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El peso de los valores: La dignidad y la ignorancia no dependen de la pobreza

La vida es de caer, levantarse y sobre todo, llevar siempre consigo en la maleta todos los valores y principios. Con ellos, nunca habrá exceso de equipaje

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La familia es la primera escuela en el ser humano. Ahí están los principales valores que nos rigen durante toda una vida. En mi época de infante, recuerdo que éramos pobres. Mi papá se dedicaba a cultivar la tierra en la zona del Capulín y mi mamá se encargaba de la venta de los productos en un pequeño tramo en el mercado. A mí me tocaba ayudarles y servir en ocasiones de contador. No teníamos dinero, pero éramos honrados. Me enseñaron que la dignidad y la ignorancia no dependían de la pobreza. A través de su ejemplo miré el puente hacia la superación. Si quería tomarme una gaseosa en el colegio, debía trabajar para conseguir esos 50 centavos. Todo lo bueno en la vida se gana sudando.

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En ese entorno limitado, en el cual vivía, aprendí la importancia de la autonomía, el no regirme únicamente por lo que dijeran los demás, también de la empatía para colocarme en los zapatos de otros. Gracias a Dios nací en una familia frágil económicamente, pero rica en principios. Recuerdo que cuando subí a Grandes Ligas, tenía muy buenos números en Ligas Menores. El mánager Earl Weaver quería que hiciera todo lo que me pedía. Era un novato y él tenía un plan trazado para sacarme el mejor provecho y consolidarme, pero al final del día uno debe asumir su rol. Weaver le decía siempre al receptor lo que debía lanzar, pero me caían a palo. La tercera vez le dije: “Mire mis números en Las Menores ahí yo lanzaba solo, deme esa oportunidad”. Y tiré blanqueada, no me hicieron carreras. Salí a flote. El peso de la autonomía, uno crece tomando sus propias decisiones. Simplemente, creí en mí.

Cuando firmé y empecé a ganar dinero no me volví loco porque asumí mis responsabilidades. Me casé y me dediqué a la familia, fui un afortunado. Me desarrollé en los tiempos del “Peace and Love” en Estados Unidos, cuando la marihuana y la cocaína estaban de moda, además del licor, en donde la vida desordenada era parte de la agenda de los deportistas de élite. Y aunque tiré Juego Perfecto en el campo, en la vida nadie lo es, pero recapacité a tiempo para no hundirme. Cuando uno va creciendo se entromete la ceguera por la fama, el poder, el ego y llegas a un punto que no crees en nadie y te crees invencible. En mi caso fue el alcohol. No creía que le hacía daño a la familia ni que me estaba afectando. Internarme en un centro de rehabilitación a tiempo fue la clave para no ser un recluso de ese camino oscuro y sin salida.

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Y ahora a mis 66 años, mi mayor orgullo no es haber llegado a las Grandes Ligas ni lanzado un Juego Perfecto, por más que eso signifique reconocimiento, sino conservar los valores aprendidos en mi infancia y haberlos transmitido a mi familia y a los jóvenes nicaragüenses. La vida es de caer, levantarse y sobre todo, llevar siempre consigo en la maleta la honradez, el respeto, la autonomía, la dignidad, la empatía y demás valores posibles. Con eso, nunca hay exceso de equipaje.

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