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Educación y desarrollo

Los resultados de los exámenes de admisión en la Universidad Autónoma de Nicaragua (UNAN), dados a conocer recientemente, evidencian el fracaso de la educación media de naturaleza pública en nuestro país. De 9,477 estudiantes sólo el 2.53 por ciento pasó los exámenes de matemáticas, español y sicométrico.

De nada sirve que la Universidad Nacional amplíe el número de cupos para estudiantes de nuevo ingreso si estos no están preparados para responder al reto de la educación superior. Es necesario concentrar esfuerzos para mejorar la calidad de la educación media pública en Nicaragua. De esto depende que los bachilleres estén listos para ingresar a la universidad y contribuir como profesionales al desarrollo de la nación.

En la Declaración de Santiago, adoptada en la Segunda Cumbre de las Américas que se celebró en abril de 1998 en Santiago de Chile, se dice que la educación secundaria es “un factor decisivo para el desarrollo político, social, cultural y económico de nuestros pueblos”. Los malos bachilleres por lo general son malos profesionales. Los malos profesionales no consiguen empleo y no aportan al desarrollo del país. Se requiere, pues, que las autoridades educativas del país y la sociedad civil trabajen juntos para, primero, adecuar los currículos a las necesidades educativas que impone nuestra realidad económico-social y cultural; segundo, mejorar la preparación y el salario de los docentes que trabajan en este nivel; y tercero, ayudar a buenos estudiantes de escasos recursos con becas económicas que les permita permanecer en los centros de estudio.

Con respecto a los currículos, conviene diversificarlos para que los estudiantes puedan optar a carreras técnicas especializadas. Esta propuesta no es nueva. En el 2001 fue parte de las recomendaciones sobre políticas educativas en el marco de la Declaración de Cochabamba, adoptada en la VII Reunión del Comité Regional Intergubernamental del Proyecto Principal de Educación, Promedlac. De poco o nada sirve que las universidades sigan graduando masivamente abogados o periodistas, por ejemplo —sin ánimo de menospreciar estas dos importantes disciplinas— cuando la realidad nos dicta que el país necesita más técnicos agrícolas para modernizar la producción, electricistas y mecánicos industriales para trabajar en fábricas, maquilas, etc., soldadores especializados ante la perspectiva de llegar a refinar petróleo en Nicaragua, especialistas en redes, etc. Entonces, tal vez haya que convertir algunos colegios de secundaria en institutos tecnológicos superiores. Muchas personas insisten en obtener un título de licenciado sólo para colgarlo en la pared de la sala de su casa, pues no les sirve para ganarse la vida. Sería necesario cambiar los patrones culturales que han contribuido a esta concepción errónea de la preparación profesional.

Por otro lado, es imperativo que los docentes de educación media estén mejor preparados; que hagan un mejor uso de recursos didácticos y tecnológicos; que trabajen en la formación de hábitos saludables y de valores en sus educandos; que los inspiren y motiven a la superación. Aquí, el Gobierno, a través del Ministerio de Educación —en coordinación con las universidades— debe tomar la iniciativa. No puede esperarse un rendimiento académico óptimo, cuando una buena parte de los maestros de nivel medio no son especialistas en educación. Según estadísticas de la Unesco, en Nicaragua uno de cada cuatro docentes de nivel básico no está certificado para ejercer la docencia. En cambio en Costa Rica el noventa y dos por ciento está certificado (Educación para todos en América Latina: un objetivo a nuestro alcance). Habría, pues, que comenzar por ahí y, además, elevar el salario de los docentes a un nivel que haga la carrera atractiva. El interés de un gobierno en mejorar la educación debe reflejarse en el porcentaje que se asigna a esta área en el Presupuesto General de la República.

Finalmente, el estrato social de los estudiantes influye drásticamente en su rendimiento académico. Cuanto menor es el ingreso familiar, mayor es la posibilidad de que los jóvenes abandonen el aula o tengan un rendimiento deficiente. El Estado y la empresa privada deberían de coordinarse para establecer un sólido programa de becas económicas a estudiantes promisorios de escasos recursos. Educación y desarrollo van de la mano.

En un mundo globalizado y competitivo como es el actual, la inversión que se haga hoy en una mejor educación de los jóvenes, pagará dividendos el día de mañana.

Editorial
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