El peor sitio donde un lanzador podía estar en la década de los años ochenta, era sobre un montículo con el San Fernando detrás. La tropa de Masaya era deprimente. Se las arreglaba para terminar última. Y lo conseguía. Sin exagerar. Tenía algunos talentos individuales, pero como equipo, era patético.
Por eso cuando en el quinto Pomares en 1984, de la mano de Miguelito López, avanzó a semifinales ante la Costa Atlántica, Masaya casi enloquece y el timonel iba rumbo al monumento. Terminó con 30-24 y casi toda la ciudad se movió al Caribe para serie, que al final perdieron 3-1.
Lo trágico fue que después de aquel milagro, las “Fieras” como las bautizó Chico Solano, volvieron a su lugar habitual, a pesar de Iván González, Jesús Esquivel y uno que otro jugador destacado. Entre esos destacados también apareció Roberto Reyes, un angosto pero notable tirador.
Nacido en San Benito, Tipitapa, Managua, Reyes llegó a trabajar como obrero a la Química Borden y tras un partido contra el San Fernando, fue captado por Wilfredo Suazo y Mariano López “Mama Moncha”, para el equipo de Masaya, en el que debutó en la temporada de 1987.
Y como de costumbre, en ese 1987 el San Fernando fue último de su grupo (B) con 26-46, récord solo mejor que el de los Productores de la UNAG, quienes con 20-44, terminaron en el sótano del Grupo A. Reyes no pudo sustraerse del ambiente y cerró con 5-8 y 2.59.
Un año después (1988) el San Fernando volvió a ser último y ahora no solo de su grupo, sino que de todo el Pomares. Hasta el UNAG (32-39) lo hizo mejor que las “Fieras” (23-49), sin embargo Reyes mostró su dentadura con 11-6 y 1.86 a lo largo de 140.2 innings lanzados.
El destacado narrador fernandino, Ramón “El Cacique” Barboza lo bautizó como el “Flaco de Oro” y ciertamente era una sensación. Su trabajo fue admirable. Incluso, el 5 de marzo de ese 1988, Reyes le lanzó no hit no run 4-0 al Chinandega de Pablo Juárez, Próspero González, Genaro Llanes, Cayetano García, Damián Rivera y Róger Peralta.
No obstante, luego vinieron tres años terribles para Roberto y se hundió junto al equipo con 5-12 y 3.41 en 1989; 8-17 y 3.88 en 1990 y 3-17 y 3.80 en 1991. Pero Reyes eran tan bueno, que ya andaba en la Selección Nacional y los equipos siempre lo buscaban como refuerzo.
Cuando el San Fernando se hizo competitivo a partir de 1992 y acabó con un ayuno de 50 años sin título, Reyes volvió por sus fueros y logró 10-7 y 2.72 y alargó a cuatro sus temporadas consecutivas con más de 100 ponches, algo que logró incluso cuando perdía mucho.
Ya en 1993, con un San Fernando finalista, Reyes consiguió marca de 13-6 y 3.87 y extendió a cinco sus campañas sucesivas con 100 ponches o más. Y aunque todavía logró tres temporadas más de aceptable desempeño, su hombro se afectó y luego de diez campañas se retiró.
Roberto fue varias veces seleccionado nacional. Participó en los mundiales de Italia en 1988, donde cerró con 0-1 y 2.65 en 13.2 episodios. Su derrota fue ante Japón, equipo al que blanqueó 2-0 en el Mundial de Edmonton en 1990, donde además lanzó un relevo legendario ante Cuba, cuando se ganó la medalla de plata.
Su estructura física demasiado endeble, pudo haberle pasado factura pues solo duró diez campañas, pero su recuerdo es tan consistente que aún se habla con entusiasmo de su curva y de su valor. Cuando se retiró lo hizo con marca de 73-89 y 3.40 en 1.317 innings con 942 ponches, con 68 juegos completos y 20 lechadas.
Sin embargo, como testigo de su época puedo asegurar que Reyes fue mejor que esos números. Por lo general lanzó sin respaldo en el San Fernando, que no bateaba y tampoco defendía. Aún así, el flaco siempre tuvo motivos para emocionar a esos aficionados.
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