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La historia de Diana Raquel, la niña asesinada y desaparecida durante un año

Diana Raquel Gutiérrez Hernández fue encontrada asesinada en una letrina después de un año de búsqueda. Este es un retrato de la niña de 12 años de vida, víctima del atroz hecho

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Las manos de Nora Hernández tienen esa mancha blanca que se forma después de lavar decenas de piezas de ropa. Son como paños en los que hay cierto brillo en medio del pulgar y el índice, pero van irradiándose a los demás gonces de los dedos. En sus antebrazos también hay algún vestigio de los años restregando en un lavandero empapado de jabones y detergentes.

Esta es una tarde de inicios de junio y Nora Hernández se disculpa por llegar unos minutos tarde a su casa, en el barrio La Primavera, de Managua. “Desde en la mañana estoy lavando ropa”, dice la señora de 52 años de edad, que se dedica a lavar y planchar para conseguir dinero.

En el patio, bajo un pequeño toldo y el barullo del ladrido de unos perros y martillazos secos, coloca tres sillas de plástico para contar la historia de su nieta, Diana Raquel Gutiérrez Hernández, la niña de 12 años de edad que fue encontrada asesinada en lo profundo de una letrina después de un año en el que estuvo desaparecida.

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Nora Hernández, abuela de Diana Raquel. LAPRENSA/O.Navarrete

“¡Cómo no la busqué!”, dice Nora a cada momento. “A mí me decían que Diana andaba pidiendo en las calles, que andaba oliendo pega, que andaba de prostituta, que la habían visto con un hombre, y hasta me dijeron que estaba embarazada, que por eso no venía”.

Durante un año Nora anduvo buscando a su nieta en hospitales, morgues, estaciones de Policía, centros de derechos humanos y en las calles pegando carteles con el rostro de la niña. La última resma de papeletas la quemó ayer para no llorar cada vez que miraba su retrato.

“Yo decía que si Diana estaba embarazada, no importaba, yo la iba a recibir. Todo mundo tiene errores, y yo iba a ser una bisabuela joven”, dice Nora, con la voz débil. “Por eso me ha dolido más, porque yo tenía la esperanza de que la íbamos a encontrar viva”.

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Familia

Iveth Gutiérrez Hernández no fue capaz de ver la última palada de tierra sobre el ataúd de su hija, Diana Raquel Hernández. Mientras bajaban el féretro se desmayó y fue trasladada a unos metros de distancia. La sentaron sobre una tumba y cuando abrió los ojos, estalló en llanto. Este 30 de mayo de 2019, mientras muchas familias se reunieron para celebrar el Día nacional de las Madres, ella enterró a su niña.

Diana Raquel era la menor de las dos hijas de Iveth. La primera la nombró Génesis Sarahí porque las hermanas de la iglesia se lo sugirieron. Pero con su última niña quiso honrar a dos de sus tías con sus primeros nombres: una se llama Diana, aún viva, y la otra Raquel, ya fallecida y enterrada en la misma bóveda donde ahora descansan los restos de la niña de 12 años.

“Ya las dos Raquel están descansando juntas”, dice Iveth, con los ojos cargados de lágrimas.

Iveth Hernández, madre de la niña. LAPRENSA/O.Navarrete

Iveth Gutiérrez Hernández tiene 33 años de edad. Es una morena recia, de estatura baja, con los ojos rasgados. Habla poco y bajito, y en los últimos días lleva la mirada perdida. Para las entrevista con los medios de comunicación decía poco y lloraba mucho.

Ninguna de las dos hijas de Iveth fue reconocida por sus padres, y fue su abuela, Nora Hernández, quien se encargó de ellas. “A mí esas niñas me cuestan desde la barriga (embarazo). Nosotros (Iveth y ella) hemos sido madre y padre”, dice Nora, quien por esa razón siente a sus nietas como hijas. “Siempre hemos trabajado lavando y planchando ropa para buscar la comida”.

