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Hombre de poca fe

¿Cuándo jodido me bautizaron? me pregunté luego que a media homilía el arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes, cuestionara a los asistentes a la misa del pasado jueves. Muy pocos levantaron las manos y yo caí en la tentación de llamar al celular de mi mamá para que me diera la respuesta. La pena de lo incorrecto me detuvo.

Por: Róger Almanza

¿Cuándo jodido me bautizaron? me pregunté luego que a media homilía el arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes, cuestionara a los asistentes a la misa del pasado jueves. Muy pocos levantaron las manos y yo caí en la tentación de llamar al celular de mi mamá para que me diera la respuesta. La pena de lo incorrecto me detuvo.

Aunque recordaba el evento porque ese sacramento que reciben los recién nacidos yo lo había tomado a mis 5 años. Al menos recuerdo que fue en la iglesia del Perpetuo Socorro en Boaco.

Sí ahí me veo, vestido de pantalón azul y una camisa blanca con botones metálicos y con el cabello demasiado crecido, ¿por qué no me lo cortaron si para las familias católicas el bautizo es un gran evento?

“Un hombre de fe sabe la fecha cuando fue bautizado”, sentencia el arzobispo.

Un mensaje de texto a mi mamá hubiera sido buena idea, si ella al fin entendiera que un celular tiene más funciones que solo recibir o realizar llamadas. Tampoco creo que los que chateaban a mi lado, en las últimas bancas de la Catedral, estuvieran preguntando la fecha de su bautizo. Estoy seguro que ni siquiera escucharon la pregunta que hacía ese hombre vestido de túnica blanca en medio del altar con aire de decir toda la verdad y nada más que la verdad.

Ese día daba inicio el Año de la Fe que culminará con la celebración de Cristo Rey en el 2013, así lo mandó el papa Benedicto XVI, directamente desde Roma. Una orden no se discute, pensé.

Jueves, día del Santísimo. Y ahí estaba yo después de dos años sin ir a misa, casi sin recordar qué significa todo ese acto que cada jueves con olor a incienso y el eco de oraciones y el tilín tilín de una pequeña campana representa.

Pobre mujer, después de media hora salió del confesionario secando sus lágrimas del rostro. Desde afuera el padre parecía aburrido o cansado de escuchar quizá los mismos pecados a diario. Creo que me condenaré si sigo pensando así. ¿Dónde está mi fe?

No puede ser que la vende quesillos que se pone cada noche en el atrio de la Catedral tenga más fe que yo. “Hoy vendo todo, van a ver”, la escuché decirle a una veintena de pordioseros que la rodean mientras esperan que los feligreses salgan con algunas monedas.

Otro al confesionario. Es chavalo quizá no tenga mucho que confesar. Al parecer ya no me anima mucho el sacramento de la confesión. Estar de rodillas y hablar a través de una ventanilla a un sacerdote que a leguas se nota que ya está cansado. Tres minutos y el chavalo sale. ¡Dios! ¿Dónde está mi fe?

El tecleo que mi vecino tiene con su celular ya no me deja poner tanta atención a la homilía. Pero el lugar está cómodo, casi nadie se sienta atrás. Aquí podés recibir llamadas, chatear y hasta dormirte un rato.

Otro al banquillo de los acusados. Ocho minutos y sale. ¿Cuántos pecados se pueden decir en ocho minutos? Me porté mal con mi mamá, me robé el vuelto de la venta, me da envidia la vecina, he dicho malas palabras, quiero con mi prima. Por eso es imposible ganarse un boleto al infierno. ¿Dios, qué a dónde está mi fe?

Faltan 20 minutos para que la misa termine y aún llega gente. “Si vas a llegar tarde a misa mejor ni llegués que de nada te vale”, me decía mi mamá. Ella es catequista y lectora dominical, en la misma Iglesia donde mis hermanos y yo dimos la comunión y la confirmación. Ahora ninguno de los tres asiste. ¿Acaso la fe se agota?

“Pidan que se os dará, si ustedes que son malos les dan a sus hijos lo que piden, ahora el Señor que es bueno…”, exclama el hombre del altar mientras se acerca a los feligreses. Pero si ya, según las Sagradas Escrituras, estoy condenado a ser malo, ¿para qué tanto sacrificio por ser bueno?

¿Dónde está la fe? El señor vestido de grises mantiene sus ojos cerrados con fuerza, duele tan solo verlo. Sus manos están como pegadas a la vitrina que guarda la imagen del Divino Niño.

—Señor, esa imagen no le hablará, cuidado rompe el vidrio— podría decirle, pero es su fe y no importa lo que el mundo piense. Pero si esa estatua saliera de la vitrina y hablara, juro por Dios que no me quedaría a conversar con ella. Lograría el récord en atletismo.

No ando una sola moneda y me hago el disimulado mientras la canasta de la ofrenda pasa frente a mí. Igual ni me conocen. Suenan tantas monedas en un minuto que con seguridad los que esperan afuera no recibirán ninguna, pero tienen fe que sí.

El Santísimo empieza su recorrido dentro de la Catedral y empieza el nervio. Hace mucho no me lo topo. Es un encuentro extraño, algo así como cuando te topas a alguien a quien le debés una explicación pero solo uno lo sabe. Realmente extraño. Y ahí estoy, haciendo una reverencia y persignándome frente al cuerpo de Cristo, al que no veo. Costumbre, obligación o imitación, quizá fue por fe. No lo sé, pero lo hice.

Hace pocos minutos llamé a mi mamá para saber mi fecha de bautizo en la fe católica, pero tampoco ella lo recuerda. ¡Hombre de poca fe!

La Prensa Domingo bautizo Fe homilía archivo

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