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La pugna en el FSLN

El partido FSLN pasa por una de sus peores crisis institucionales. El enfrentamiento entre los Ortega-Murillo y el Alcalde de Managua, Dionisio Marenco, y las continuas purgas de ministros y otros funcionarios de alto nivel, son apenas la punta del iceberg.

Lo que divide al sandinismo orteguista es la codicia de poder, los intereses económicos y la lucha por el control partidario. Y es que cuando la Administración Pública se concibe como un medio de satisfacer ambiciones personales, familiares y partidistas, no como una plataforma para servir a la comunidad, las pugnas internas son inevitables y feroces.

Muy atrás quedaron los ideales que inspiraron una revolución que derrocó a la dictadura somocista. El sandinismo orteguista enterró debajo de una montaña de riquezas materiales la mística revolucionaria, los principios de justicia y solidaridad social. Algunos sandinistas orteguistas tratan de justificar su voracidad materialista con el cuento de que “les cuesta la causa”, que lo que hoy tienen se lo ganaron en la guerra y que durante los gobiernos de la democracia —que ellos llaman neoliberales— estuvieron “mordiendo el leño”.

Pero sólo son pretextos. Hay miles de nicaragüenses que participaron en la insurrección y la guerra, arriesgaron sus vidas y perdieron familiares, pero ahora viven modestamente y sin reclamar nada más que un puesto de trabajo. Lo cierto es que muchos sandinistas orteguistas llegaron a la conclusión “pragmática” de que los ideales no construyen mansiones, ni compran el automóvil del año, ni pagan las vacaciones en el extranjero. Están convencidos de que es más fácil vivir de la política para siempre, sin tener que trabajar. La codicia es el motor que impulsa sus actos. En cierta ocasión, le preguntaron a un pragmático jefe militar sandinista, ahora en retiro, cómo explicaba el enorme monto de sus bienes y propiedades. Sin siquiera ruborizarse el líder militar sandinista contestó: “¿Y qué querían? ¿Que saliera en bicicleta del gobierno?”

Además del Estado-botín, lo que más le interesa al orteguismo es conservar el control partidario. Ortega y su esposa han convertido a su partido en un patrimonio familiar y de un puñado de voraces e inescrupulosos incondicionales, los cuales parecen un pulpo que trata de acapararlo todo con sus tentáculos. Cuando la propaganda orteguista dice: “Daniel Presidente, el pueblo Presidente”, lo que se pretende es meter en la conciencia de la gente la aberrante idea de que la voluntad de Ortega equivale a la voluntad colectiva del pueblo y, en consecuencia, no necesita consultarlo ni escuchar su opinión. Según ellos el pueblo debe creer ciegamente que las decisiones de Daniel Ortega y Rosario Murillo siempre son y serán en su beneficio y, por lo tanto, no debe cuestionarlas de ninguna manera.

Si hay un militante que sobresale y se vuelve una figura popular, de inmediato se pone en la mira de Ortega y de su esposa. Tal persona es relegada, menospreciada, vilipendiada y hasta amenazada de muerte, sin importar quién sea ni cuánta trayectoria tenga. Eso ocurrió, por ejemplo, con Herty Lewites y ocurre ahora con el Alcalde de Managua, Dionisio Marenco.

Marenco ha venido cuestionando algunos disparates y arbitrariedades del matrimonio reinante Ortega Murillo y finalmente lo desafió al proponer y lograr que fuera elegido por el Concejo de Managua, un Vicealcalde de su confianza y no el designado por el dedazo presidencial. La reacción de los Ortega Murillo ante la derrota que les propinó el alcalde Marenco fue furibunda.

El alcalde Marenco ha expresado con toda razón y derecho que la Alcaldía no está sujeta al Poder Ejecutivo y que debe respetarse su independencia. Esa postura de Marenco ha hecho patalear a los Ortega Murillo que lo califican como traidor.

Pero, en realidad, lo que ha hecho Marenco es simplemente rechazar un estilo autoritario de gobierno que lesiona su autoridad política, maltrata su dignidad humana e irrespeta sus derechos de Alcalde elegido por la población en un marco de autonomía municipal.

Los Ortega Murillo quieren gobernar sin sombras. Pero este absolutismo medieval al mejor estilo del monarca francés Luis XIV, célebre por su frase “El Estado soy yo”, no funciona con las personas libres y democráticas. Y evidentemente, tampoco con los sandinistas que se respetan a sí mismos y se dan a respetar.

Editorial
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