María José Uriarte
La mañana del pasado 26 de septiembre, inició una pesadilla para mi familia, que sólo el tiempo nos ayudará a superar, pesadilla que viven muchas familias nicaragüenses en el país, a pesar que en sus discursos, muy segura, la primera comisionada Aminta Granera afirma que vivimos en el país más seguro de Centroamérica.
Y quiero aprovechar este espacio, en nombre de todas esas familias que pierden a un ser amado de la misma forma trágica que perdimos al hijo, al hermano, al tío, al amigo, al profesional, cuyo único delito fue cruzarse en el camino de unos delincuentes que conforman una pandilla, pandilla que a poco más de un mes del asesinato de Emmanuel José siguen delinquiendo en el mismo lugar, donde por el simple hecho de estar drogados arrebataron esa vida y cambiaron las nuestras para siempre.
Le pregunto a la comisionada Granera: ¿de qué seguridad ciudadana habla?, cuando los índices de violencia (asesinatos, robos) van en aumento, sin que haya una respuesta efectiva de la Policía Nacional.
¿De qué seguridad habla?, cuando los expendios de drogas están a la orden del día en los barrios capitalinos, cuyos dueños son quienes arman a esas pandillas para que lastimen a ciudadanos honrados y así puedan consumir su producto maldito, y por qué no mencionarlo— y no lo digo yo, sino los mismos vecinos de esos lugares—, protegidos por algunos miembros “respetuosos” de esa institución que ella dirige, que asumo se sentirán “indignados” ante este comentario.
De qué beligerancia habla de su institución policial, si en cada historia de víctimas de la delincuencia que logran denunciar su caso, siempre está presente la misma premisa, “llamamos a la Policía, pero no hubo respuesta”.
“Se pudo evitar, sin embargo, no acudieron al llamado que hicimos”; como ocurrió en el caso de mi hermano, ya que sus eficientes agentes cerraron los portones de la Ajax Delgado, minutos antes que Emmanuel José cayera a media cuadra de su trabajo y a dos cuadras de ese complejo, por la sencilla razón de solicitarles que enviaran una patrulla para ahuyentar a los delincuentes; quizás estaban muy cansados para brindar esa protección que pregonan en una de las palabras que identifica a esa institución como es el “Servicio”.
De qué eficiencia me habla de su institución policial cuando el asesino que arrebató la vida de este ciudadano aún no ha sido capturado, y sabemos por boca de sus mismos oficiales, que tiene el descaro de pasar por nuestra calle.
Esto no pasa sólo con nosotros, sino con muchas otras víctimas que, impotentes, no ven solución a sus casos.
Ante esta situación, no me queda más remedio que aceptar lo que un oficial de la Estación IV expresó cuando consultábamos sobre el desarrollo de las investigaciones una semana después del asesinato: “El problema es que ustedes no tienen un apellido importante, ni tienen dinero”, es decir, a pesar que la Constitución señala que todos somos iguales ante la ley y con los mismos derechos, esto deja en evidencia que hay ciudadanos de segunda y quizás tercera categoría.
Ahora, de víctimas, somos victimarios, ya que a pesar que esos delincuentes cambiaron nuestras vidas en un segundo, nos toca vivir bajo la amenaza de que si les pasa algo, nos deberemos de atener a las consecuencias, y esto, es también un temor al que viven sujetas las personas que han tenido que pasar por una situación similar a la nuestra.
No niego, que ante la “eficiencia” mostrada por la institución policial, son muchas las personas que quisieran hacer justicia por su cuenta, pero como cristiana, “creo firmemente, que sólo Dios es el único con derecho a dar y quitar la vida”, esa vida que durante nueve meses gesta una madre con el mayor anhelo del mundo, pero siguen a la espera de una respuesta concreta de su parte, porque no tendrán la alegría de compartir más momentos con sus seres queridos.
Quizás la seguridad ciudadana a la que usted se refiere es la que le brindan sus escoltas, la que es extensiva a su familia, incluso cuando va a misa los domingos en la noche, para que no se dé cuenta de lo que estamos viviendo cientos y cientos de nicaragüenses.
Ojalá que cuando comparta ese momento con Dios, la comisionada Granera pueda pedir por el alma de todos los que fueron víctimas de la delincuencia que hasta ahora parece salirse del control de la “gloriosa” Policía Nacional.
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