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Zona de Strikes: Orlando Ocampo, uno de los artilleros más violentos

Orlando Ocampo logró cifras realmente sólidas en el beisbol nacional y a pesar de que no le gustaban las entrevistas, dejó que sus números hablaran por él

Orlando Ocampo era tan enorme y tan fuerte, que siempre dio la impresión de que sin importar cómo agarrara la bola, esta viajaría con violencia. Y así pasó a menudo, hasta que construyó su historia.

Puede que este sea el mejor bateador menos valorado en cualquier época del beisbol nacional, pero Ocampo pareció siempre cómodo lejos de los reflectores y las grabadoras. Le huía a las entrevistas.

Sin embargo, la solidez de sus cifras no tiene discusión. Su enorme estructura (6’5) y peso (245) fue bien aprovechada y durante sus días en el Bóer dejó huellas imperecederas entre los fanáticos.

“Haber jugado en el Bóer fue lo mejor que me pasó. Yo quería jugar en el León, pero había mucha gente buena y después de ir a Estelí, vine al Bóer y yo era boerista, así que todo salió bien”, asegura.

Ocampo vino al Bóer a cambio de Apolinar Cruz, otro estupendo jugador, pero cuya carrera iba ya en declive, mientras que Orlando venía en ascenso y el Bóer se benefició de esa gran etapa.

Nacido en El Tamarindo en 1962, Orlando comenzó con los Cachorros en 1987, llevado por Róger Guillén y después de batear .298 (215-64) con cinco jonrones y 31 remolques, fue el Novato del Año. Luego vino a los Indios.

Y ahí, junto a Nemesio Porras y Ramón Padilla, formó una de las tripletas más destructivas que han desfilado por el beisbol nacional. Su mejor año fue 1991 cuando bateó .354, con 25 jonrones y 92 carreras empujadas.

Al año siguiente volvió a tronar con fuerza: .351, 24 jonrones y 95 remolques. En esos dos años fue el líder en impulsadas. Y es curioso porque Porras fue líder en 1993 (111) y Padilla en 1994 (47).

Cuando Ocampo se retiró en el 2002, tenía average en su carrera de .327, con 1,181 hits, de ellos 152 jonrones y 740 empujadas, mientras se coronaba tres veces con los Indios en 1995, 1996 y 1998.

“La gente me saluda en la calle y siempre me recuerda los dos jonrones que di en la Final de 1995 contra el San Fernando”, señala Orlando, quien batalla con problemas de diabetes y ácido úrico.

Al igual que Juan Cabrera, nunca pareció motivado por ir a la Selección. “Fui en dos ocasiones en 1992 a EE.UU. y Holanda y no me gustó. A mí me gustaba jugar en el Bóer y con el estadio lleno”, afirmó.

Y ciertamente en esos diez años (1990-99) hizo estragos con el Bóer y dejó huellas que no podrá devorar el tiempo. Su poder al bate y la sencillez en su forma de ser, lo hicieron un jugador apreciado.

Edgard Rodríguez en Twitter: @EdgardR 

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