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Verdades incómodas y creadores de riqueza

Marcela Sánchezwashingtonpost.com En menos de dos semanas, los líderes de las 34 democracias de las Américas se reunirán en México en una cumbre especial para abordar una pregunta central: ¿pueden las sociedades beneficiarse en su totalidad a medida que las economías crecen y se genera riqueza? Hasta ahora no lo han logrado. De hecho, casi […]

Marcela Sánchezwashingtonpost.com

En menos de dos semanas, los líderes de las 34 democracias de las Américas se reunirán en México en una cumbre especial para abordar una pregunta central: ¿pueden las sociedades beneficiarse en su totalidad a medida que las economías crecen y se genera riqueza?

Hasta ahora no lo han logrado. De hecho, casi una de cada dos personas en América Latina y el Caribe viven hoy en la pobreza y una de cinco en extrema pobreza. De acuerdo con el Banco Mundial, la décima parte más rica de la población recibe el 48 por ciento de todos los ingresos y la décima parte más pobre recibe sólo el 1.6 por ciento.

Los líderes llegarán a Monterrey con ambiciosas estrategias para resolver el gran problema de desigual repartición de la riqueza. Aunque a decir verdad, en una forma fascinante, única y aparentemente incontenible un tipo de distribución de riqueza está ocurriendo ya delante de sus propias narices. Y todos los líderes debieran verse presionados a atender el dilema moral fundamental que plantea ese sistema ya en pleno funcionamiento.

No me refiero a una trascendental reforma agraria o un iniciativa de préstamos a microempresas. Hablo de los billones de dólares que cada año envían inmigrantes en Estados Unidos y otros países a sus familiares en América Latina, mejor conocidos como remesas. Según el último conteo, esos envíos superan hoy los US $32,000 millones anuales, una cifra que en algunos países ha dejado atrás a la ayuda externa, el comercio y la inversión internacional, al punto de que ocupará un lugar en la corta lista de prioridades que los líderes considerarán en su búsqueda del crecimiento económico regional.

Como una fuerza niveladora, las remesas funcionan al poner dinero en las manos de aquéllos que tradicionalmente se quedan por fuera de las oportunidades que brinda la economía convencional ayudando así a que comunidades remotas e ignoradas obtengan el dinero para su desarrollo que raramente reciben de gobiernos y políticos.

Las remesas también retan las altivas suposiciones de líderes regionales. Ofrecen el argumento más contundente contra aquéllos como el Presidente venezolano Hugo Chávez, quien llegará a la cumbre promoviendo la idea de que los gobiernos deben trabajar para redistribuir la riqueza a través de un nuevo contrato social hemisférico.

En efecto, para líderes como el presidente Bush, quien promueve equidad mediante la creación de oportunidades, esas ideas de redistribución son reliquias de una ideología socialista fracasada. Si algo logran las remesas es demostrar que la intervención gubernamental es prácticamente innecesaria.

Después de años de promesas vacías de gobiernos corruptos o ineficientes, los líderes regionales se encuentran ahora jugando un papel que, cuando mucho, busca ayudar a reducir el costo del envío de dinero y, en algunos casos, ofrecer fondos complementarios para proyectos locales de desarrollo iniciados por los inmigrantes, tales como escuelas o carreteras.

Pero las remesas también ponen en evidencia las dos incómodas verdades que muchos aluden: que los tan deseados miles de millones en ayuda que representan las remesas vienen en parte del trabajo de aquéllos que viven y laboran ilegalmente, y que la “creación de oportunidades” se reduce a menudo a las de aquéllos dispuestos a vivir en las sombras del país más próspero del planeta.

Por años —a pesar de los riesgos y las distancias— miles de trabajadores latinoamericanos desesperados han estado viajando al Norte. Los estudios más recientes en remesas revelan, por ejemplo, que las familias frecuentemente toman una decisión colectiva sobre quién deberá emigrar para sacarlos de la pobreza.

Los responsables de trazar las políticas estadounidenses miran principalmente en otra dirección, y con su silencio y su inactividad permiten que esos trabajadores vivan en Estados Unidos ilegalmente. Y así, hoy se estima que unos ocho millones de personas permanecen confinadas a una existencia clandestina que parece hipócrita, si no inmoral, especialmente frente al argumento de que crear mejores condiciones es la forma de salir de la pobreza.

Y la pregunta que sigue sin respuesta es si este sistema de trabajo migratorio y de crecimiento económico mediante remesas ganadas ilegalmente es el tipo de oportunidad imaginado para la gente de las Américas.

Se espera que antes de que empiece la cumbre, Bush revele una propuesta de reforma migratoria que sería la de mayor proyección en casi dos décadas. El plan incluirá un nuevo programa de visas temporales de trabajo, al igual que una forma de otorgar un estatus legal para algunos de los inmigrantes en Estados Unidos. Estas ideas son bienvenidas pero muchos analistas aseguran que son más una estratagema electoral que un manifiesto moral o filosófico.

Aquéllos que puedan pensar que ésta podría ser la ocasión en que la diplomacia habrá de agradecerle a la política por evitarle una vergüenza, deberán pensarlo mejor. No hay duda de lo incómodo que será para los presidentes y primeros ministros firmar una declaración este mes que muestre deferencia por un capital parcialmente ganado de manera ilegal mientras permanecen silenciosos acerca de la situación legal de aquéllos que están proporcionando dicha riqueza.

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