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Reflexiones

Vivir es una alta responsabilidad. Quien la haya asumido con el encanto invicto de la felicidad es un héroe o una heroína excepcional. Por mucho que se filosofe, el destino depende del cálculo infinito de la imaginación. La palabra es uno de los instrumentos de la vida. El pensamiento —silencio en mutis— es otra fuente de su prodigiosa riqueza.

La palabra sonó con fuerza tanto en el estilo como en el fondo. Fue la protagonista oral de las recientes convenciones políticas en Estados Unidos. Una demócrata y otra republicana. Ambas impulsadas por el mismo fin: el poder.

Alcanzarlo a través del argumento más conveniente a los intereses de cada sector en una tácita traducción de la publicidad. Está lejano el fondo de la filantropía cuyo significado verdadero es ser amiga de la humanidad. Pero qué amigos pueden ser dos contrincantes envenenados por el egoísmo. La palabra entonces se diluye convirtiéndose en un eco donde solo reina la cristalización mecánica. Ya son conocidos los apelativos de los antagonistas.

Influido por esos acaecimientos, me olvidé momentáneamente del tema de la vida. Vivir decía es una alta responsabilidad y más alta cuando quienes la administran se convierten en sus dueños. Carecen de la más absoluta capacidad para ser los responsables en el cargo incitados no por la acción sino por el discurso donde apenas suena la positividad comprobada de la acción, el efecto de la creación. Menudea la improvisación precisamente porque el dicente cuenta con el libertinaje de herir sin darse cuenta que el filo de cada expresión lacera no solo los cuerpos sino el espíritu y el patrocinio de la desgracia. Desde luego estas son reflexiones que nacen en el criterio manifestado por la pulcra intencionalidad. Ahora mismo en patéticas coincidencias seguirá el invierno triste de la canción.

Quién no sabe que el origen de la vida depende de la conexión física de dos carnes opuestas en su género. “El derecho de nacer” no es una novela. Es una realidad encantadora. Es un privilegio pero parcial. Pero ese derecho colinda con el dolor en el puesto adulto de la vida porque no se ha podido ejercer la alta responsabilidad personal, familiar o pública, de cualquier característica que está vestido el origen. Y pueden surgir tantas motivaciones, tantas incógnitas.

Vivir por ejemplo sujetos a la tiranía de una pandemia. Vivir para sufrir las arbitrariedades de quien fue puesto en el trono por la intrusión.

No sé qué legitimidad tendría la respuesta a estas inquietudes severas por cierto pocas para las muchas que podrían plantearse en el curso de la ansiedad. Yo en lo personal me abstengo. Insisto en ser un especulador del destino.
Solo me supedito a la alta responsabilidad de existir.

El autor es periodista.

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