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Dibujo del incendio de Granada por un filibustero (1857). Fuente: revista Centroamericana (1955). ()

En los 150 años del incendio “HERE WAS GRANADA”

El 23 y el 24 de noviembre de 1856 Granada ardió. Filibusteros de Estados Unidos, al mando de Charles Frederick Heningsen y por orden de William Walker, pegaron fuego a la ciudad. El historiador estadounidense Frederick Rosengarden, en su libro Freeboters must die! (¡Los filibusteros deben morir!), consideró esta acción “un despiadado acto de rencor […]

  • El 23 y el 24 de noviembre de 1856 Granada ardió. Filibusteros de Estados Unidos, al mando de Charles Frederick Heningsen y por orden de William Walker, pegaron fuego a la ciudad. El historiador estadounidense Frederick Rosengarden, en su libro Freeboters must die! (¡Los filibusteros deben morir!), consideró esta acción “un despiadado acto de rencor y vandalismo”
[doap_box title=”NUESTRAS PRIMERAS CIUDADES” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”]

(A René y Rodolfo Sandino Argüello)
SEGOVIA no está. Desapareció del todo.
Tal vez quede de ella un oscuro ladrillo
Unos trozos de estribo o de mosquetes extraviados en la nebliselva
Una campanilla o una daga enterradas…
Hablo de su primitivo asentamiento
Fundado junto a corrientes copiosas en pepitas de oro
En medio de olorosos pinos gigantescos.

León tampoco está
En su sitio original. Quedó abandonado
A causa del terrible terror de un terremoto.

Sólo Granada
—mi amable y amada Granada—
Está en donde estaba. Resucitando
Como el Ave Fénix de sus cenizas
Tras saqueos e incendios de piratas y filibusteros
Aquí está. Here is Granada, William Walker.
Con todo en su lugar: calles, plazas, parques,
templos, arroyos, muelle, playas, panteón…

Granada sola
Presta a cumplir cinco siglos de pequeño esplendor
Bajo la sombra del pródigo Mombacho milenario
(un Paraíso Altivo y Verde)
Hija del Gran Lago: dulce Mar gris de nuestros sueños.

(Madrid, 22 de junio, 2004)

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AGHN /Comité del Sesquicentenario

Rosengarden agrega: “Más tarde Walker diría que por razones estratégicas debía impedir que el enemigo capturase esa importante plaza fuerte. Pero el resultado fue que por haber arrasado de manera salvaje e innecesaria una ciudad tan querida, aumentó en la América Central el odio que se le tenía”.

1. Antecedentes inmediatos

Todo indicaba que el desenlace final de la guerra se daría en los últimos días de septiembre de 1856, en Masaya. Ya había acontecido la batalla de San Jacinto, la unión de los partidos locales en pugna y el resuelto apoyo bélico de Guatemala, Honduras y El Salvador. El Nicaragüense, periódico de William Walker, afirmaba que el ejército filibustero —ya aclimatado— gozaba de excelente salud. Los refuerzos de Granada llegaron alegres y cantando. Pero Walker se replegó a la misma ciudad.

El general salvadoreño Ramón Belloso ocupó Masaya el 2 de octubre, el 6 José Dolores Estrada entró, triunfalmente, con sus orgullosos soldados; 1,300 salvadoreños y leoneses se quedaban en la misma Masaya, mientras unos 1,000 hombres —entre guatemaltecos y nicaragüenses, al mando del general Víctor Zavala y del coronel José Dolores Estrada— marchaban hacia Diriomo.

Mientras tanto, Walker recibía en Granada el 4 y 6 de octubre 70 y 100 reclutas que habían arribado, respectivamente, a San Juan del Sur y San Juan del Norte. Los primeros procedían desde San Francisco, en el vapor Sierra Nevada y los segundos, desde Nueva York, en el Texas. De manera que el ejército al servicio de la causa esclavista sumaba entre 1,500 y 1,600 soldados norteamericanos, sin incluir un solo nativo y lo integraban dos compañías de jinetes batidores, dos de rifleros, dos de artillería y una tercera de batidores montados de retaguardia.

El 12 de octubre esta fuerza chocó con la de Belloso en Masaya. El resultado fue sangriento. El mismo 12 Zavala y Estrada entraron a Granada por Jalteva, ocupando casi completamente la ciudad. Los estadounidenses —militares y civiles— resistieron con animosidad. En su informe oficial de la defensa, el general walkerista Fry admitió 17 bajas en sus fuerzas y aseguró contar 150 cadáveres de los aliados. El 13 Walker recuperó Granada. Pero su fin estaba a la vista.

La noche del sábado 18 de octubre desembarcó en Granada un tal Charles Frederick Henningsen con 60 reclutas y numerosas armas y municiones. Al día siguiente Walker lo nombraba Brigadier General de su Ejército, otorgándole el mando del Arsenal y la Artillería.

