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Alejandro A. Tagliavini

Jamás la violencia es justa

El rey Olaf V, que reinó en Noruega hasta 1991, solía pasear sin guardias. “Tengo cuatro millones de guardaespaldas”, decía refiriéndose a la población noruega. Después del reciente atentado, Veki Vette, una mujer de 62 años, esperaba “que las cosas no cambien… No me gustaría que este país se convirtiera en un Estado policial”. En Noruega, es difícil encontrar un policía armado y tiene una política penal cuya pena máxima es de 21 años.

Sucede que el nivel de delito es bajo (0.6 homicidios anuales por cada cien mil habitantes, cuando el promedio mundial es de 8.8), porque el Estado derrama menos violencia. Es decir, es un mercado más libre con menos leyes laborales coactivas (impuestas por el monopolio estatal de la violencia) que provocan desocupación, y menos impuestos coactivos que crean la miseria, porque los empresarios los pagan subiendo precios y bajando salarios, y la miseria empuja al delito. Por otro lado, las condenas penales no sirven, las cárceles no son lugares de regeneración sino lo contrario: una persona, con su natural libertad coartada, no puede desarrollarse sanamente.

Pero, aun siendo una sociedad más libre, es “socialista” y coacciona, entre otras cosas, el cobro de impuestos para financiar salud y educación “gratuitas” lo que provoca cierta alienación de la que resultan marginales como Breivik, el autor del atentado, un extremista nacionalista que culpa a los inmigrantes de los males que, en rigor, son producto del socialismo, es decir, de la violencia estatal que, al recaudar impuestos, empobrece y margina a los más pobres. La respuesta mayoritaria fue encomiable: “no dejaremos que el terror nos cambie”. Contrastando con Bush que, después del 11-S, dijo que iba a “perseguirlos y atraparlos”, el primer ministro noruego declaró: “Responderemos con más democracia y apertura (…) como una sociedad civilizada. Así venceremos (al terrorismo)”.

Definitivamente, para evitar conflictos hay que empezar por no tener ejércitos. Suiza, entre otros, que prácticamente no los tiene, mostró cómo no quedar involucrado en guerras como la Segunda Guerra Mundial. Nos cuesta aceptar que el liderazgo moral es más efectivo y eficiente que la violencia, creemos que, finalmente, para conseguir un objetivo debe haber “respaldo”, una amenaza, de violencia armada (policía, ejército, etc.). Pero la evidencia empírica y la ciencia muestran que este tipo de “autoridad” termina siendo destructiva y liberticida absolutamente siempre, incluso en el caso de defensa propia y urgente, ya que los mejores métodos de defensa son los no violentos. Por caso, la Bolsa de Cereales de Buenos Aires tiene justicia propia sin poder policial, sin embargo, sus sentencias son mucho más respetadas que las de la justicia estatal forzada por el poder policial.

La violencia es gravemente inmoral, homicida y liberticida, pero además, el mundo sería enormemente más rico y próspero en paz, no solo por las pérdidas en vidas humanas, armamentos y bienes que se evitarían sino que, la violencia de los Estados fuera de las guerras, el “poder” de policía que impide el desarrollo social con “regulaciones”, conlleva pérdidas enormes. Justo, lo decía la escolástica medieval, es lo que se corresponde con su naturaleza (y hace feliz al hombre) y la violencia es, precisamente, lo que pretende desviar el desarrollo espontáneo de la naturaleza. Así, justo y violento son, siempre, contrasentidos.

El autor es miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California.

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