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El orteguismo como maldición

Por César Augusto Bravo Vargas

Los más recientes brotes de violencia registrados en nuestro país que han sido protagonizados por Ortega y su gobierno de terror pandillero, están definiendo los nuevos frentes de guerra a atacar. Parece ser que el Diario LA PRENSA y todo el gremio periodístico independiente no son flancos suficientemente fuertes para soportar las embestidas de odio y la violencia que han monopolizado en los últimos días las turbas sandinistas.

El ataque a la Embajada de los Estados Unidos y al mismo señor embajador, así como también las declaraciones ofensivas e impropias de un vicecanciller realizadas en contra de la hermana nación holandesa, son menos preocupantes si consideramos que ni las mujeres escapan a la brutal cobardía orteguista. La lista de mujeres a agredir parece cada vez más larga, pero los nombres que más los excitan son: Sofía Montenegro, Leonor Martínez, Vilma Núñez de Escorcia, Violeta Granera, Juana Jiménez, etc. Esto indica que ahora los orteguistas no sólo son xenofóbicos sino también “mujeresfóbicos”.

Otro aspecto a resaltar en la era de Ortega es que la sociedad civil, no encontrando protección en la Policía, las leyes ni en la justicia, desesperada y sin alternativa acuden a las entidades de los Derechos Humanos para más tarde junto con ellos ser el blanco de pusilánimes ataques.

El rasgo más importante a subrayar en el pensamiento que puebla la mente de nuestra clase política en nuestro tiempo es su preocupación, de proporciones obsesivas, por mantener el poder.

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Partiendo del planteamiento que hacen Maquiavelo y Hobbes de que el poder no se puede extinguir, en este mandato, don Daniel Ortega rebasa los límites del entendimiento de estos grandes pensadores, ya que su autoridad va más allá del poder mismo, llevando su dictadura a sondear nuevos límites, ejerciéndola con las más modernas técnicas de dominación y sometimiento colectivo, ya que su autoridad, o mejor dicho su neo-dictadura no está sujeta a ninguna ley… atemorizar a la oposición, sea quién sea, ésa es la regla imperante. Con esta naturaleza salvaje convendría citar a Marco Tulio Cicerón quien una dijo: “La fuerza es el derecho de las bestias”.

Un poder que no domina no es poder, teoriza el autor de El Príncipe y eso es lo que se empeña en demostrar Ortega en su neo-dictadura.

Pero recorriendo el camino en sentido inverso, todos los atropellos de la familia presidencial son permitidos por una irónica oposición que siendo mayoría en el parlamento, transgrede los límites de la obediencia, el cinismo y la imbecilidad política.

El desenfreno de Arnoldo Alemán por retornar al poder ha sido la peor desgracia que ha caído en este país, pues es y será la fuente de todos los males que nos aquejan. Para don Catalino Vargas Zamora (q.e.p.d.) éste político encabeza la peor generación de liberales que ha parido este país.

Los absurdos cometidos por Alemán son típicos de un paranoico incorregible que embrutecido por la ambición de poder degrada hasta los más bajos niveles la clase política. Este cogobernante de Ortega y empedernido bohemio político es capaz de hacer un pronunciamiento para condenar las amenazas que hacen autómatas sandinistas a los obispos, pero se declara incapaz de mandar a sus serviles magistrados de la CSJ a ratificar la sentencia en contra de su correligionario el asesino liberal de El Ayote.

El gobierno de dos cabezas funciona, el magistrado Sirias convoca a sesión pero no asiste para que los magistrados sandinistas den por serrado el fraude electoral del 2008. La sociedad civil no reconoce como autoridades de los magistrados del Poder Electoral y Arnoldo Alemán y Luis Benavides se rasgas las vestiduras y como dos inconsolables plañideras tratando de hacernos creer que no tuvieron nada que ver en el fraude electoral consumado en el 2008, torpemente contrario a lo declarado por el magistrado Marenco.

En mi provincia Santo Tomás, las bondades del liberalismo no son ajenas para un magistrado de la Suprema quien ha hecho de los juzgados una empresa familiar donde sobrina, hija y allegados son empleados permanentes en los juzgados.

Por ahora los nicaragüenses debemos esperar con brutal paciencia hasta que las nuevas elecciones nacionales nos den la oportunidad de impartir justicias en las urnas, dando a cada quien lo que se merece.

Me parece oportuno recordar que una vez, mientras conversaba con el vate chontaleño Guillermo Rothschuh Tablada, antes de que Ortega recibiera el poder, le pregunté que si los sandinistas ya habían cambiando, a lo cual con un tono profético me respondió: “Sí, sí… ahora son peores”. Cumplida esta profecía sólo veo a los Ortega como lo que son: una maldición.


El autor es escritor, reside en España

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