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“Todavía las sigo cargando”

Aún recuerdo el momento en que las recibí por primera vez de manos del embajador de España en Nicaragua. Al principio me pareció imposible que cargaría con ellas durante los próximos cuarenta y cinco días.

Aún recuerdo el momento en que las recibí por primera vez de manos del embajador de España en Nicaragua. Al principio me pareció imposible que cargaría con ellas durante los próximos cuarenta y cinco días. Sin embargo, su color verde selvático y el quetzal estampado por todas partes me hizo pensar en la maravillosa aventura que estaba a punto de vivir. Al contemplarlas, recordé las veces en que vi a muchos gringos cargar con ellas en las terminales de buses, y quién diría que me tocaría a mí llevarlas sobre mi espalda al recorrer las selvas de México y España.

Y entré en contacto con ellas. Su estilo aventurero me enamoró, y empecé a guardar dentro de su cuerpo amplio y oscuro los materiales que utilizaría durante el viaje. Un par de botas Panamá Jack, cuatro pantalones aventureros, una bolsa para dormir, linterna, baterías, y un sinnúmero de artículos, fueron los materiales que alcanzaron dentro de estas. Finalmente estiré el cordón negro para cerrarlas y medí su peso sobre mi espalda. Sujeté el cinturón y pensé que con ese peso sería imposible que soportara las futuras caminatas que me esperaban más adelante.

Decidí identificarlas con una cinta roja que coloqué en la parte de arriba. Así podría identificarlas rápidamente entre las 350 que al igual que ellas nos acompañarían en la XXII expedición del programa Ruta Quetzal BBVA, que en ese año (2007) descubriría la huella que dejó la nao de la China en las costas del pacífico mexicano hace más de 400 años.

Abordaron antes que yo, el vuelo AA742 hacia Miami, en donde luego tomaríamos otro avión rumbo a México. Las vi desplazarse taciturnamente sobre la cinta metálica del aeropuerto Benito Juárez, y las tomé, como el periodista toma su carné, grabadora, libreta y lapicero, antes de embarcarse a la conquista de la noticia. Y desde entonces entraron en contacto con mi vida. Su movimiento se alineó con cada latido de mi corazón. Recibieron agua, sol, polvo y rocío durante toda la expedición, y algunas veces durmieron conmigo dentro de la pequeña, pero mágica, tienda de campaña. Otras veces se quedaron en el compartimiento del autobús, sobre la arena de la playa, o sobre la hierba del bosque en el País Vasco.

Para algunos no tienen nada en especial, ni siquiera el color, el diseño, el quetzal estampado, los sujetadores, los espacios; pero quién imaginaría que después de cuatro años, aun cuando son simplemente un recuerdo, guardan en su interior el pergamino en el que 450 jóvenes. procedentes de 56 países del mundo, escribieron la experiencia de haberse conocido en un viaje de aventura que marcó un antes y un después en sus vidas. Guardan además escenas de tolerancia, compañerismo, cooperación, amistad, esfuerzo y perseverancia, y pese a la monotonía de los días que me atrapan, cuando las veo y acaricio con el roce de mis manos, me doy cuenta que cargo con ellas diariamente, pues me acompañan mientras vivo la aventura más apasionante de mi vida, que nada le envidia a las grandes expediciones marítimas de los siglos XV, XVI y XVII, que sentaron las bases de nuestra geografía actual.

Hoy se encuentran reposando entre las cosas más valiosas de mi cuarto. Son sin duda el recuerdo que con mayor cariño guardo de mi primer viaje al extranjero. Y aunque a algunos de mis familiares les parezca un recuerdo sin importancia, yo guardo, y guardaré por siempre mis dos mochilas españolas Panamá Jack.

Cultura

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