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País de genios anónimos

Henry García Araica se sabe los calendarios desde 1950 hasta el 2100. Puede calcular con rapidez el día en que cayó o caerá cada fecha. Y no falla.

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Por Amalia del Cid

Henry García Araica se sabe los calendarios desde 1950 hasta el 2100. Puede calcular con rapidez el día en que cayó o caerá cada fecha. Y no falla. La fórmula —explica el muchacho— es mucha memoria, algo de lógica y una porción de aritmética, para resolver esos descalabros introducidos por los bisiestos. También domina las tablas matemáticas hasta más de mil y saca en el aire las raíces cuadradas de grandes cifras. ¿Cómo logra hacerlo? No lo sabe.

La respuesta más simple podría ser “inteligencia” o, yendo más alto, “súper dotación”, conceptos abstractos que ni siquiera los más duchos en ciencia terminan de comprender.

Henry, de 18 años, habita en una casita del barrio Villa Venezuela, en Managua. Por la mañana estudia Ingeniería en Sistemas y por la tarde despacha canela y clavos de olor en un tramo de especias del mercado Iván Montenegro. Vive en un país en el que los “genios” pueden fácilmente pasar inadvertidos.

Se llama “genio” a la persona que posee un alto desarrollo en una o varias de sus funciones mentales o en la forma en que las coordina. Es decir, alguien con mayor inteligencia, explica Gerardo Reyes, neurólogo del Hospital Central Managua.

Sin embargo, subraya el médico, algunas de esas capacidades nunca se desarrollarían si no existiera una temprana y constante estimulación. Y así se explica que en países del primer mundo haya una mayor producción de “genios”.

“La educación, la cultura  y la estabilidad social  y familiar van estructurando  en mayor parte la inteligencia del individuo. Por eso, al momento de realizar un test de inteligencia a un grupo de población representativa (de Nicaragua) es posible que el coeficiente intelectual (CI) dé cifras inferiores a las de países como Japón”, apunta el especialista.

Hasta el momento no se ha hecho un estudio amplio que represente a toda la población nicaragüense.

“Medir” la inteligencia

El instrumento utilizado para calcular qué tan “brillante” es una persona son los test de inteligencia. Los aplican los psicólogos psicometristas y consisten en numerosas trampas que ponen a prueba capacidades como memoria, cálculo, lenguaje y comprensión, para luego colocar el CI arriba o abajo de la media de 100 puntos.

No obstante, estas pruebas no dan resultados definitivos ni absolutos, advierte el médico, ya que pueden variar según las alteraciones del ánimo, las enfermedades y  el nivel educativo y cultural.

Por otra parte, no son completos. Se enfocan en dos subcategorías de la inteligencia, la lógica matemática y la lingüística; de esa forma dejan afuera los otros seis tipos de inteligencia clasificados en 1983 por Howard Gardner, psicólogo e investigador de la Universidad de Harvard, señala Zoila Román, psicóloga y docente de la Universidad Centroamericana (UCA).

Las inteligencias viso espacial, corporal cinestésica, musical, interpersonal, intrapersonal y naturalista no se miden en los test. Al menos no en los que se aplican en nuestro país, que están desfasados en relación a los procedimientos que se usan en Europa, comenta la psicóloga.

Eso quiere decir que no se toman en cuenta las capacidades de personas que pueden ser genios, por ejemplo, de la música, la pintura, las ciencias sociales, la danza o el futbol.

Henry nunca se ha sometido a un test de inteligencia; pero con seguridad puntuaría muy bien, ya que su fuerte son las matemáticas. El español, en cambio, le ha sacado canas verdes, rojas y moradas. Hasta los 11 años de edad todavía no escribía con letra clara y leía cancaneado.

Las emociones importan

Existe también una inteligencia menos conocida y no calculable, la “emocional”. Una persona, por muy brillante que sea, se puede echar a perder si no posee dominio sobre sus emociones, para saber reconocerlas, controlar sus impulsos, perseverar ante los contratiempos y poder pensar con claridad aún estando emocionalmente perturbada.

“La inteligencia emocional crea equilibrio en las personas y también en sus relaciones con los demás”, puntualiza Román.

Y ese talento puede sumarse al enigma de la inteligencia heredada de padres a hijos, que a medida que se conoce más de ella se vuelve más misteriosa. De la misma forma en que Henry saca raíces cuadradas cada vez más largas sin poder explicar cómo lo hace, tampoco sabe por qué, entre cuatro hermanos, solo él nació con un cerebro que funciona como calculadora.

La Prensa Domingo Anónimos bisiestos genios archivo

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