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Noche de gala

Hoy me cambié el traje de periodista. Dejé la grabadora por un par de tacones. Dejé la libreta por una camisa escotada, unas pestañas postizas y un maquillaje que yo tildaría más que llamativo. Es primera vez como “artista” en la Sala Mayor del Teatro Nacional Rubén Darío. Siento como las mariposas revolotean en mi estómago, pero a estas alturas no hay marcha atrás. Las manos me sudan, el corazón parece que va como carreta en bajada, y no hay más remedio que respirar hondo para mantener la poca calma que queda.

Dora Luz Romero
Periodista


Hoy me cambié el traje de periodista. Dejé la grabadora por un par de tacones. Dejé la libreta por una camisa escotada, unas pestañas postizas y un maquillaje que yo tildaría más que llamativo. Es primera vez como “artista” en la Sala Mayor del Teatro Nacional Rubén Darío. Siento como las mariposas revolotean en mi estómago, pero a estas alturas no hay marcha atrás. Las manos me sudan, el corazón parece que va como carreta en bajada, y no hay más remedio que respirar hondo para mantener la poca calma que queda.

No soy la única con esas características. Mi amigo Gustavo, el economista, le pasa igual. También a Digna. A Claudia. A Chilo.

El domingo 2 de octubre llegué al teatro poco antes de las 2:00 de la tarde. El evento en el que participaría A bailar se ha dicho de la Academia Nicaragüense de la Danza arrancaría a las 7:00 p.m.

La llegada tan temprano era para que cada grupo tuviera el tiempo de “marcar” en el escenario, maquillarse, peinarse, vestirse. Había que ver luces, posiciones, coordinación.

Y ahí estaba yo, sin maquillaje aún, en shorts y tacones en la primera práctica previa al espectáculo.

La música arrancó, las luces se encendieron y aquel sonido de señal de inicio del mix llamado Explosión Tropical , preparado por mi profesor Manuel Sánchez. A pesar de que había ensayado esto una y otra vez por las últimas semanas, en ese ensayo la música me sonaba hueca. Las butacas aún permanecían vacías, pero aún así, perdí mi conteo, sentí los pies pesados y pocos fueron los pasos que logré acertar.

Tantos días de práctica para llegar ahí, a las tablas del teatro y en un escenario sin público perder el conteo. ¡Me parecía tan tonto! El segundo ensayo me fue un poco mejor, y el tercero también, pero los nervios no se iban.

Ese día, como toda una novata hice caso con lujo de detalles a todas las recomendaciones previas que hizo el profesor. Llevé literalmente de todo “por si acaso”. Cargué agua, galletas, caramelos, aguja, hilo, pega loca, unos zapatos extras, maquillaje, trabas.

Las casi cinco horas ahí dentro se pasaron sin siquiera percatarme. Pronto se dieron las 7:00 de la noche. A esa hora ya vestía mi camisa naranja eléctrico, pantalón y zapatos negros. Llevaba el pelo estirado hacia atrás, bañado en gelatina y una cola de cabello postizo que caía sobre mi espalda. El maquillaje me parecía extremadamente llamativo, pero para verse bien, había insistido el profesor, tenía que ser así, exagerado. Lucía unas pestañas postizas tan largas y grandes que me daba la impresión de andar una visera en cada ojo. Me sentía una especie de Minnie Mouse.

Era la hora de salir al escenario. Pegué un par de brincos. Aplaudí. Respiré profundo. Me miré al espejo y me dije: tenés tres minutos para hacer las cosas bien. Las manos seguían tan heladas y sudadas como en el ensayo.

“Explosión Tropical”, fue lo único que logré escuchar del maestro de ceremonia y los aplausos del público.

La música sonó y salí con paso derecho sonriendo por las tablas. Notaba las luces, las cámaras, la gente, pero solo sonreía, contaba e intentaba disfrutar de aquel mix que llevaba el sabor de la Sonora Carruseles, Daddy Yankee y el cierre del famoso Choque de Mr. Saik.

El paso por el escenario fue rápido y menos mal que no me equivoqué. No fue tortuoso como alguna vez lo imaginé, de hecho, lo disfruté. Pero lo que más me gustó fue compartir con mi grupo de baile un reto tan grande como ese, bailar en el teatro sin ser bailarines profesionales. Tener la valentía de pararnos frente a cientos de personas, disfrutarlo y sonreír.

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La Prensa Domingo Danza gala periodista Teatro Nacional archivo

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