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No tengan miedo

El Señor muchas veces nos repite: “No tengan miedo”. (Mt. 10, 26.28.30). Esta invitación de Jesús a no caer en las garras del miedo es un mensaje que se repite constantemente en las Sagradas Escrituras.

Dios no quiere que seamos presos del miedo; sin embargo el miedo está ahí y no es cosa de cobardes, ni de gente timorata. Queramos o no reconocer el efecto del miedo es una realidad que todos hemos sufrido alguna vez, sin distinción de edad alguna. En momentos de crisis, enfermedad, dolor, muerte o incertidumbre surge el “miedo”. El miedo es una emoción con la que nacemos, pero que se puede ir modulando a través de la propia educación, el entorno, la cultura… No se puede esconder; es un instinto natural que surge en nosotros cuando vemos o presentimos que nuestra vida o nuestros bienes están en peligro. El miedo está ahí, queramos o no y es un fiel compañero del que difícilmente nos podemos liberar. Nos avisa del peligro, pero, cuando el miedo se adueña de nosotros, ese mismo miedo es quien se convierte en peligro hasta para la misma vida, la paz y la libertad.

Hoy vivimos en una sociedad en la que las amenazas a la vida y a los bienes son el pan nuestro de cada día. Tenemos miedo a que nos venga una enfermedad. A que en cualquier esquina o calle nos asalten. A que los amigos de lo ajeno nos visiten en la calle o en nuestra misma casa. A perder el trabajo o caer en la ruina. A salir de noche, a la soledad, al no saber qué va a pasar mañana y de quien viene caminando detrás de nosotros porque ya de nadie nos fiamos. Los padres tienen miedo de que los hijos salgan a las fiestas y regresen tarde y no se duermen hasta no verlos de regreso al hogar. ¡Y quien más miedo nos mete, es la muerte! Los cristianos en muchos países, viven con miedo y temor porque sus vidas siempre están amenazadas. Viven, como decía Jesús: “Como ovejas en medio de lobos” (Mt. 10, 16).

Pero Jesús, no nos dice que no sintamos el miedo, sino que no seamos presas del miedo, ni caigamos en sus trampas.

El miedo nos impide cumplir con nuestras responsabilidades (Mt. 1.20). Nos cierra la boca para que no digamos lo que tenemos que decir y gritar (Mt. 10, 27) y nos enmudece o nos hace decir la verdad a medias. Nos retrae o nos impide llevar a cabo decisiones que pudieran tener algún riesgo (Mt. 25, 25).

El miedo nos inmoviliza. Nos lleva a condenar al justo y salvar al que debe ser condenado (Jn. 19, 8). Miedo y justicia no se suelen llevar muy bien y nos lleva a huir hasta del mismo Dios (Gen. 3, 10; Ex. 3, 6) porque creemos que solo sabe condenar, no salvar. Nos lleva a vivir en la agonía del tener para que nada nos falte el día de mañana (Lc. 12, 7). El miedo y la avaricia son buenos amigos.

El mensaje de Jesús es un “no rotundo” a dejarnos llevar por el miedo: “No teman” (Mt. 10, 26). Es el mismo mensaje de su Padre Dios cuando le decía al pueblo de Israel: “No tengan miedo, Yahvé está con ustedes” (Dt. 1, 30; 31, 6)… “No se turben sus corazones ni tengan miedo… conmigo están a salvo” (1 Sam. 22, 23), por eso Jeremías no teme: “El Señor está a mi lado como guerrero poderoso” (Jer. 20, 11).

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