Debate
Viendo los debates de Barack Obama y Mitt Romney, la pregunta que salta por acá es ¿por qué Daniel Ortega nunca ha participado en un debate? Sí, si ya sé Hay respuestas tan obvias que hasta la pregunta resulta estúpida. Es, sin embargo, una pregunta retórica. La verdad no es de la destreza oratoria de Ortega que quiero hablar, ni siquiera de la conveniencia o no de su forma de gobierno, sino más bien de sus silencios y de su imposibilidad de contestar “ciertas” preguntas porque sencillamente para él no tienen más respuesta que esa, el silencio. Fácilmente se me ocurren ahora mismo cien preguntas que no podría contestar, desde Zoilamérica hasta Albanisa.
Monólogo
¿Cuántas entrevistas ha dado Daniel Ortega desde que reasumió el poder en el 2007? A medios nacionales, ni una. Ni siquiera a los medios oficialistas que jamás le harían una pregunta que lo incomode. A periodistas extranjeros de probada confianza: dos. Cuántas conferencias de prensa: ni una. El asunto es que tiene preguntas que no puede contestar y eso lo ha llevado a un ostracismo donde solo cabe el monólogo, el hablar sin réplica alguna.
Zoilamérica
Hace algunos años, cuando era oposición, aceptaba entrevistas con periodistas que no fuesen de su confianza. Muy pocas y condicionadas, pero las daba de vez en cuando. En una de las pocas que le hice aceptó con una condición: no tocar el tema de Zoilamérica. Recuerdo que en esa ocasión le dije a Silvio Mora, entonces su encargado de prensa, que obviamente la población esperaba que yo le preguntara sobre ese tema. Para ese tiempo enfrentaba una demanda judicial por violación de su hijastra. Y le expliqué a Mora que yo no iba a quedar como el periodista que evitó la pregunta importante y que al menos debía consignar, como lo hice, que se me había pedido no hablar de ese espinoso tema. Que el silencio sería su respuesta a las preguntas que todos nos hacíamos. Luego vi con tristeza que el silencio se volvería su estilo.
Dueño de la verdad
Este no es solo un rasgo de su personalidad. Es un concepto de relación con los demás que lo ha instalado en su partido primero, y en la forma de manejar Nicaragua después. Es el hablar sin retorno, sin oír al otro. Es el presentarse como el dueño de la verdad, y de la representación de los que él considera “el pueblo”. Todo lo que piensa debe ser aprobado por unanimidad. ¿Cuántas veces ha oído usted que la asamblea sandinista estuvo en desacuerdo con la propuesta que le “bajaron”? Nunca hay votos en contra, y los Sergio Ramírez, Herty Lewites, Mónica Baltodano o Víctor Hugo Tinoco, que alguna vez propusieron algo distinto, ya sabemos dónde están. ¿Ha oído acaso que algunos de los decretos que lleva para ser aprobados en plaza pública haya cambiado una coma porque alguien no estuvo de acuerdo con lo que se elaboró en El Carmen? No. “El pueblo ha hablado”, dice Ortega mientras firma y la muchedumbre vocifera y aplaude ajena a lo que “aprobó”.
Temor
Daniel Ortega podrá bailar con sus pasos torpes en una tarima, cantar desafinado a capela en plaza llena, entrar a caballo, ponerse la Bandera nacional como capa, vestirse de blanco o hacer cualquiera de esa tonterías con que los candidatos buscan conseguir votos, pero jamás se pondrá frente a otro candidato a debatir sobre una idea, o peor aún, contestar preguntas que lleva toda la vida evitando. Un debate, una pregunta, lo puede desnudar a cuerpo completo.
Garantizado
Pero hay una razón mucho más importante por la cual nunca debatirá. No lo necesita. Barack Obama y Mitt Romney se someten a un debate porque buscan convencer a los ciudadanos indecisos a que voten por ellos después de oír sus posiciones sobre diversos temas. Saben que ahí se la están jugando. Es la esencia de la democracia. Oír, evaluar, decidir. Ortega no lo necesita. Mientras tenga este Consejo Supremo Electoral que tiene, tendrá todos los votos que quiera sin necesidad de convencer a nadie. ¿Con cuánto quiere ganar comandante?
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