En el departamento de Managua hay dos carreteras paralelas que reflejan la cultura política nicaragüense. Ambas arrancan del poblado El Crucero, con una separación inicial menor a los trescientos metros, y se desgajan rumbo al mar serpenteando entre abismos, cafetales y matorrales. Convergen en la ciudad de San Rafael del Sur, antesala de balnearios importantes del Pacífico.
Las dos carreteras son muy distintas. Una, que se podría llamar “la mimada”, tiene un revestimiento asfáltico impecable, costosas aceras de concreto, bardas metálicas en curvas peligrosas, ojos de buey para reflejar en las noches, buenas líneas de señalización y varios kilómetros de alumbrado público. La otra, que se podría llamar “la abandonada”, es una colección de baches que torturan la amortiguación de los vehículos, carece de aceras de concreto, de bardas de seguridad —a pesar de lo peligroso de sus curvas— y no tiene líneas de pintura, ni ojos de buey, ni alumbrado público.
Lo paradójico es que “la mimada” sirve a una zona rural bastante despoblada y es transitada por muy pocos vehículos. En un día corriente se puede encontrar dos o tres vehículos, pero ninguno de ellos será bus colectivo o camión pesado. La “abandonada”, por el contrario, pasa por zonas más pobladas y sirve a los camiones que transportan cemento y cal de la planta cementera, así como a los numerosos buses que sirven a los balnearios de Pochomil, Masachapa y Barceló, y los poblados de San Rafael, El Salto, Los Rizo, Esmirna y otras. Su tráfico es relativamente intenso. En un viaje se puede contar fácilmente decenas o hasta más de un centenar de vehículos de todo tiro.
- Libro escrito por el escritor y piloto francés Antoine de Saint-Exupéry. Fue publicado en 1943, este año cumplió siete décadas.
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¿Qué explica que la carretera con menor función social haya sido objeto de tanta inversión y la otra, que sirve a tantos pobladores y necesidades, haya recibido tan pocos beneficios? La razón se descubre al ver que la “mimada” pasa, después de un tercio de recorrido, por la casa hacienda Los Chiles, residencia del ex presidente Arnoldo Alemán. La Administración de Alemán decidió, sin mediar ningún soporte técnico o justificación social documentada —y si existe sería bueno que la mostraran— invertir cinco millones de dólares en construirla. Aunque su recorrido era paralelo a la otra y su utilización social marginal, su beneficiario principal era una persona muy importante. Seguramente por eso mismo no fue nivelada una abrupta pendiente al inicio de la carretera, de forma que no la pudieran circular vehículos pesados. Evidentemente, el objetivo de la carretera no era abrirla a las necesidades del transporte industrial y de pasajeros, sino conservarla para servir las de “el jefe” y, de paso, aumentar el valor de sus propiedades.
Alemán continuó así la triste tradición de los gobernantes que han pervertido la misión del servidor público, utilizando los recursos del Estado para beneficio personal y no para satisfacer las necesidades del pueblo. Al igual que Somoza, quien décadas atrás, desvió hacia el sur el trazo original de la carretera vieja Managua-León, para que pasara cerca de sus cañaverales. Tales abusos resultan particularmente dolorosos en un país donde millares de campesinos sufren por falta de caminos y el dinero es tan escaso.
Pero lo más inverosímil es que ahora que Alemán no es Presidente, sino un supuesto opositor del régimen, su carretera semiprivada está recibiendo una nueva ronda de “cariño” gubernamental, mientras la otra, la que usa el pueblo, sigue en total abandono. Si alguien recorre uno de estos días la “mimada”, la carretera a El Chile, podrá advertir cómo los equipos del Fondo de Mantenimiento Vial (Fomav) han estado revistiendo toda la extensión de dicha vía y construyendo nuevos taludes de concreto en lugares claves. Lo extraordinario es que ahora, en tiempos del “socialismo solidario” y del amor a los pobres, autoridades que no mueven un dedo sin el beneplácito de la pareja gobernante estén gastando millones de dólares en una carretera de utilidad social marginal. Y todo en medio de austeridades presupuestarias que dejan sin pupitres a las escuelas y sin aumento a los maestros.
Extraño también que la Administración orteguista se esté desviando de otra de las características de nuestra cultura política. Porque lo tradicional, en Nicaragua, ha sido que el gobernante premia a sus amigos y castiga a sus opositores. ¿Será que ahora Ortega ha decidido ser magnánimo con sus adversarios? ¿O no será más bien, que guardando la tradición está simplemente premiando socios y amigos?
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