El renombrado mercenario, que compartía los designios expansionistas de Walker, fue contratado por uno de los grandes aliados de éste: George Law, empresario ferrocarrilero y magnate de la marina mercante. Law y la esposa de Henningsen pagaron el valor de las armas que el “vikingo rubio” llevó a Nicaragua (30,000 dólares). Realmente —anota el doctor Alejandro Bolaños Geyer— los pertrechos fueron dados en pago de valiosas tierras nicaragüenses que los agentes de Walker le “vendieron” en Nueva York a Henningsen. Una vez en Granada, éste se vio obligado a postergar indefinidamente la toma de posesión de “su” hacienda, pues tuvo antes que ayudar a Walker a guerrear contra “la mísera y degradada casta mestiza de españoles e indios”, sus legítimos dueños dispuestos a conservarla.

2. La segunda batalla de Masaya

Walker esperaba más reclutas de los Estados Unidos. El 6 de octubre zarparon 372 sureños de Nueva Orleáns para reforzar sus fuerzas; iban acompañados de 100 inmigrantes, atraídos por las promesas de tierras. El 5 de noviembre de 1856 desembarcaron en Granada. El 6 lo hicieron otros, en número de 130, procedentes de Nueva York, cargados de armas y municiones. En total, su ejército constaba ahora de 2,000 combatientes.

El 7 de noviembre fuerzas al mando del general costarricense José María Cañas —en su mayoría “nicas” exiliados y liberianos— ocuparon San Juan del Sur; pero fueron derrotados pocos días después. Inmediatamente tuvo lugar la segunda batalla de Masaya. Tres días duró esa acción. Tras incendiar todo el sector sur de la ciudad, Walker ordenó la retirada al caer la noche del 18 de noviembre de 1856. “Amaneciendo el 19 —señala Bolaños Geyer— los soldados aliados irrumpieron en las últimas casas que ocuparon Walker y mataron a varios filibusteros dormidos que no oyeron la orden de retirarse. El general Belloso reportó 150 norteamericanos muertos y numerosos heridos, contra 46 aliados muertos y 90 heridos”. En su libro, Walker consignó 100 bajas de los suyos.

En palabras de un filibustero, los rifleros walkeristas —tras sufrir fuertes pérdidas en su segunda derrota en Masaya— retornaron silenciosos a Granada. “Los cansados a descansar y los heridos a morir”. El hospital se atestó de enfermos y moribundos; las provisiones escaseaban cada vez más y los soldados conseguían algo de comer. En adelante, Walker actuaría a la defensiva, hasta el grado de evacuar Granada.

3. Orden y ejecución del incendio

El 20 de noviembre más de 200 enfermos fueron trasladados a las cubiertas del vapor La Virgen que se dirigía al puerto de La Virgen en el istmo de Rivas. Walker y su Estado Mayor zarparon con ellos. Henningsen se quedó para asistir a Fry, comandante de la ciudad, en la tarea de evacuación. El 22, al amanecer, retornó La Virgen a Granada con William Kissane Rogers a bordo. Kissane (un ex prisionero con un largo historial de incendiario en Arkansas y Ohio) llevaba la orden de Walker a Henningsen de quemar y destruir Granada.

Ese mismo día Henningsen lanzó una proclama previniendo a los moradores de la ciudad que desocuparan pronto sus hogares y los edificios públicos porque en pocas horas serían pasto de las llamas. Los filibusteros cargaron todas las pertenencias de los granadinos y las gubernamentales que pudieron en el vapor San Carlos. Fry se marchó en él. Henningsen, quedando al mando de Granada, distribuyó gran parte de sus 419 hombres en diversas calles, con órdenes de incendiar la ciudad cuando diera la señal con el estampido de un viejo cañón colonial —de bronce español fundido en Barcelona— a medianoche. Así comenzó la destrucción de Granada.

El 23 y 24 de noviembre de 1856 la ciudad fue arrasada por el incendio. Kissane robó todos los objetos de plata de las siete iglesias —anillos y sortijas, copones y custodias, rosarios, candelabros y demás objetos sagrados— en el vapor La Virgen. A las 9 de la mañana del 24 —según el capitán filibustero Horacio Bell, con la ciudad todavía ardiendo—, los filibusteros, incluso el general (Henningsen) y el Ministro de Finanzas (Parker French), constituían un tumultoso enjambre de borrachos (el día anterior habían localizado varias bodegas de vinos y brandis) y se organizó una procesión, encabezada por el mencionado Ministro, integrado por unos cincuenta oficiales ataviados de vestimenta sacerdotales, que cargaban un ataúd. La parodia de procesión desfiló alrededor de la plaza en un rito impío, depositando finalmente el ataúd en una tumba excavada en el centro de la plaza sobre la que erigieron un inmenso letrero con la misma inscripción que los romanos dejaron en las ruinas al destruir Cartago: “Aquí fue Granada…”

