarde al trabajo debido al buen clima. Vi la grabación del jet pegarle a la segunda torre sin creer lo que estaba viendo. No era posible.

Y vi las imágenes del Pentágono, cerca de la carretera que uno toma tan a menudo, en llamas, también atacado por un jet de pasajeros secuestrado. Oí noticias de que algo pasaba en el Capitolio, de una explosión cerca del Departamento de Estado y que todos los edificios federales de la ciudad estaban siendo evacuados.

Y empezaron las llamadas de familiares y amigos de todos lados. Y mis llamadas a familiares en Nueva York y amigos en el centro de Washington.

“¿Qué está pasando allá?”, era la pregunta general. La poca información que teníamos todos venía de la televisión. Amigos en el centro que trabajaban para el gobierno decían que todo andaba tranquilo por las calles de Washington. El tráfico estaba denso debido a la evacuación del gobierno, pero nada más, ni llamas en la Casa Blanca, ni explosiones en el Capitolio, ni nubes de humo negro saliendo del Departamento de Estado.

Pero saliendo a la calle uno oía aviones y helicópteros de combate controlando el espacio aéreo de Washington, como si estuviéramos en guerra.

Ya para mediodía todos regresaron a casa. Los amigos de Washington y amigos y familiares en Nueva York están bien. Pero las dimensiones de lo que había pasado surgen a la vista. Washington está cerrada, vaciada.

Estamos en un estado de emergencia. Colegios y universidades están cerrados. El Congreso está cerrado, el Presidente permanece fuera de Washington por razones de seguridad.

Aeropuertos en todo el país —con sus casi 50,000 vuelos diarios— seguirán cerrados hasta por lo menos mañana a mediodía. La bolsa permanecerá cerrada hasta el jueves o más. Uno ha visto el video del segundo choque de avión en Nueva York docenas de veces. Uno ha vivido la caída de las imponentes torres, de arriba abajo, de lado a lado. Por televisión uno ha conocido a personas que estuvieron allí y que vieron las explosiones, vieron a gente tirarse de las ventanas cuando se quemaban las torres, corrieron por sus vidas durante el dramático colapso. Y se conocen los datos básicos: cuatro aviones secuestrados, todos grandes y llenos de combustible para vuelos de costa a costa. Dos pegaron a las torres, uno al Pentágono, y el otro se estrelló en un bosque de Pennsylvania. En los cuatro vuelos murieron 266 personas.

Lo que queda es el “shock”, lo imposible de creer. Un ataque orquestado que pegó al corazón tranquilo de los Estados Unidos. La pérdida de vidas en las torres será algo sin precedente en este país. Pearl Harbor, que incentivó la entrada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, se quedará corto.

La pregunta que queda es: ¿cuál será la reacción de este país? Ya estamos viendo las primeras respuestas militares. Pero, ¿cuál será la reacción en nuestra perspectiva hacia el mundo?

Es como si estábamos esperando algo. Esto no, pero algo que nos conectara nuevamente al mundo, ya que con el fin de la Guerra Fría perdimos nuestro papel internacional. El primer poder del mundo ha estado viviendo de espaldas al mundo. Toda la política ha sido doméstica, realmente local. Pero el ambiente en esta cuidad cambió palpablemente con este ataque horrible en este día tan excepcionalmente claro.

* David Pezzullo, periodista norteamericano que residió en Nicaragua durante varios años y fue editor de la sección Internacionales de LA PRENSA.   

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