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La unidad no es un fin, es un medio

Los persistentes desentendimientos y pugnas grupales y personales en la oposición, provocan desilusión y molestias, inclusive irritación, a muchas personas que se sienten opositoras pero no son militantes.

En parte esto se debe a que en general se idealiza la unidad, se cree que es un fin en sí mismo, un valor político primordial y superior, y por tanto, hay frustración porque los dirigentes opositores hablan mucho de unidad contra la dictadura pero persisten en sus pleitos, contradicciones y divisiones.

En la lucha política la unidad no es un objetivo en sí mismo. Es muy importante, indispensable inclusive, pero solo como una herramienta de acción, como un medio para alcanzar el objetivo propuesto que en el caso actual de Nicaragua es poner fin a la dictadura sandinista en su nueva versión orteguista. Una aspiración que sin lugar a ninguna duda es compartida por todas las personas democráticas, sean militantes y activistas políticos o no.

En realidad, el abc de la política enseña que no existe la unidad por la unidad. Además, “la unidad solo puede tener lugar entre quienes buscan una mayoría”, advierte el filósofo político Fernando Mires. Y agrega que “quienes no tienen vocación de mayoría no solo no pueden, tampoco deben formar parte de un bloque unitario”. Ciertamente, en la práctica se puede y debe hacer acuerdos temporales entre grupos de cualquier tipo, para determinadas acciones de interés común, pero la unidad como tal solo es posible entre quienes están de acuerdo en los objetivos y en los medios para alcanzarlos.

De manera que la unidad solo se puede lograr cuando hay acuerdo previo del camino que se debe andar para cambiar el sistema político dominante, sea la vía electoral o la de hecho en cualquiera de sus distintas formas y variantes. En este segundo caso, conviene dejar claro que la vía de hecho no significa solo la lucha armada, como la que usaron los sandinistas para derrocar al somocismo, porque —como advierte el mismo Mires— el poder de las armas es ajeno a la política, aunque quienes lo utilicen persigan un fin político como es la toma del poder.

Los que optan por poner fin a la dictadura mediante elecciones libres, limpias, competitivas y rigurosamente observadas por organismos internacionales que además garanticen el respeto al mandato de las urnas electorales, no se pueden unir con quienes no creen en la viabilidad de la participación electoral y consideran que al régimen dictatorial solo se le puede derrotar —en este caso, mejor dicho derrocar— mediante el uso de la fuerza.

Solo los revolucionarios marxistas que aplican el dogma leninista de que en la lucha por el poder hay que usar a la vez todas las formas de lucha y emplear todas las artimañas posibles, apoyan eventualmente una campaña electoral, pero solo como mampara de las actividades subversivas y para propagar sus consignas entre las masas que se movilizan en las convocatorias a elecciones.

Hanna Arendt, quien conoció y sufrió los rigores de la dictadura nazifascista en Alemania, señaló que si las personas demócratas son más, tienen mayor poder político que el enemigo. Mas, para que ese poder sea efectivo, los demócratas deben unirse alrededor de los mismos fines y medios de lucha contra el enemigo común.

Editorial oposición política unidad archivo
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