En un tiroteo con las fuerzas de seguridad murió Arturo Beltrán Leyva, uno de los capos más buscados no solamente en México.
Nuevo y evidente triunfo de la política de seguridad que, con el apoyo internacional, viene llevando a cabo Felipe Calderón, quien manifestó que no piensa pasar por la Presidencia como uno más, por cuanto está decidido a transformar el rostro de su país, combatiendo frontalmente al crimen organizado, para lo que envió, a las zonas más conflictivas, como Ciudad Juárez, cuarenta y cinco mil militares y veinte mil agentes federales. En su Gobierno se aplica la extradición como efectivo mecanismo del Derecho Internacional: el caso de Osiel Cárdenas, del cártel del Golfo, es muy ilustrativo en torno a lo que puede hacerse para que los mafiosos no burlen a la justicia.
La situación mexicana es el referente actual de lo que les puede suceder a las naciones donde ha logrado afianzarse el narcotráfico, que no respeta fronteras ni soberanías. Allí, solamente en el año que concluye, se han producido más de siete mil asesinatos, gran parte de ellos relacionados con drogas ilícitas; la corrupción es galopante, al extremo que dos de las máximas autoridades de la lucha antinarcóticos se hallan en prisión. Esos narcos han logrado desplazar, en ferocidad y astucia, a los colombianos, lo que revela el peligro que entrañan tales organizaciones que perpetran espeluznantes matanzas.
En Colombia, el narcotráfico mantiene estrechos nexos con los grupos guerrilleros que han descendido a los más abyectos niveles delincuenciales, por eso la justificada designación de narcoguerrilla o narcoterrorismo; las FARC, que se encuentran inmersas en el ruin negocio de la cocaína, al extremo de ubicárselas como el primer cártel de América del Sur, realizan vituperables acciones como secuestro, extorsión, ataques a poblaciones indefensas, utilización de artefactos explosivos en contra de la población civil. El presidente Uribe quiere liberar a su patria de esta presencia que tanto ensombrece a ese gran pueblo.
El cultivo y procesamiento de drogas han localizado epicentros en territorios colombianos, bolivianos y peruanos, lo que contamina especialmente a los países vecinos. Centroamérica y el Caribe, por su posición geográfica, forman parte de la ruta por donde se transporta las prohibidas sustancias a los grandes mercados. Al haberse convertido en lugares de paso o bodegas de la droga, van sufriendo los efectos del aumento del consumo, ya que los malandrines pagan a sus servidores con especie y, con ello, se incrementan los delitos conexos. La narcoactividad en las pintorescas tierras centroamericanas y caribeñas está alentada por narcos mexicanos y colombianos, que dejan sus repudiables experiencias, sobre todo en lo atinente a gatilleros conocidos como sicarios. Los riesgos, si no son frenados a tiempo, pueden conducir a la implantación de narcodemocracias. Panamá sufrió ingrata época cuando gobernó Manuel Antonio Noriega, el cínico dictador que hizo alianza con el narcotráfico y que purga en la cárcel sus tremendos errores que tanto perjudicaron a esa hermosa República. A Honduras, hasta hace poco, llegaban avionetas venezolanas con droga. Nicaragua, a más de su pésimo gobierno, sufre los embates del narcotráfico que va enquistándose con cada día que pasa. La vecindad con México perjudica, en este campo, a Guatemala. El Salvador no está exento de este cáncer de la sociedad, a igual que Costa Rica a la que amenaza, además, el lavado de activos.
Si éste es el diagnóstico para las postrimerías del 2009, se vuelve imprescindible buscar soluciones, las que deben partir de la recíproca ayuda de los gobiernos y, singularmente, del apoyo de las naciones más ricas a las más débiles, como recomienda la ONU.
El autor es periodista y escritor ecuatoriano.
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