“Al desbandar el entierro de Granada, una descarga de fusilería recibió a los miembros de la perversa procesión. (el general Tomás) Martínez los atacaba…”

4. El ataque de los aliados

Del 25 al 30, en efecto, los aliados atacaron por tres sitios a Henningsen, siendo rechazados. El sitio y la defensa continuaron hasta que el 13 de diciembre, a las 5 de la mañana, Henningsen se alejó de las ruinas de Granada en el vapor La Virgen con sus pertrechos y bagajes —incluyendo artillería—, soldados y civiles. Antes de partir, clavó en el suelo una lanza que portaba de nuevo la leyenda: “Here was Granada” y en su informe a Walker anotó: “Usted me ordenó destruir Granada (…) Su orden ha sido cumplida. Granada ha dejado de existir”.

Bolaños Geyer comenta: “Las crueles operaciones decretadas por el Predestinado de los Ojos Grises sobre la capital de Nicaragua habían llegado a su fin, pero dejaron impresiones indelebles que Kissane, el gran sacerdote de la neroniana orgía y entierro profano en la plaza, reveló muchos años más tarde, en una carta a un amigo y colega filibustero:

Mi experiencia en el sitio de Granada retorna a mi mente sin cesar, y el horroroso hedor de los cadáveres a flor de tierra a pocos pasos de nuestro campamento, pues en la situación que estábamos no podíamos enterrarlos más hondo. El mal olor en ese ambiente húmedo y cálido era insoportable. Hoy no me explico cómo pudimos aguantarlo durante esos 22 días. Fue un infierno desde el principio hasta el fin; eso es todo lo que fue”.

Y Bolaños Geyer agrega: “De los 419 hombres bajo Henningsen cuando los aliados atacaron Granada el 24 de noviembre, 120 murieron del cólera morbo, 110 fueron muertos o heridos en combate, cerca de 40 desertaron y 2 cayeron prisioneros… Henningsen informó que las fuerzas aliadas sumaban alrededor de 2,800 hombres, incluyendo sus refuerzos; pero que sus efectivos nunca sobrepasaron los 1,200 y 1,500 hombres que tenían al comienzo del ataque y el día de la evacuación. Calculó las bajas aliadas en 200 muertos y 600 heridos, además de las fuertes pérdidas causadas por el cólera, la peste y las deserciones”.

5. La versión de Gámez

Existe publicado en uno de los periódicos centroamericanos de aquellos días una extensa relación del incendio de Granada, de la cual tomaré los siguientes datos. Henningsen ordenó una parada de todos los filibusteros existentes en los cuarteles, a la que también concurrieron varios heridos y algunos vagos llegando todos sin armas ni cartucheras. A las compañías primera y segunda de rifleros, que gozaban de fama, les fue señalado el puesto de honor. Un orador apareció en seguida y pronunció un discurso diciendo que Granada estaba sentenciada al incendio y al saqueo, y que el general Walker estaba de acuerdo en que se adueñasen de cuanto pudieran, con excepción del oro y la plata de las iglesias que él se reservaba para los gastos del Estado. Aquella declaración fue acogida por todos con gritos y palmoteos de entusiasmo.

El orador reclamó en seguida el silencio de las filas, para dar lectura a varias órdenes escritas en un pliego que sacó del bolsillo, y las cuales formaban parte adicional de la orden general del día. Decían así: “El capitán Dolan conducirá a su compañía abajo de la calle de San Sebastián y más allá de la iglesia del mismo nombre hasta los últimos límites de la ciudad, y quemará toda casa o iglesia que esté a cualquier lado de la calle hasta la plaza. El capitán Melhesney llevará la fuerza de su mando abajo del Arsenal, más allá de la iglesia de San Francisco, y comenzando desde la playa quemará toda casa o iglesia que se halle en cualquier lado de la misma calle hasta llegar a la plaza mayor. El capitán Ewbanks se servirá pasar con iguales órdenes a la calle de los Cuadras, más allá de la iglesia de Jalteva. El capitán O’Reagan, debajo de la iglesia de Guadalupe y más allá de la iglesia del mismo nombre”.

Sería fastidioso continuar con los demás nombres de incendiarios designados. Basta saber que hubo un oficial para cada calle, encargado con su pelotón respectivo de ir incendiando los edificios, sin excepción alguna y autorizado para matar si fuese necesario, robar y tomarse otras libertades que por sabidas las omito (…).

Se impartieron órdenes superiores directas al mayor O’Neill y el coronel Sander para que inspeccionasen la obra de destrucción de la ciudad e informasen el resultado. El incendio comenzó por las chozas pajizas que había por los barrios, continuando con las de paredes de adobe y techos de tejas y convergiendo hacia el centro de la población. El consumo de licores saqueado fue excesivo y produjo sus naturales consecuencia en aquella gavilla de malhechores (…).

