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Wilfredo Cabrera Masís, el chef nicaragüense que fue parte de los más de 500 varados en Peñas Blancas. LAPRENSA/Cortesía

La historia del chef varado en Peñas Blancas que pidió refugio a Costa Rica y logró reingresar

En las noches no se duerme en la frontera. Se debe estar alerta por las culebras o cualquier otro animal, cuenta el chef Wilfredo Cabrera de 28 años.

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Se colocaba bolsas en cada pie, usaba su mascarilla y una careta protectora. En realidad, quería meterse en un traje especial para tener el contacto mínimo con todo lo que veía y olía cuando cerraba la puerta del baño público. Él dejó de ir, pero unas 400 almas lo siguen haciendo porque su gobierno los dejó en la calle, sin paso, sin techo y con un solo baño público para los cientos de personas que aguardan la entrada a su país.

Wilfredo Cabrera Masís es quien hablaba por el grupo, relataba a los medios de comunicación la pesadilla en que se convirtieron sus noches y días. Trató de organizar las botellas de agua y frutas que habían llevado al grupo. Elaboró su propio censo, 496 personas hasta su conteo del viernes. Sabía que habían diez adultos mayores, cuatro embarazadas, dos adolescentes y una niña. Esos son los números de los que él tiene registro. Enumeró también a los que dejaron pasar y también sabe que las más de cinco noches que pasó en la frontera de Peñas Blancas desde el 18 de julio no se hicieron para dormir.

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Ahora todo lo cuenta desde su casa, en San José, Costa Rica. Era casi mediodía cuando llegó a la línea fronteriza que divide a Nicaragua y Costa Rica, una doctora le pidió su prueba de Covid-19 y él le contestó que no la llevaba consigo porque, para ser honesto, no sabía que era un requisito para ingresar a su país en tiempos de pandemia.

Pensó que de seguro se la realizarían al entrar y le indicarían cuarentena, como sucede en países donde los gobiernos se hacen cargo de sus ciudadanos, pero no en Nicaragua. La doctora le dijo que si no llevaba la prueba no podría pasar, y le habló de la posibilidad de practicarse el test, pero con un costo de 150 dólares. Él solicitó la ayuda de su familia, que le llevaría el dinero para que le practicaran la prueba molecular, pero decidió esperar un poco más.

Mientras Cabrera, de 28 años y chef de profesión, se unió al grupo de nicas, algunos ya llevaban al menos tres días con la misma ropa con la que llegaron, compartiendo el concreto que se convirtió en un campamento, entrando al inodoro pestilente donde él, después, implementaría un protocolo de ingreso por el temor al contagio de Covid-19. El miércoles pensaron que todo había acabado. Las autoridades migratorias aparecieron de la nada, les dijeron que se irían, que se formaran en filas. Una vez logrado el orden, los antimotines se posicionaron del lugar y la promesa de volver a casa,  sin noticias ni acciones concretas, se convirtió en anécdota. Se sintieron engañados y a la vez frustrados.

Su viaje no fue porque se quedó sin empleo en Costa Rica, que es la realidad de la mayoría de los varados desde hace diez días en Peñas Blancas, Rivas. Volvía porque en Nicaragua le estaban ofreciendo una oportunidad laboral poco despreciable. Decidió aceptarla y con pasaporte y maleta se lanzó a la aventura, una que terminó convirtiéndolo en uno de los miles de nicaragüenses en proceso de refugio en Costa Rica.

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¿Cómo es acampar en esta frontera? En las noches no se duerme, si no está lloviendo, los zancudos arman su festín en las carpas, o si no otros animales aparecen, culebras por ejemplo. Deben permanecer en vigilia, estar alertas. Los que cuentan con bolsas o toallas, como hizo él, las tiran al piso para amortiguar la tosquedad del asfalto y ahí se recuestan, pero no se duermen. Uno se levanta y ahí se queda sentado, no hay más que hacer. La otra opción es ir al baño, pero es un proceso tan tardado que podrían empezar a hacer la fila a las 4:00 a.m. y llegar a las 6:00 a.m. mientras aún esperan, cuenta.

Se come lo que se puede, cuando se puede. Pese a que las donaciones llegan, no son todos los días ni cubren los tres tiempos de comida. Él tuvo que comprar en dos ocasiones almuerzo. Entregó 180 córdobas y a cambio le dieron un pedazo de banano cocido, un trocito de queso, arroz, frijoles y una minúscula porción de carne que aparentaba estar frita. Todo un reto gastronómico para una persona que sabe de gustos, olores y sabores, que sabe el toque especial que lleva la paella española, su plato favorito.

Aplacar la sed también es un lujo. Un galón de agua cuesta 120 córdobas y había quienes preferían tomar agua que comer, o bien, acomodarse con un bolsa de pan, que cuesta cien córdobas. Cargar el celular es otra muestra de opulencia necesaria para su situación. Antes lo hacían en la misma caseta donde está el baño, pero ya no lo permiten. Él cree que el gobierno intenta bloquear la realidad que están padeciendo.

Un hombre carga los teléfonos a 30 córdobas, pero entrega el aparato con el 50 por ciento de batería. Otros deben recurrir a los puestos de comida, donde también tienen el servicio, pero es el triple de caro.

En Peñas Blancas, Rivas, el régimen orteguista, ha mandado antimotines, quienes amedrentan a los connacionales.
LAPRENSA/Cortesía/Corner of Love

Las amenazas del régimen

Aunque ya no está con el grupo de varados sigue pendiente de ellos y hace eco de sus necesidades: “no hemos comido. Ya agua no tenemos”, le cuentan por chat. Él estaba al frente y hablaba con aplomo sobre lo duro que la estaban pasando todos, lo injusto que era el gobierno y lo que sufrían amontonados y sin recursos. Sus denuncias incomodaron a los policías que los cercaban y lo empezaron amedrentar, a grabar, le dijeron que sabían dónde vivía su familia, cuál era su destino en el país y que lo podían detener.

“Ellos lo que hacen es amenazar a los que tienen el valor de hablar ante las cámaras y decirles las cosas como son y decirles que son unos terroristas, que lo que están haciendo no es de humano”, expresó.

Las amenazas eran serias. No solo iban contra él, sino contra otra persona que destacaba por su liderazgo. Ambos pidieron refugio a Costa Rica y este país les admitió el trámite. Los agentes de migración ticos se lo llevaron del grupo de nicas a las 10 de la noche del viernes, le practicaron la prueba de Covid-19 gratis y le orientaron cuarentena.

Está pegado a su teléfono pendiente de todo lo que sigue pasando en la frontera. Advierte que la gente no quiere hablar como antes. Temen, dice.

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