14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

El pecado de ser latinos

Salí de un pasillo estrecho que conectaba el avión a una sala rodeada con ventanas de vidrio. El cansancio era notorio, 12 horas dentro de aquel gigante con alas no fueron fáciles, porque dormir sentada junto a extraños nunca fue mi pasión. Al terminar el corto trayecto de aquel corredor vi a tres hombres uniformados, dos de ellos con apariencia europea (nada extraño en aquel contexto, porque había arribado a Holanda) y el otro con rasgos latinos.

El primero me indicó que le mostrara mis documentos al sujeto con facciones latinas, no me preocupé porque desde dos meses atrás me habían dicho que al entrar a la Unión Europea pasaría por un área de control migratorio.

“Hi, ¿where are you from?”, expresó el muchacho, con un tono de voz enérgico. Le dije Nicaragua, pero en mi mente la frase continuó… “cien por ciento pinolera”.

Lanzó cinco preguntas más en inglés, las que contesté sin problema, pero la rapidez aumentó, así que le pregunté si sabía hablar español. El sujeto respondió con un simple “no”.

Ok, no me quedaba de otra que poner a prueba el idioma que desde la adolescencia fue un martirio para mí y el que mi padre siempre me decía que debía practicar.

No recuerdo con exactitud cuántas preguntas fueron. Lo que sí permanece en mi cerebro muy fresco fue el último cuestionamiento: “¿Do you have family in Alemania?”, a lo que refuté con otro simple “no”. Holanda solo era una escala y mi destino final sería Alemania, donde pasaría casi un mes de vacaciones.

Parece que la respuesta no fue suficiente y me indicó que tomara asiento, en ese momento pensé: “Algo no está bien”. El agente migratorio con lupa en mano chequeó cada detalle de aquella libreta azul que confirmaba mi identidad.

Ya en la silla, tan fría como la actitud de los uniformados, vi desfilar a varios latinos que de igual manera terminaban a la par mía.

En la misma habitación estaba un ecuatoriano. Al chavalo le asignaron un oficial que podía hablar español, por lo que me puse furiosa, sentimiento que se esfumó cuando vi que sacaron todas sus cosas de la maleta de mano y exhibieron sus calzoncillos ante las mejillas rojas del suramericano.

En un cuarto de hora la sala estaba llena de latinos, todos enojados por el atraso. Pero cada persona que salía del avión con pasaporte color rojo o que tenía rasgos europeos sólo recibía una sonrisa de los agentes de migración y seguía sin problema su camino. Ahí fue cuando me sentí diferente, discriminada, incómoda y muy pero muy enojada.

Cuando en el avión no quedaba ni un solo mortal, decidieron llevarnos a otra sala, pero nuestros pasaportes estaban en manos de los uniformados. Seguí al tipo que tenía el mío, le pregunté dónde íbamos y qué era lo que pasaba y solo me respondió que necesitaban chequear una vez más nuestros documentos.

Caminamos por el aeropuerto muy bien resguardados porque otros oficiales se sumaron a la misión de no permitir que ningún latino saliera de aquellas instalaciones sin antes haber sido investigado con minuciosidad.

Llegamos a un área donde solo había una banca, me quedé de pie porque además de que no había espacio para todos, mis piernas necesitaban un poco de actividad.

Pronto dos de los uniformados entregaron varios pasaportes, pero ninguno era el mío. Transcurrieron al menos 20 minutos y noté que en poco tiempo quedaría sola.

Poco a poco me puse nerviosa porque ya estaba sola y vigilada por dos tipos que platicaban entre ellos y de reojo me veían, pensé en mantener la calma, pero la desconfianza en las instituciones estatales de mi país me inundó y un montón de disparates se acumularon en mi cabeza. ¿Será que en la Dirección de Migración y Extranjería no hicieron bien mi pasaporte? ¿Será que alguien manipuló mis datos?

Al fin sentí el aire en mis pulmones, nunca pensé que me daría satisfacción estar otra vez frente al sujeto que me hizo un interrogatorio. Se acercó y me dijo: “Come with me”. Lo seguí hasta una pequeña oficina y lo curioso fue que ahí estaba un chavalo con cara de susto. Era un tico con problemas similares a los míos.

Platicamos un poco y me confesó su nerviosismo porque hasta el momento nadie le había dicho nada sobre lo que pasaba. En ese instante comprendí que el tico y la nica fueron tratados de igual forma, que los sentimientos de superioridad de algunos costarricenses podían convertirse en polvo en circunstancias como esa.

He escuchado miles de historias sobre la xenofobia en Costa Rica, donde muchos nicas son tratados como criminales cuando lo único que quieren es un trabajo digno, porque de esos en Nicaragua tenemos escasez.

Pero en aquel momento el tico compartía conmigo la misma incertidumbre y los deseos de que se acercaran los agentes de Migración y nos entregaran nuestros documentos, lo que sucedió al cabo de otros 20 minutos.

Caminé sola hasta mi siguiente área de abordaje, pero aún recuerdo el sentimiento que produce escuchar tu idioma, ver la sonrisa de un centroamericano, suramericano o caribeño e intercambiar experiencias con alguien parecido a vos, porque son situaciones invaluables cuando estás a miles de kilómetros de distancia de tu tierra, de tu sol y de tu gallo pinto. b

La Prensa Domingo Opinión Latinos pecado archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí