En el lapso de dos meses —septiembre y octubre— hemos recorrido distancias en la evolución escénica y tonal: de la ópera a la zarzuela. No de la ópera seria por la cual responde Johann Adolph Hasse, sino de la graciosa y flexible como la que hemos visto ejemplificada en Mozart.
Se ha vivido la conexión con el lenguaje popular dado por el género de la zarzuela desde principios del siglo diecisiete en expansión y prolongación al diecinueve, etapa en la cual recibe airecillos que unos ponderan y otros ponen en el banquillo de la liviandad.
La antología de la zarzuela expuesta en el tiempo de su esplendor con variantes, con argumentos e instrumentación desde los que alentaron a la tonadilla y la seguidilla, no puede resumirse en una noche por mucho que predomine el esfuerzo de no dejar en la inadvertencia a las ineludibles e individuales preferencias. Cada uno tiene la suya —su antología—, porque en arte los afectos hacia determinada obra pueden ser discrepantes.
Cómo no referirse a El barberillo de lavapiés de un Barbieri que fue uno de los impulsadores del siglo diecinueve, pintoresco e inolvidable en La canción de la paloma . Otro impostergable en ser dosis de la esencia, La verbena de la paloma , en un solo acto, joya de latente brillo en el acervo popular. Doña Francisquita hace una revelación cantada del ambiente castizo de Madrid. Son algunos de los modelos de la filigrana creativa.
Suena a privilegio que Managua haya sido escogida como plaza, para estrenar la primera experiencia en América de mostrar la antología en fragmentos de género tan nutrido, fuente de inspiración de tanto singular y chispeante compositor en la peña del género, que se acopla con el lenguaje de la calle como aquel que dice: “Por el humo se sabe donde está el fuego”.
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