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La caridad en la Iglesia

“La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario” (Benedicto XVI) Los “propagandistas de éxito” o consejeros de “cómo triunfar en la vida” nos hablan de “pensar en grande” para lograr grandes cosas. Las grandes necesidades demandan también un amor […]

“La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario”

(Benedicto XVI)

Los “propagandistas de éxito” o consejeros de “cómo triunfar en la vida” nos hablan de “pensar en grande” para lograr grandes cosas.

Las grandes necesidades demandan también un amor muy grande. Parece utópico concebir a la Iglesia como la familia en donde nadie sufre por falta de lo necesario o nadie debería sufrir por tal motivo, pero los cristianos de los primeros tiempos dejaban impactados a sus contemporáneos paganos precisamente porque entre ellos nadie pasaba necesidad. Ellos amaban en grande, “eran un solo corazón y una sola alma”, dirá el autor de los hechos.

De visita en casa de una familia que podría catalogarse como pobre vergonzante, uno de sus miembros me expresaba la decepción que le producía no encontrar ningún auxilio ni siquiera mínimo de tipo económico de parte de su comunidad eclesial. Según él, debería establecerse un censo en cada parroquia para estar al tanto de la situación no sólo espiritual, moral y sacramental, sino también de salud y económica para así poder brindar una ayuda concreta a los incapacitados y más pobres de la parroquia respectiva.

Alguien me contaba que en otros tiempos de Dios funcionaba en algunas asociaciones parroquiales “el ropero del pobre”, que era un recurso muy efectivo para recoger ropa, medicina y dinero, por ejemplo, lo cual era destinado a suplir, cuando menos en parte, ciertas emergencias individuales y/o familiares luego de estudiar minuciosamente cada caso.

No sé dónde lee este pensamiento, breve pero profundo: “Todo hombre es mi hermano”. Con mayor razón quien comparte mi misma fe. ¿No es verdad?

Es Cristo quien, con la fuerza de su Espíritu, nos hace ver en el otro a un hermano, el que nos hace sentir como propios sus problemas económicos, espirituales morales o de cualquier índole.

Recordemos el caso de aquella religiosa que limpiaba a un leproso y, asombrado, un ateo le dijo: “Madre, yo no haría eso que usted hace ni que me dieran un millón de dólares”. Y ella le repuso: “Y yo ni que me dieran todo el oro del mundo”. Y, desconcertado, el ateo, preguntó a la religiosa: “¿Entonces, por qué lo hace?” “Por amor a Jesucristo”, explicó la monjita.

Porque si somos como Iglesia la familia de Dios tanta gente de la nuestra padece hasta de lo más necesario o indispensable. ¿No será que nos falta más amor a Jesucristo, ver su imagen en los más necesitados?

Parece que por ahí anda la cosa… tal vez eso sea.

Religión y Fe

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