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Nicaragua, sanciones, Daniel Ortega

Plan A, B o C

¿Habrá mil nicaragüenses dispuestos a plantarse en las calles asumiendo dichos riesgos? ¿Podría evitarse reacciones violentas de la población ante el salvajismo homicida de los sicarios de Ortega?

El plan A, el preferido de la oposición, es la vía electoral; lograr que el pueblo, a través de elecciones totalmente libres y limpias, elija su presidente. El problema con esta alternativa es la casi certeza de que los OrMu no las darán y que, si lo hacen, lo harán a medias. Esto crea para la oposición el dilema de abstenerse o participar.

Decidir cuál alternativa es mejor es complejo. Abstenerse puede ser razonable, siempre y cuando la comunidad internacional califique de antemano a los comicios como inválidos. La pareja dictatorial derrotaría en elecciones a los zancudos, pero no podría legitimar su victoria. Un problema con esta opción es que la oposición no movilizaría sus bases, como ocurre normalmente en elecciones, limitándose a protestas limitadas contra los comicios. Participar, por su parte, aún sin condiciones adecuadas, no necesariamente legitimaría el proceso mientras lo haga bajo protesta, y sí permitiría movilizar y calentar sus bases, llevar su propio recuento de la votación con una buena red de fiscales, y denunciar con pruebas la magnitud del fraude.

Cualquiera que sea la alternativa adoptada, una vez descartada la vía electoral ambas tendrán que pasar al plan B: nada menos que lograr que el pueblo derrote a la dictadura sin elecciones y sin violencia. En este escenario la alternativa de participar tendría la posible ventaja de entrar en él con una población en mayor estado de movilización, más la indignación adicional de ver falseados los resultados. La alternativa de abstenerse podría quizás superar la pasividad a la que esta normalmente induce, aunque tendría serias dificultades en lograr el mismo nivel de activismo que producen las elecciones.

Una vez en el plan B la oposición tendrá que vérselas con un gobierno dispuesto a perpetuarse en el poder y reprimir con sangre las protestas cívicas. Desafío formidable pero que solo podría enfrentarse con éxito si se dan dos circunstancias: una presión internacional excepcional, y una presión interna dispuesta a los máximos sacrificios.

La primera tendría que ser, como dijese el doctor Luis Medal, un tratamiento de shock; un desconocimiento generalizado del gobierno acompañado por sanciones suficientemente severas como para estrangular sus recursos presupuestarios. La segunda, también indispensable, sería la resistencia pacífica y heroica de un puñado de ciudadanos que acepten de antemano el riesgo de cárcel, golpes, pobreza y muerte; el tipo de resistencia que practicaba Gandhi. En su famosa marcha de la sal, centenares de sus seguidores siguieron avanzado hacia policías que los molían a golpes, sin responder jamás con violencia. Otra forma de resistencia heroica es la huelga general indefinida o la suspensión del pago de impuestos.

Los problemas con estas medidas, cuyo éxito, dicho sea de paso, no está garantizado, se resumen en estas preguntas: ¿Habrá mil nicaragüenses dispuestos a plantarse en las calles asumiendo dichos riesgos? ¿Podría evitarse reacciones violentas de la población ante el salvajismo homicida de los sicarios de Ortega? ¿Habrá suficientes empresarios, grandes y pequeños, dispuestos a correr el riesgo de arruinarse financieramente?

Son preguntas donde el no es altamente probable. Pero la dura verdad es que solo si se dan las dos circunstancias —sanciones extremas externas y resistencia heroica interna— puede haber una mayor posibilidad de salir de la dictadura por medios pacíficos. Si estos fracasan, ¿qué alternativas cree el lector que quedan? Una de ellas es esperar al que el paso de los años, la crisis económica y los imponderables (infartos, golpe militar, etc.) abran un camino. Pero esto implica aventurarse en un camino de duración y desenlaces inciertos, mientras la tiranía seguirá sumiendo al país en el hambre, la desesperación y el exilio. La otra sería el plan C; la rebelión armada —dos o tres mil valientes con akas en las barricadas— camino también doloroso e incierto que la mayoría considera insufrible o inviable.

Pero allí estamos. Situados ante una situación sin salidas fáciles o indoloras, donde tenemos que plantearnos con mucha seriedad y realismo lo que estamos dispuestos a hacer o permitir. Si queremos libertad tenemos que prepararnos a pagar su precio.

El autor es sociólogo e historiador, autor del libro En busca de la Tierra Prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.

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