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¡Hurra, Jarod!

Jarod Corrales Morales tiene 13 años y un gallo al que bautizó como Pajarito. Cursa segundo grado de la escuela especial Melania Morales y ya está aprendiendo a escribir su nombre. Con señas y balbuceos se comunica con sus padres, Claudia y Carlos, y su hermanito Kendal; e incluso ha dominado el arte de sembrar chiltomas. Podría parecer todo eso un montoncito de detalles irrelevantes, de no ser porque este niño ha dedicado la vida a lograr esos avances, en una lucha que comenzó cuando le diagnosticaron deficiencia intelectual, hace 12 años.

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Amalia del Cid

Jarod Corrales Morales tiene 13 años y un gallo al que bautizó como Pajarito. Cursa segundo grado de la escuela especial Melania Morales y ya está aprendiendo a escribir su nombre. Con señas y balbuceos se comunica con sus padres, Claudia y Carlos, y su hermanito Kendal; e incluso ha dominado el arte de sembrar chiltomas. Podría parecer todo eso un montoncito de detalles irrelevantes, de no ser porque este niño ha dedicado la vida a lograr esos avances, en una lucha que comenzó cuando le diagnosticaron deficiencia intelectual, hace 12 años.

Nació el 12 de agosto de 1998, a eso de las 7:00 de la noche. Vino al mundo a través de una herida, porque los médicos decidieron practicar una cesárea a la madre hasta que ella ya llevaba 12 horas de sufrimiento. Antes le habían aplicado suero abortivo, con la intención de lograr un parto normal. Pero lo único que consiguieron fue que el feto se quedara sin oxígeno y su cerebro se lesionara, cuenta Claudia, quien no duda al asegurar que su hijo salió perdiendo debido a una “negligencia médica”.

Con todo, Jarod —quien ajeno a la plática se cuelga sonriente del cuello de su padre—, aparentó ser un niño saludable hasta los 13 meses de edad. De hecho, ya comenzaba a caminar cuando iniciaron las convulsiones por epilepsia y las consecuentes idas al hospital. Poco más tarde llegó el dictamen que ha marcado el compás de su vida y la de su familia: él había tenido sufrimiento fetal y ahora padecía una seria deficiencia intelectual.

Como padres

primerizos, Claudia y Carlos esperaban un hijo “normal”, que corriera con los vecinitos, rezongara y se resistiera a ir a la escuela; “pero por algo fue este el que Dios nos dio”, señala la madre. Sin embargo, todavía se le llenan los ojos de lágrimas al recordar la angustia de los primeros años de Jarod.

El niño creció entre crisis convulsivas y episodios de agresividad. Era huraño. Arisco. Pocas personas podían darle un abrazo sin que él tratara de defenderse con puños y patadas. Debido a ese comportamiento no fue bien recibido en las dos escuelas regulares a las que ingresó. Después de un par de meses los compañeritos lo rechazaban y los profesores le encontraban un pero a todo, porque, como es de entenderse, el aprendizaje de Jarod tiene su propio ritmo.

Para él, pronunciar una palabra es un enorme triunfo; así como jugar futbol con su hermano Kendal, pasar un nivel de Mario Bross en la computadora o lograr armar una manualidad de foamy.

Otro de sus pequeños grandes pasos fue el de dejar caer la coraza con la que se protegía del mundo. Ya es capaz de socializar y ha dejado de hacer alboroto cuando llega al Instituto Médico Pedagógico Los Pipitos (IMPP), al que asiste desde hace seis años.

Ahí recibe terapias con música, agua y acuarelas, también aprende a vocalizar y a fortalecer sus extremidades, ya que no hace mucho le costaba realizar movimientos tan simples como coger una taza. No se queja. Todo lo contrario, siempre quiere aprender más y más para convertirse en una persona independiente. Ya se baña, come y se viste solo.

Su lucha conmovió a la sicóloga y terapeuta Virginia Pasquier, quien lo ha propuesto como candidato a niño testimonio para el próximo Teletón. “Él es un testimonio de que sí se puede, él va alcanzando metas que le van permitiendo adaptarse al medio”, señala.

Para la especialista, la unión de la familia Corrales Morales en medio de la adversidad es ejemplar y también la forma como los padres han apoyado a Jarod en cada momento difícil.

Incluso el pequeño Kendal, quien solo tiene siete años, sabe que debe proteger a su hermano mayor. Y se mantiene en constante vigilancia para salir corriendo a preguntar por él en cuanto lo pierde de vista. Aunque no es lo que sus padres quisieran, el niño ya ha tomado conciencia de que tiene un compromiso más grande que él mismo.

Jarod agradece

todo ese cariño y lo compensa con abrazos de oso. “Es inocente, como un bebé”, cuenta su progenitora. Pero, claro, esa inocencia no le impide emocionarse con las muchachitas que asisten a su escuela, en especial con Fernanda, cuyo nombre repite casi a gritos y dando brinquitos de alegría.

Hace poco más de un mes, el pasado 14 de agosto, dio su primera comunión y en silencio hizo sus votos de fe. Ha crecido. Y ya se está preparando para aprender un oficio, por eso hace trabajos de huerto y jardinería.

Mientras, su mamá, quien vende cosméticos y nacatamales, y su papá, administrador desempleado, hacen de tripas corazón para darles a él y a Kendal una vida sin muchas privaciones. Jarod quiere hacer su parte, así que el día que cosechó chiltomas se acercó a Claudia y le dijo: “Yo las sembré para vos, tomalas, son para tus nacatamales”.

Así va, paso a paso. Rodeado por el amor y la admiración de quienes lo conocen. Se levanta más temprano que el Pajarito para ir de cama en cama despertando a su familia. No hay tiempo que perder, cada día hay una batalla para ganar y una meta para alcanzar. El cielo es el límite.

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