En su casa Iveth tiene un rótulo en el que ofrece frijoles, hielo y helados. A Diana le gustaban los refrescos que preparaba su mamá y sus comidas preferidas eran el indio viejo y el arroz aguado. De hecho, este último fue el platillo que probó antes de morir.

Desaparición

A tan solo unas cuadras de su casa, Diana Raquel fue asesinada y desaparecida.

En una de estas calles hay unos hombres reparando motocicletas, unas señoras sentadas en las aceras. Varios niños corretean detrás de un balón de futbol y tres jóvenes salen de un edificio de dos pisos. A unos cuantos metros están servidas dos mesas con las sillas traspuestas y justo enfrente un puesto de venta, en donde el 23 de mayo de 2019 los oficiales de la Policía sacaron los restos de Diana Raquel Gutiérrez Hernández.

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La niña de 12 años se perdió justo en esta calle el 25 de mayo de 2018, mientras se desarrollaban las protestas contra el Gobierno de Nicaragua. En este barrio, sin embargo, no hubo barricadas ni tranques. El movimiento de esta calle era quizá similar al que se puede apreciar ahora. Por esa razón era difícil de creer que no hubiera ojos que miraran el momento en que Víctor Ortiz Moraga, de 24 años, metió a Diana a la fuerza para después asesinarla.

Aquel fue un día cualquiera para la familia de Diana. Ella acompañó a su madre a realizar una gestión de su abuela y ambas regresaron a la casa de Iveth. Génesis, la hermana mayor, estaba en la casa de su abuela. Fue por eso que Diana quiso ir a buscar a su hermana en la tarde.

Diana aparentaba menos edad de la que tenía. LAPRENSA/O.Navarrete

Iveth estaba descansando y no escuchó bien cuando Diana le dijo que iba buscar a su hermana.

Diana salió después de las cuatro de la tarde. En el camino se encontró con una amiguita que le dijo que jugaran, pero ella le contestó que iba a buscar a su hermana y que mejor la esperara cuando regresara. Caminó unas tres cuadras más, hasta que Víctor Ortiz la tomó por la fuerza y la metió a su casa.

Ortiz la golpeó de inmediato con un objeto sólido en la cabeza, según el relato de la Fiscalía, y esto provocó su muerte instantánea. Envolvió el cuerpo en un plástico y lo lanzó dentro de una letrina abandonada. Después introdujo escombros para tapar el cuerpo de la niña.

El 23 de mayo, día del hallazgo de los restos de Diana, después de horas removiendo heces para sacar el cuerpo, también encontraron un machete con el que Víctor Ortiz pudo haberle provocado una herida letal. La primera explicación de la Policía había sido que después de haberle propinado el primer golpe, la niña no murió, y fue por eso que la degolló con un machete.

No ha sido posible corroborar estas versiones hasta ahora. Debido al grado de descomposición, el cuerpo de Diana ya no tenía tejidos. Esto también ha complicado comprobar si Víctor Ortiz violó antes a la niña. La Fiscalía tampoco ha dado luces sobre el motivo por el que el hombre cometió el brutal asesinato.

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Ese día Ortiz estaba solo en su casa. Su padre se encontraba trabajando como zapatero de un mercado, y su hermana tenía un trabajo formal del cual fue despedida unos meses después. “Primero está su dolor como familiares de la niña, pero también está nuestro dolor porque él es nuestro hermano. Sentimos dolor por ambas causas porque es algo trágico, horrible para ambas familias”, dijo Sarahí Ortiz, hermana del acusado, durante una audiencia.

En la casa de Víctor Ortiz Moraga ahora hay un puesto de productos que puso su hermana hace unos meses. Sarahí fue la única que ha llegado a las primeras audiencias de su hermano. “Perdoname, por favor, perdoname”, fue lo único que le repetía Víctor al oído mientras la abrazaba.