Antes de dar principio a la destrucción de la parte central, el capitán Dolan se presentó en una de las casas de mejor apariencia y notificó a la persona que la ocupaba, una señora decente, que tenía orden del general Walker para quemarle su casa, si no la redimía en el acto dándole 500 pesos en dinero efectivo. Detrás de él esperaban órdenes los soldados filibusteros empuñando largas varas, con trapos embreados envueltos en la punta, destinadas a servir de teas incendiarias después de ser prendidos.

Cuéntase que una infeliz señora cayó de rodillas, implorándole compasión al capitán Dolan, y manifestándole que no tenía 500 pesos, ni medios para adquirirlos. Al mismo tiempo le preguntaba con ansiedad y deshecha en lágrimas por qué motivo la castigaban de aquel modo sin tomar en cuenta que su hijo había muerto peleando en Rivas contra los “ticos” (el 11 de abril de 1856) y al lado de Walker. El capitán le contestó que él era un subalterno que cumplía órdenes superiores. Sin embargo, agregó: “¿qué cantidad pudiera usted darme para que le salvara su casa?” Y como la señora le respondiese que cuanto tenía eran únicamente 180 pesos, que estaba pronto a entregarlos, el capitán los recibió gustoso, aunque previniéndole que buscase 20 más para completar 200, suma de la cual no podía rebajar ni un centavo. Salió ella precipitadamente a conseguirlos en el vecindario, y cuando minutos después regresaba gozosa con el saldo que se le exigía para la salvación de su casa, ésta ardía por todos sus lados (…).

Ocho hermosas y monumentales iglesias, la Parroquia, el Calvario de Jalteva, la Merced, San Juan de Dios, San Sebastián, San Francisco, Esquipulas y Guadalupe fueron destruidas sin misericordia y con previo saqueo; no contento Henningsen todavía con incendiar la Parroquia, hizo después esfuerzos por arrancarla de sus cimientos volándola con una mina que pudo tan sólo derribarle la torre del nordeste.

6. Henningsen, “genio militar”

¿Quién fue este sujeto y por qué se incorporaba al Paladín del Destino Manifiesto, sirviendo a su objetivo de exterminar al pueblo mestizo de Nicaragua?

En Nueva Cork, donde residía, Henningsen era considerado “uno de los grandes generales de la época, un auténtico genio”. Aunque inglés de nacimiento, había pasado la mayor parte de su vida en el continente europeo —escribió en La Guerra de Nicaragua (1860) el mismo Walker. En realidad, había nacido en Bruselas, Bélgica, el 21 de febrero de 1815, de padres suecos. “Un vikingo rubio de apenas cuarenta años de edad”, según Albert Z. Carr. Educado en Inglaterra, antes de cumplir los veinte, era ya Capitán de Lanceros y Edecán de Tomás de Zumalacárregi (1788-1835), general del ejército carlista en la guerra de sucesión del trono de España. Por su coraje en ella, ascendió a coronel y obtuvo las órdenes de Caballero de Santiago y Caballero de Isabel la Católica.

Luego prestó servicios en Circasia bajo las órdenes del profeta revolucionario Shamyl contra los rusos, pasó al Asia Menor y retornó a Europa para luchar por la independencia de Hungría contra Austria. Fue secretario del líder húngaro Lajos Kossuth, con quien emigró a Nueva York en 1851. Naturalizado norteamericano, se izo marido de una viuda rica de Georgia y se dedicó a escribir, dejando más de 12 libros. Uno de ellos, el de sus memorias sobre la guerra civil española, se tradujo al español bajo el título de Zumalacárregui.

Además de hábil periodista (más tarde publicó artículos para los diarios de Nueva Orleáns y Nahsville en elogio de Walker), Henningsen era un estratega militar, un fogueado artillero, un guerrero nato. Empezó a dirigir los ejercicios de las tropas walkeristas y a enseñarles el manejo de los fusiles Minié —habiendo escrito un manual para su uso— en los cuales era experto. No en vano había convertido durante su estadía neoyorquina en rifles Minié —la más avanzada arma de mano hasta entonces en el mundo y desconocida en los Estados Unidos— miles de mosquetes del ejército norteamericano.

Tras ser expulsado Walker el 1 de mayo de 1857, Henningsen lo acompañó en las campañas que el filibustero protagonizó en los Estados Unidos para retornar a Nicaragua; incluso lo hospedó en su casa de Nueva York. Pero ya no obtuvo apoyo financiero de los potentados neoyorquinos y no se arriesgó a secundar a su jefe, fusilado por los hondureños en Trujillo el 12 de septiembre de 1860.

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