El 18, 19 y 20 de abril de 2018 marcan un hito en nuestro devenir. Señalan un punto de inflexión en nuestro quehacer político y el inicio de un acontecimiento inédito en nuestra historia, tan plagada de hechos violentos: el despertar de un pueblo que, estimulado por el ejemplo de su juventud, se alzó en una rebelión cívica y pacífica en contra de un régimen responsable de destruir la institucionalidad democrática. Y es que, a partir de 2007, se fue generando la mayor concentración de poder en una familia, como nunca antes en la historia de Nicaragua.
Tras más de una década de abusos, de constante irrespeto a los derechos humanos, de rampante corrupción y de continuos fraudes electorales la ciudadanía, al unísono, dijo: “¡Basta ya!” “¡Queremos un cambio profundo, una nueva cultura política que nos permita construir una Nueva Nicaragua, la patria libre, digna y justa que deseamos heredar a las futuras generaciones!”
Todo comenzó aquella tarde del 18 de abril de 2018, cuando miembros de la Juventud Sandinista, respaldados por la Policía, agredieron con tubos, garrotes y pedradas a un grupo de ancianos, que junto a estudiantes de la UCA y representantes de la sociedad civil, protestaban pacíficamente y se vieron obligados a refugiarse en el Centro Comercial Camino de Oriente hasta donde fueron perseguidos, golpeados y heridos. La protesta era por la negligencia del régimen en sofocar el incendio de la Reserva Biológica Indio Maíz, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, así como por la inconsulta reforma del sistema de pensiones del Seguro Social, que mermaba las raquíticas pensiones que reciben los jubilados.
Ese mismo día ancianos y estudiantes de la UNAN León también fueron agredidos mientras protestaban por las mismas razones.
El día 19 arreciaron las protestas y la represión de la Policía. Esta comenzó a disparar en contra de estudiantes refugiados en la UNI. Simultáneamente, una protesta estudiantil, frente al portón de la UCA, fue atacada brutalmente obligándolos a replegarse en el interior de la Universidad, cuyo portón principal fue destruido por la Policía. Ese mismo día 19, por la noche, fue asesinado en Tipitapa el estudiante de secundaria Richard Pavón.
El día 20 fue asesinado el niño Alvarito Conrado, de tan solo 15 años de edad, alumno del cuarto año de secundaria del Instituto Loyola. Alvarito, con un admirable heroísmo y un ejemplar espíritu de solidaridad, llevaba agua a los estudiantes que se habían tomado los predios de la UNI y estaban siendo baleados por la Policía, que utilizaba armas de guerra. Alvarito recibió un balazo en su garganta.
Varios estudiantes llevaron a Alvarito al Hospital Alemán. La Emergencia del Hospital se negó a brindarle atención. También le negaron atención médica en el Hospital Cruz Azul. Alvarito gemía: “Me duele respirar”. Finalmente, fue recibido por el Hospital Bautista y conducido al quirófano donde falleció. Alvarito Conrado es un símbolo extraordinario y noble de solidaridad. Pese a su corta edad, sintió que debía de hacer algo por su patria y ayudar a los estudiantes que estaban siendo atacados por la Policía.
Este es el singular espíritu de solidaridad que se hizo sentir, en muchos actos heroicos, durante la rebelión cívica de abril. Y es ese mismo espíritu de solidaridad el que en estos momentos de pandemia debe movernos para que juntos, y autoconvocados como en abril de 2018, derrotemos el mortal virus frente al cual, el régimen, ha demostrado lo poco que aprecia la vida de los nicaragüenses, como lo comprueban las irresponsables convocatorias a actos masivos y su negligencia en adoptar todas las medidas preventivas recomendadas por la OMS y la OPS.
El autor es coordinador general de la Alianza Cívica para la Justicia y la Democracia.