“¡Asesino, asesino!”, le gritaba la multitud a Víctor Moisés Ortiz Moraga cuando la Policía se lo llevaba en una patrulla. LA PRENSA/Uriel Molina

Confesión

Diana Raquel se perdió desde las cuatro de la tarde del 25 de mayo de 2018. Ese día su familia y vecinos la buscaron en todo el barrio. La abuela y la madre de la niña llegaron a las tres de la madrugada a su casa después de horas de búsqueda.

Víctor Ortiz, el asesino, fue una de las personas que anduvo en el proceso de búsqueda de la niña. Anduvo pegando papeletas y en una camioneta simulando buscarla. A Iveth, la madre, le preguntaba frecuentemente si ya la habían encontrado.

Según se conoce extraoficialmente, Ortiz habría contado a un grupo de personas con las que tomaba alcohol y consumía drogas que cometió el crimen. El hombre habría dicho también donde había enterrado a la niña. Días después de este hecho, la Policía allanó su casa y lo detuvieron por posesión de drogas. Durante este período, el acusado confesó el delito y por esa razón la Policía logró recuperar los restos de la niña.

Los vecinos cuentan que antes de que Víctor fuera capturado intentó convertirse en evangélico, ya que supuestamente no podía con el remordimiento.

“Nos dijeron que mandaba a llamar al pastor y le decía que quería reconciliarse con Dios, pedir perdón por todos sus pecados para después suicidarse”, dice un vecino.


Enfermedades

A Diana la enterraron en el cementerio de Nagarote, a unos 40 kilómetros de Managua. A las 11:00 de la mañana del 30 de mayo, del barrio La Primavera salieron un microbús, donde colocaron el pequeño ataúd de Diana, y dos buses detrás donde iban los vecinos y familiares.

En la tierra caliente de Nagarote fue donde nació Nora Hernández, abuela de Diana. En una casita de recientes paredes de concreto hicieron la última parada de la niña. El féretro fue puesto en la sala, mientras los acompañantes se sentaban en unas sillas alrededor. Un pastor evangélico hizo una oración y después una camioneta con parlantes puso la música evangélica que a Diana le gustaba cantar en la iglesia.

Mientras Nora Hernández caminaba rumbo al cementerio decía que Dios “es el único que puede dar o quitar vidas”. Que el único que pudo haber cometido este crimen es el diablo porque “solo vino al mundo a matar y destruir”.

La madre y abuela de la niña de 12 años. LAPRENSA/O.Navarrete

Los 12 años de edad de Diana fueron difíciles. A los dos años convulsionó tan fuerte que por muchos años le brindaron atención especial en el Hospital La Mascota. La niña tenía problemas de aprendizaje. Es por eso que al momento de su muerte cursaba el tercer grado de primaria, mientras su hermana, apenas un año mayor, ya estaba en segundo año de secundaria.

En 2017 la abuela la retiró del colegio porque una niña la golpeó y la directora del centro no quiso acceder a trasladarla de turno. “El colegio era para que le ayudaran, no para que le pegaran”, dijo Nora.

Diana se iba a recuperar de la enfermedad, pues en unos últimos análisis no presentaba más daño en su cerebro. No obstante, a los 10 años de edad también padeció de dolores en los huesos, al punto de que le diagnosticaron reumatismo infantil.

Las enfermedades nunca le borraron la sonrisa. En la casa era la más inquieta y siempre participaba en los coros de los cultos religiosos o en los bailes de la escuela. Se estaba recuperando con tratamientos, poco a poco. “No se me murió de las enfermedades y vino ese hombre y me la mató”, dice Nora.


Pena máxima

Los familiares de Diana Raquel Gutiérrez Hernández piden que se le aplique el máximo castigo al asesino de su hija, Víctor Ortiz. “Queremos que pague, que le caiga todo el peso de la justicia. Esto no puede quedar así. Mi hija no era ningún animalito para que la matara a como lo hizo”, dice Iveth.

