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varados de peñas blancas

En Peñas Blancas aún esperan alrededor de 400 nicaragüenses, tras más de 15 días de espera a que el gobierno les permita entrada y se haga cargo de sus ciudadanos. LAPRENSA/Cortesía

“César” aquí y Martha allá, un matrimonio dividido en la frontera por el capricho de Ortega

Entre los varados en Peñas Blancas está Martha, de 55 años e hipertensa. Su esposo le llega a dejar comida del lado nica día de por medio.

“César” no detiene la fabricación de sillas. Confía en que las venderá junto a Martha, cuando ella vuelva a la casa que han construido juntos en una comarca en Masaya, desde donde ahora él viaja día de por medio. Sus viajes empezaron el pasado martes cuando llegó por primera vez a recibir a su esposa en el puesto fronterizo de Peñas Blancas, Rivas. Pero ese día ella le avisó que no la dejaban entrar en Nicaragua porque no tenía la prueba de Covid-19 y desde entonces él va y viene de Masaya a Peñas Blancas.

“Eso es suyo”, le dice un hombre de camiseta azul a “César”, como quiere que le llamemos por su seguridad. El hombre de azul es su intermediario con Martha. Él le mandó dos yardas de plástico negro, su comida, un refresco que dejó congelando desde la noche anterior y un teléfono “chiclero” con el cien por ciento de batería, pero se lo manda apagado para que la carga sea más duradera, cuenta “César” desde una esquina de la frontera, donde en ese momento, no había ningún otro familiar de los varados en Peñas Blancas.
Martha, con quien se fue a suelo tico en 1990, salió de Nicaragua en enero a visitar una hija, de los siete que tienen en ese país. Su hija estableció un negocio de comida allá y su madre decidió ir temporalmente para apoyarla. Con el contexto del Covid-19 se quedó allá y ahora, con las medidas migratorias un poco menos severas en Costa Rica, pensó, decidió volver a casa con “César”.
Pero su viaje se frustró en la frontera, y ya tiene ocho días durmiendo en el piso, haciendo filas extensas para ir a un baño nauseabundo y se ha empapado bajo la lluvia varias veces mientras espera. Para una mujer que tiene 55 años e hipertensa, las condiciones del campamento improvisado son doblemente duras. Pero “César”, de 64 y también hipertenso, dice aliviado que gracias a Dios no han tenido problema.
Martha fue víctima del desconocimiento. Cuando llegó a la frontera nica le pidieron la prueba de Covid-19 y ella no sabía que la necesitaba para ingresar. De haberlo sabido, dice “César”, se la hubiera aplicado o no hubiese viajado, pero ahora ahí está, es una entre mas de 500 personas que acumulan más de diez días casi en situación de indigencia. Pero pese a todo conserva la calma.
Cuando habla con “César”, él le dice que debe ser fuerte, que no sólo es ella la que está en la misma situación, sino que son cientos. Sus hijos están muy preocupados, pero están conscientes de lo poco que se puede hacer en su caso, es el gobierno el que no los quiere dejar entrar. Sus hijos envían remesas de 30 dólares al papá para que cocine y viaje a Peñas Blancas para llevarle comida a su mamá. “César” viaja con todo gusto, pero está consciente de los riesgos y los gastos que implica, son 300 córdobas solo en pasaje de ida y vuelta. A eso debe sumarle el costo de la alimentación y otros artículos, como el plástico que le llevó para que le sirviera de techo en el campamento.
“César” utiliza los calificativos “duro” y “difícil” para describir lo que pasan los nicas varados en Peñas Blancas. “Y digo yo ¿porqué el gobierno se pone así?, como si en Nicaragua no hubieran enfermos de Covid o como que estas personas vinieran infectadas y vienen a infectar a los que están sanos”, expresó un poco indignado. “Yo creo que aquí todavía hay más casos que en Costa Rica. Hay más muertos aquí que en Costa Rica. Entonces ¿cuál es la cosa de privar a esta gente?”, cuestiona “César”.
En Costa Rica, buscaron trabajo de lo que fuera, él desde su especialidad como ebanista, y ella en cualquier oficio; así se convirtió en cortadora de café, guarda de seguridad, entre otros. En 2017 decidieron volver con sus ahorros y se compraron media manzana por 3500 dólares, es ahí donde ahora crecen los árboles frutales que al igual que César esperan el retorno de Martha. Mientras, “César” cuenta y muestra sus últimos billetes de cien, que le quedan para estos días. Reflexiona y dice que en esta espera forzada sufren tanto de aquel lado los varados, como los familiares, que esperan ansiosos de este lado.

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