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LA PRENSA/A. Huls

“Los abusos no tienen justificación”

Después de leer las memorias del alguna vez guerrillero y ahora general en retiro, Hugo Torres Jiménez, uno pensaría que los sandinistas son una suerte de ángeles, aquellos espíritus celestes alados, incapaces de quebrar un plato. Pero a juicio de millones de nicaragüenses no sólo quebraron un plato, sino la alacena completa. De esto se […]

  • Después de leer las memorias del alguna vez guerrillero y ahora general en retiro, Hugo Torres Jiménez, uno pensaría que los sandinistas son una suerte de ángeles, aquellos espíritus celestes alados, incapaces de quebrar un plato. Pero a juicio de millones de nicaragüenses no sólo quebraron un plato, sino la alacena completa. De esto se discute en esta entrevista.

Eduardo Marenco Tercero [email protected]

Hugo Torres participó en el asalto a la casa de José María Castillo durante una fiesta el 27 de diciembre de 1974 y en la toma al Palacio Nacional donde sesionaba el congreso somocista el 22 agosto de 1978. Ambos secuestros políticos de altos personajes y senadores de la dictadura somocista, dieron a conocer al mundo la lucha guerrillera del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

En ambos hechos, los sandinistas obtuvieron un “rescate” que financió la lucha contra los Somoza y además, la liberación de reos políticos, tales como el ahora ex presidente y líder del FSLN, Daniel Ortega Saavedra. Y por su parte, Anastasio Somoza Debayle recibió dos heridas mortales contra su régimen.

Pero desde entonces, mucha agua ha corrido bajo el puente, los sandinistas estuvieron en el poder once años (1979-1990) hasta que fueron derrotados electoralmente y en la mayoría de la población se les guarda más rencor que admiración alguna.

Ahora Torres ha presentado sus memorias, Rumbo norte historia de un sobreviviente, precisamente en el Salón Azul del Palacio donde sesionaba “La Chanchera”, el Congreso de Somoza, tomado por asalto hace 25 años.

El entonces guerrillero es ahora un general en retiro, ya no vive en el barrio El Calvario donde creció desde niño, en León, sino en una hermosa casa en Las Colinas, custodiada por un soldado del Ejército, casa “súper comprada” a tres gobiernos, asegura, al de Daniel Ortega, Violeta Barrios y el de Arnoldo Alemán. Alguna vez perteneció al Ministerio de la Vivienda y fue ocupada por familiares lejanos de los Somoza y luego confiscada bajo los famosos Decretos 3 y 38. Vive allí desde los años ochenta.

Todavía tiene el aire del monaguillo que fue en su niñez, aunque tiene también la rigidez del militar que procura no demostrar su exaltación.

“Mística sí existía, y bastante”, dice Hugo Torres en su libro. ¿En qué oscuro rincón de la historia habrá quedado tal “mística”?

—Tanto la toma de la casa de Chema Castillo (1974) como el asalto al Palacio (1978) fueron dos hechos históricos que despertaron admiración en buena parte de la población con respecto al Frente Sandinista. Sin embargo, una vez que triunfó la revolución vino la represión política, la “Piñata”, la coartación de la libertad de prensa. ¿Dónde quedó aquel espíritu de cambiar el orden establecido cuando se repitieron muchos de los rasgos autoritarios de la dictadura somocista?

—En el libro yo llego hasta el 19 de julio de 1979 porque éstas son mis memorias de la lucha contra la tiranía de los Somoza. Y al final del libro digo que lo que vendría después sería otra historia, ya desde el poder, y es otra la forma de contarla. A lo mejor me atrevo a hacer un esfuerzo sobre esa parte de la historia desde mi perspectiva personal. Pero además eso no le corresponde sólo a una parte de los nicaragüenses, los miembros del Frente Sandinista. Es una historia compartida entre dos bandos en aciertos y desaciertos.

Una vez triunfada la revolución, fue inevitable que nos ubicaran en medio del conflicto, Este y Oeste de la Guerra Fría, en el lado del campo socialista y al identificarnos como punta de lanza de la Unión Soviética o Cuba, en tierra continental; el gobierno del presidente Ronald Reagan que asciende en 1981 en Estados Unidos, amparado en una plataforma política sumamente agresiva en términos de política internacional al objetivizar que tiene a escasas dos horas en avión una revolución triunfante, diseña una estrategia de derrocamiento de esa revolución, a través de la vía armada, a través de la Contra, a la cual le da asesoramiento, la organiza, le da avituallamiento y armas, para tratar de cambiar la correlación en Nicaragua.

