Los manifestantes democráticos pacíficos que asisten a la marcha cívica de hoy en demanda de las más sentidas reivindicaciones de la nación, van protegidos por la coraza espiritual que significa la bendición de los obispos de la iglesia Católica de Nicaragua. Esta bendición no ampara sólo a los creyentes en general y a los católicos en particular. También protege a los no creyentes, a los escépticos y aún a los que ejercen su derecho de ser ateos, pero que igualmente forman parte de la gran comunidad nacional que quiere libertad, paz, justicia, democracia, desarrollo económico, progreso social y prosperidad personal y familiar.
Realmente, en medio del ambiente político y social crispado por las amenazas de violencia oficialista contra la marcha pacífica de la sociedad civil y la oposición democrática, la voz profética, tranquilizadora, animosa y esperanzadora de la iglesia Católica, se dejó escuchar como una bendición mediante el comunicado suscrito por la Conferencia Episcopal de Nicaragua. Los obispos han expresado por ese medio, su gran preocupación por “el predominio de la fuerza sobre la razón, el irrespeto y la manipulación de las personas, la amenaza a derechos fundamentales como la libre expresión y movilización”, así como también por “el desprecio a la vida en todas sus fases, el irrespeto a las leyes, la inseguridad ciudadana, la creciente desconfianza entre las personas y el uso de lenguaje y de medios violentos para manifestar o imponer las propias ideas”.
En este contexto, ha sido particularmente importante el llamado de los obispos “al Poder Ejecutivo y a las fuerzas políticas a que rechacen y condenen todo tipo de violencia, sobre todo la que tiene como objetivo atemorizar y reprimir la libertad de expresión y movilidad de nuestro pueblo”. Es obvio que este exhorto es dirigido a Daniel Ortega, en su condición de jefe del Estado, del Gobierno, del Ejército, de la Policía, del FSLN y de las turbas violentas que han amenazado con agredir físicamente a los ciudadanos democráticos, pacíficos y desarmados que participen en la marcha.
Pero del mismo modo los obispos han exhortado “a todos los nicaragüenses —es decir, tanto a los participantes en la marcha de la oposición como también a los que apoyan al Gobierno de Ortega— a manifestar sus propias ideas, haciendo prevalecer en todo momento los medios pacíficos, la capacidad de diálogo, el respeto a la legalidad y a la búsqueda del bien común, no dejándose arrastrar ciegamente por manipulaciones de líderes irresponsables que incitan a la violencia”.
Además, los obispos llamaron a todos los “sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles católicos, a que teniendo en cuenta los riesgos a los que está expuesta la paz en nuestro país, intensifiquemos el espíritu de oración, organizando jornadas de adoración eucarísticas”. O sea que el mensaje de los obispos a la ciudadanía nicaragüense y particularmente a quienes participan en la gran marcha democrática, se puede resumir en la confortante frase bíblica de Romanos 8:31: “Si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros”. Más apoyo moral a la marcha cívica y mejor aliento espiritual a los marchistas por la libertad y la democracia, no se podría esperar.
En realidad, parece mentira pero es verdad que algo tan sencillo y normal en cualquier país gobernado de manera civilizada y democrática, como es el ejercicio del derecho de los ciudadanos de movilizarse públicamente de manera pacífica, tenga que causar tanta crispación política y social, motivar intensas negociaciones de los organizadores de la marcha con los altos mandos de la Policía, inducir al titular del Ejecutivo a imponer una cadena de radio y televisión para decir su doble discurso acerca de la marcha, mantener a los representantes de la comunidad democrática internacional en tensa expectativa, y hacer que los obispos clamen al cielo para que los partidarios del Gobierno y sus fuerzas de choque no agredan a los participantes en la manifestación democrática, que no hieran ni maten a sus conciudadanos que tienen una opinión política diferente y hacen justificados reclamos a los gobernantes.
En estas circunstancias, el comunicado de la Conferencia Episcopal y la bendición de los obispos fortalecen el ánimo y el valor cívico de los ciudadanos demócratas. Y las declaraciones de la directora de la Policía Nacional, garantizando la protección de la fuerza pública a los marchistas cívicos y pacíficos, han hecho que disminuya la tensión y se abrigue la esperanza de que, ahora sí, la autoridad policial va a asegurar que la marcha transcurra sin mayores inconvenientes. Esperamos que cumpla.
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