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La tapita llega a la Costa

Los amigos podrían dar testimonio. Ni Supermán tendría la velocidad de prestidigitador de Carlos.

Los amigos podrían dar testimonio. Ni Supermán tendría la velocidad de prestidigitador de Carlos. Cuando se redujo la clientela en el mercado Oriental y alguien le dijo —Mirá el negocio redondo está en la Costa, en Puerto Cabezas— le dio un volantín la mente a Carlos.

Repitió : “Compramos los pasaje de ida solamente, y al regreso venimos forrados”. A Carlos se le voltearon los ojos, nunca se le había ocurrido tan espléndida idea. Con razón iban tantos vendedores de cachivaches, relojes chinos, alhajas de oro italiano que aguantaban hasta una docena de limones y no se oscurecían. Allí estaba el negocio definitivamente.

Mirá, todo iba bien, no en balde los políticos llegan a enganchar a los costeñitos, hasta que, después de una semana de ingresos legales en el parque, jugando esta bendita tapita inclusive con los concejales, —que supongo tienen los ojos más rápidos de la región— caímos en desgracia.

Un curioso profesional, nos lanzó la idea de llevar el negocio a una comunidad indígena y nos lanzamos a la aventura. Luego de tres días de acumular ganancias, los perdedores decidieron retomar todas sus apuestas y también nuestras ganancias y a punta de machete nos hicieron huir hacia los montes, no sin antes amenazarnos de muerte si retornábamos.

—Dos meses fuera de la profesión, me he volado— dice Carlos, trabajando en lo que sea, para comprar el boleto de regreso a Managua, regresar a mi placita en el Oriental con mi habitual clientela es ahora mi propósito, pero a la Costa ni que me ofrezcan barras de oro, regreso. La tapita allá da plata, pero no hay ley.

Cultura

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