—¿Pero eso justifica los abusos de poder que hubo durante la revolución sandinista?

—No, eso no justifica ningún abuso, los abusos no tienen justificación, por eso son abusos. Se abusa cuando se pasa por encima de la lógica, del sentido común, de la ética y de la ley.

—Usted cita a Sandino en su libro diciendo “que un hombre que no exige de su Patria ni siquiera un palmo de tierra para ser enterrado, merece ser oído, y no sólo oído, también escuchado”. Pero los sandinistas se quedaron con casas…

—Usted se refiere a la famosa “Piñata”.

—Sí, es decir, ¿no hay una contradicción entre la valentía expresada en el asalto al Palacio, por ejemplo, el asalto a la casa de Chema Castillo y todo lo que ocurrió después?

—Creo que los abusos que se puedan haber dado no deben obnubilar el acierto en la democratización de la tenencia de la tierra, tanto de la propiedad urbana como rural, que fue un esfuerzo por redistribuir la riqueza en este país, por democratizar la distribución de esas riquezas. La reforma agraria significó repartir más de tres millones de manzanas de tierra al campesinado. Si se cometieron errores en la forma de organización de ese campesino, a través de cooperativas que tal vez ellos no querían, eso es otra cosa. Pero la voluntad de hacer el bien existía. Y por otro lado, tampoco los abusos de un sector minoritario deben hacernos perder de vista que en justicia lo menos que podía tener alguien que había abandonado todo, inclusive las posibilidades de formarse y hacer dinero como profesional, era un techo donde vivir.

—¡Pero Sandino no exigió ni siquiera un palmo de tierra donde ser enterrado!

—Porque Sandino era de esos hombres realmente extraordinarios como lo fue el Che Guevara que abandonó su cargo de ministro en una revolución triunfante en Cuba para irse sin más nada, como digo en el libro, sólo con sus huesos e ideales y un puñado de hombres a pelear por la causa de otros pueblos; ésos son hombres extraordinarios.

—No estuvieron entonces los sandinistas a la altura de Sandino.

—Procuramos, Sandino es nuestra norma, por lo menos de muchísimos de nosotros es nuestra norma, pero no debería ser sólo la norma de los sandinistas sino de todos los nicaragüenses, porque es por excelencia el patriota, el hombre desprendido de sí mismo en función de una causa. Sandino tiene que ser reivindicado por la historia.

—Mi punto es el siguiente: Carlos Fuentes, en la novela La región más transparente, en la que evalúa lo que ocurrió después de la revolución mexicana, se lamenta cómo al final la revolución no fue más que el surgimiento de una nueva burguesía que desplazó a la anterior. ¿Es eso lo que ocurrió con la revolución sandinista?

—Es muy temprano, por lo menos yo no me atrevo a hacer un juicio de valor serio, objetivo, para poder calificar si es eso o es otra cosa. Las revoluciones traen de todo, también traen intrínsecas sus propias contradicciones, además de las nacionales e internacionales. Independientemente de la buena voluntad, se cometieron un sinnúmero de errores, se cometieron muchas fallas, pero tratar de calificar esos errores como las causas únicas de por qué no cuajó el proyecto tal como hubiéramos querido, sería un error. Hay que darle lugar también a las causas internacionales y los Estados Unidos tienen mucha responsabilidad en lo que pasó en Nicaragua.

—Regreso a mi punto. Cuando se da el asalto a la casa de Chema Castillo se hizo público un comunicado dando a conocer los vejámenes que ocurrieron en la dictadura: desapariciones, asesinatos, todo lo que Ernesto Cardenal resumió al decir que en aquella época “ser joven era un delito” en Nicaragua. Pero eso terminó ocurriendo en la revolución sandinista. El joven que no quería cumplir un Servicio Militar obligatorio terminaba siendo un delincuente.

—No hay términos de comparación.

—Pero también hubo desaparecidos y está debidamente documentado.

