En beisbol bola pasada es cuando el pitcher hace lanzamientos fáciles para que el bateador conecte a su antojo. Hay entrevistas así. Recientemente le tocó ese turno afortunado al candidato a vicepresidente del PLC, Francisco Aguirre Sacasa. El Nuevo Diario le publicó en página completa, con despliegue de titulares como “Francisco Aguirre detalla las virtudes del plan de gobierno PLC”, una entrevista con más sabor a campo pagado que a entrevista profesional.
En sus repuestas a los lanzamientos, que con delicadeza le pasaba su entrevistador, el doctor Aguirre anunciaba algunas de las promesas de su partido: crecimiento de la economía a un 7.5 por ciento anual, un millón de nuevos empleos, 12,000 aulas escolares, 20 institutos, 10 polideportivos, carretera costanera, puerto en Monkey Point, etc.
Leerlo me dio que pensar. Francisco Aguirre Sacasa es una persona inteligente y excepcionalmente preparada. Siendo inteligente, sabe que su partido no tiene oportunidad de ganar estas elecciones, y que aún en el supuesto de que lo hiciera, contrariando los pronósticos, su candidato no podría lograr las metas propuestas.
Para que un país crezca al 7.5 por ciento anual y derrote la pobreza se necesitan una serie de factores. Entre los más importantes, de acuerdo a organismos que monitorean la competitividad de las naciones, está la presencia de un poder judicial independiente, honesto y eficiente, y la ausencia —o existencia mínima— de corrupción. El primero, valga aclarar, es más importante; practicar la corrupción es difícil cuando la justicia opera con eficacia y castiga a quien meta la mano, sin importar quién es.
El último reporte del Foro Económico Mundial colocaba a Nicaragua en los últimos puestos en ambos aspectos. En cuanto a independencia del poder judicial quedamos en puesto 132 de 139 naciones; las siete peores son casi todos estados fallidos africanos. La eficiencia de nuestro marco legal en resolver disputas mereció el puesto 131, la capacidad del sistema judicial de derrotar o volver inservible las regulaciones ¡el 134!, mientras el favoritismo de los funcionarios públicos hacia personas u organizaciones afines fue el 130.
El último sondeo de Funides arroja resultados similares. El 93.2 por ciento de los empresarios entrevistados considera no confiable el poder judicial, y entre los factores más adversos a la actividad económica destacaron el entorno político, 79.9 y la corrupción, 76.8.
Esta situación tan trágica, que opera como lastre que frena el progreso, no fue producto de huracanes o terremotos sino de acciones premeditadas de un grupo de líderes políticos, que se propusieron partidizar el sistema judicial y corrompieron en forma escandalosa las instituciones públicas. Los arquitectos principales de este marasmo tienen nombre y apellido; Arnoldo Alemán y Daniel Ortega. Como yunta fatal, ambos se unieron durante la Presidencia del primero para pactar la distribución de los poderes del Estado y subordinar la justicia a intereses partidarios, lo cual la desvirtúa y engangrena.
Antes no era así. La presidenta Chamorro dejó una Corte Suprema de Justicia y un Consejo Supremo Electoral, verdaderamente independientes, y se retiró del poder sin más patrimonio adicional que el salario de ley a los expresidentes. Con Alemán vino la partidarización de los poderes, en la cual Ortega sacó la mejor parte, y el torbellino de corrupción que culminó en su encarcelamiento bajo el presidente Bolaños. Pero de nuevo, el pacto y su aliado vinieron a salvarlo de las consecuencias, aunque a un precio. Los tribunales, manejados por los hilos políticos, hicieron la farsa de declarar Alemán “valetudinario”, dándole el país por cárcel. Luego lo sobreseyeron, sin ningún pudor, el mismo día que su partido entregó a su adversario la Presidencia del poder legislativo.
¿Es posible que con dicho candidato pueda el PLC alcanzar las metas planteadas por Francisco Aguirre? ¿Podrá el valetudinario de ayer y el correcaminos de hoy restablecer para Nicaragua la independencia judicial y la probidad que contribuyó a desmantelar? ¿Podrá el desvisado de hoy, recobrar la confianza de una comunidad internacional consciente de sus desmanes y cuya cooperación necesitamos? Es una lástima que el entrevistador no haya hecho estas preguntas y que repitiendo una práctica, que desdice del periodismo nacional, no haya tirado curvas, ni cambios de velocidad, ni bolas recias; solo bolas pasaditas para batear, jonrones… imaginarios.
El autor es sociólogo y fue ministro de Educación 1990-1998.
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