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Franklin Barriga López

Zarpazos de la barbarie

En medio de una gran aglomeración de personas, en el aeropuerto de Moscú, se produjo un atentado cuyo saldo preliminar es de por lo menos 35 muertos y alrededor de 180 heridos, 43 de ellos graves. Se ha informado que las autoridades localizaron la cabeza de un hombre de apariencia árabe que posiblemente activó el aparato explosivo.

El repudiable acontecimiento viene a sumarse a la serie de hechos que demuestran, objetiva y tristemente, que cuando menos se piensa actúan, a traición, los realizadores del caos, agazapados en la sombra y alentados por el fanatismo.

Occidente se halla en las miras del fundamentalismo islámico, singularmente de Al Qaeda y de su cabecilla Osama bin Laden, el máximo exponente de la perversidad, que pretende revivir la guerra santa. Son estremecedoras las matanzas y devastación producidas por masacres, como el ataque a las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre de 2001, la serie de explosiones que soportó Madrid, en la red de trenes de cercanías, el 11 de marzo de 2004 o Londres, el 7 de julio de 2005.

Enemigos de la libertad y la democracia, existen regímenes y agrupaciones que fomentan el odio y la muerte, que hacen del fanatismo su bandera y del extremismo homicida su razón de ser. Llegan a tanto sus aberraciones que incluso la propia vida nada les significa, debido a que fallecen con la mayor sangre fría mientras perpetran sus atrocidades, por haberles preparado dentro de esa corriente que tergiversa los valores y ubica al asesino como héroe, al que inclusive rabiosos clérigos les conceden bendiciones especiales para alcanzar el paraíso.

Ninguna parte del mundo se encuentra libre de las asechanzas de este mal. América Latina ya experimentó lo que son capaces de hacer en nuestros territorios los amantes del odio y la violencia desenfrenada. Para corroborar esto, basta solamente referirse a lo que sucedió en Buenos Aires, en 1992 y 1994: decenas de muertos, centenares de heridos, destrucción de viviendas a varias cuadras a la redonda de los lugares que sufrieron las arremetidas del fundamentalismo islámico que va penetrando en nuestra región, de manera sigilosa y permanente. A más de estos islamistas, grupos virulentos y narcodelincuenciales, como las FARC, son riesgo latente.

Con sobra de razones, la OEA definió al terrorismo como enorme amenaza para los valores democráticos, la paz y la seguridad internacionales, a la vez como grave fenómeno delictivo que impide el goce de los derechos humanos y las libertades sustanciales, que socava las bases de la sociedad y afecta seriamente al desarrollo económico y social de los Estados. Con el objetivo de prevenir, sancionar y eliminar a este cáncer social de la hora contemporánea, en junio de 2002 expidió la Convención Interamericana con el Terrorismo.

¿Los ciudadanos y los Estados deben permanecer con los brazos cruzados frente a los zarpazos de barbarie que son en realidad los que llevan a cabo los terroristas? No, ya que las personas y las sociedades están amparadas por el Derecho de Legítima Defensa, conforme a las normas del Derecho Internacional, de la referida Convención y tal como lo establece el Art. 51 de la Carta de las Naciones Unidas, entre otras disposiciones de la ley y de la civilización, donde la recíproca colaboración de los gobiernos es imprescindible.

El autor es periodista ecuatoriano.

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