—Es posible, yo no…

—Y presos políticos.

—Ah sí, eso también hubo.

—Un poco como lo decía Pablo Antonio Cuadra: se creía que se había acabado la tiranía, cuando se derrumbó Somoza, pero sólo se acabó con el tirano, y los sandinistas terminaron repitiendo lo mismo que Somoza.

—Cuando digo que no hay términos de comparación, partamos de un hecho objetivo y relevante: desapareció la Guardia Nacional.

—Pero surgió la Seguridad del Estado.

—No es comparable con la Guardia Nacional, que nació con el primer Somoza y fue tan somocista que muere con el último Somoza, porque no era un cuerpo profesional que podría haber sobrevivido, depurado, y muere con el último Somoza.

La discusión continúa sobre Fidel Castro, pero ése ya es tema para otra entrevista.

CUBA, LA AMADA

Al finalizar el secuestro de la casa de Chema Castillo, los guerrilleros del Comando Juan José Quezada, integrado entonces por dos jóvenes que llegarían a ser jefes del Ejército (Joaquín Cuadra Lacayo y Javier Carrión McDonough), viajaron a Cuba, donde recibieron protección del régimen de Fidel Castro.

En su libro, Torres elogia el régimen cubano por lo que considera grandes avances en el área social, salud y educación. Y critica, sin embargo, la persecución contra los homosexuales.

Pero se le preguntó si no consideraba que la revolución cubana había devenido en una dictadura personal, pues Castro ha permanecido en el poder más que cualquiera de los Somoza. Él alegó que no se metería a juzgar a la revolución cubana.

Nunca supo quién mató a Chema Castillo

Hugo Torres asegura que nunca supo quién disparó contra Chema Castillo, alto personero de la dictadura, durante el asalto a su casa. “A mí me tocó otro sector de la casa. Lo que sé es que en medio del tiroteo inicial, cuando ya logramos tomarla, Chema corrió y se llevó a los músicos a su habitación donde se encerró. Él era coleccionista de armas, tenía un arsenal como de quince armas, todas en muy buen estado, nuevas algunas de ellas, y él quiso armar a los músicos, aunque ellos le dijeron que sólo habían llegado a tocar música. No tenemos vela en este entierro, le dijeron”.

Agrega: “Entonces los músicos se encerraron en el baño y Chema se quedó solo. Cuando varios compañeros lo conminaron a salir con las manos en alto, porque tenía la puerta cerrada, se oyó que estaba cargando una escopeta. Él logró salir con una escopeta en la mano y hacer un disparo, en una actitud agresiva que desgraciadamente le costó la vida. A lo mejor no hubiera habido ni un solo muerto en esa acción, porque él fue el único, y el compañero Róger Deshón que salió herido”.

Niega que tenga interés en proteger a sus compañeros al ocultar quién mató a Chema Castillo. Insiste: “Yo nunca lo supe y nunca le pregunté a ninguno de los compañeros quién fue, será que me formé en el principio de no pregunte, no permita que le pregunten”.

Por otra parte, en su libro, Torres critica a Henry Ruiz, uno de los nueve comandantes sandinistas, pues en los tiempos de la guerrilla defendía la tesis del “foco”, que dio origen a la tendencia Guerra Popular Prolongada (GPP), que en síntesis, planteaba hacer la lucha contra la dictadura en el campo y de allí irradiarla en focos hasta la ciudad. Pero los “terceristas”, de tendencia insurrecional urbana, que incluía una estrategia de alianzas, comandada por los hermanos Ortega, se impusieron al final.

Torres asevera que no fue su objetivo hacer críticas malsanas a nadie sino dejar las cosas en claro: que para hacer la revolución el “foquismo” no funcionaba en Nicaragua.

También cuenta en su libro cómo el ahora mayor general en retiro, Roberto Calderón, se perdió en la montaña durante tres meses y 17 días, luego de quedar rezagado tras una escaramuza, hasta que se entregó en un puesto de la Guardia Nacional, siendo apresado a regañadientes, porque llegó entrada la noche, de modo que un guardia le dijo: “¡Vení mañana!”

“¡Vaya hombre!”, habría dicho Calderón, “en este país hasta para entregarse hay que pedir audiencia”.

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