La abogada Karla Martínez, defensora de Ortiz, solicitó al juez Julio César Arias que el acusado sea valorado por un médico psiquiatra forense. En los próximos días será remitido al Instituto de Medicina Legal.

La Fiscalía presentó un testigo que miró que Ortiz llevó a la menor dentro de la casa. Según la declaración, el testigo pensó que era un familiar de la niña.

El testigo, el bombero Luis Antonio Roque Miranda, del Cuerpo de Bomberos del mercado Roberto Huembes, se enteró de esto hasta el 23 de mayo de 2019, cuando vio en las noticias que sacaron a la niña de la letrina y en la televisión pusieron la foto de la menor. El 25 de mayo de 2018 andaba vendiendo aguacates en el barrio La Primavera. El testigo después de ver las noticias se dirigió a la Policía del Distrito Seis para dar su entrevista de lo que vio.


Explicación

Hay algo que no se puede explicar Iveth Gutiérrez Hernández: por qué los niños abandonados en las calles no se pierden y su hija que salió una vez sola le pasó esta desgracia. “No me explico”, dice Iveth, quien durante mucho tiempo se sintió culpable por haberla descuidado aquel día.

Diana iba a todas partes con ella: a la iglesia, a las reuniones en el barrio, a los simulacros que hacían los bomberos y la Policía, a las casas donde Iveth limpiaba o lavaba y planchaba ropa para ganar dinero. “No nos separábamos”, dice la madre.

La niña quería ser bombero o policía. A su abuela, Nora Hernández, le enseñaba los ejercicios que aprendía durante los simulacros. Sabía dar primeros auxilios. “Diana aprendió de todo, pero aquel día no se pudo escapar de ese hombre que la mató”, dice Nora.

A la izquierda de la foto está Génesis, la hermana mayor de Diana. LAPRENSA/R.Fonseca

Desde el pasado domingo Nora Hernández regresó a lavar y planchar ropa para no perder a sus clientes. “Dios ha tocado corazones, pero usted sabe que el que no trabaja, no come. Peor en esta situación económica que está el país”, dice.

Nora regresó a lavar ropa también para distraerse. Sin embargo, mientras restriega las piezas es inevitable que piense en Diana y comience a llorar. A cada momento se echa agua en la cara para que no la miren llorando.

El trabajo duro ha sido parte de la vida de Nora. Empezó a trabajar a los ocho años de edad en Nagarote, donde vendía verduras de su abuela. Un poco después ya sabía lavar y planchar, y cortó algodón en haciendas. Su infancia fue dolorosa y triste. En lugar de ir al colegio, vendía en las calles. Sufrió pobreza y maltrato de su familia y otras personas. “Pero aquí estoy gracias Dios. A veces agradezco ese sufrimiento porque aprendí a trabajar para sobrevivir”, dice Nora.

Además de las manchas de detergentes de las manos, Nora Hernández tiene inflamados los antebrazos. Le cuesta incorporarse de la silla y camina con dificultad, pues siente dolores intensos en los talones, las rodillas y la cintura.

Para poder dormir, ella y su hija Iveth, se hacen té de naranja agria o canela. Los brebajes solo las calman un rato y en los últimos días han estado tomando pastillas para dormir. Lo único que las hace levantar cada día es Génesis, hermana de Diana, que una vez salga de secundaria quiere estudiar Derecho. “Haremos todo el esfuerzo para pagarle la universidad y que ayude a su mamá”, dice Nora.

Antes de irse a trabajar, la abuela de Diana se toma dos pastillas para el dolor. Mientras va cojeando dice que ya tiene listas las plantitas que llevará para adornar la tumba de su nieta. “Al menos encontraron sus huesitos y sé que están ahí”, dice, mientras hace otra pausa. “Ella está bien, en los brazos de Dios, no está sufriendo como nosotros en la tierra”.

La niña fue enterrada en Nagarote, la tierra de donde nació su abuela. LAPRENSA/R.Fonseca

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