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La llegada al pueblo

Mariano Marín

Mariano Marín

A su regreso a Nicaragua se le ubicó en la casa de la comunidad franciscana. En la parte trasera del Convento de San Francisco. Todo su mundo estaba dedicado a ser el mejor y más beato de los monjes de la orden. Venía de un origen burgués. Su madre los había abandonado para seguir los pasos de un maderero de la región de Chontales, cosa que la sociedad granadina no perdonaría jamás y los condenaría al ostracismo. Sin más amigos y sin ninguna persona a quien tratar, María  Morales, madre de Armando, se fue a vivir a las afueras de la carretera de Malacatoya y El Paso. Todos los amigos de William Vega, su marido, se fueron y se alejaron de ella. Solo monseñor García y Castillo, como su confesor y amigo, le daba la satisfacción de ser escuchada por alguien.

Aquella mañana, brillante y soleada. Trasluciéndose por los vitrales italianos traídos por los mercedarios, iluminaban al Jesús de las Jimenitas. A la imagen de la Dolorosa, tallada en alabastro y con su corazón atravesado por  puñales de fuego y plata. Las gotas de lágrimas cristalinas bajando sobre sus mejillas, transportaban el sentimiento de madre de su hijo crucificado. Después de la misa, la procesión debía salir a recorrer las calles del entorno del centro histórico de la ciudad. Salir a la Calle Real.

Caminar hasta el Parque Colón. Dar la vuelta en la Plazoleta de los Leones. Hasta llegar a la esquina de las monjas salesianas de María Auxiliadora. Para doblar a la izquierda y llegar hasta el Cuerpo de Bomberos. Salir a la Calle de la Libertad hasta el puente del Kin By o de La Islita, uno de los puentes más antiguos de la ciudad, donde “La Miryam” un agraciado joven tenía una fritanguería. Para de nuevo coger a la izquierda para regresando por los Muros de Fernando VII, en la Calle Real, y en la Esquina del Triángulo de las Bermúdez se detenía la procesión y se rezaba una plegaria. Bajo aquel inclemente sol, Lucrecia, cometería el asesinato de conocer a Armando, como novela de Camus; que con su nombre de ópera verdiana sincronizarían con el drama que viviría la ciudad en  aquel tórrido romance y sórdido verano. La cruel historia de amor sería parte de las celebraciones de Semana Santa de Granada, si es que se le puede llamar “celebración” a la muerte del Mesías cristiano.

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