Jorge Gavarrete Maglione
Recientemente en Bangladesh, uno de los países más pobres de Asia, murieron aplastadas más de quinientas trabajadoras por el derrumbe de un edificio que albergaba varias fábricas de ropa pertenecientes a marcas conocidas en el mercado detallista del resto del mundo. En Bangladesh se apilan las mini fábricas, cuyos dueños alquilan espacios en edificios en pobres condiciones. Los alquileres de espacios son obviamente más bajos en edificios viejos y mal construidos.
Tiendas como Walmart y JC Penney, son solo dos de una larga lista de marcas, que venden ahora prendas a precios bajos. Subcontratan directamente estas pequeñas fábricas para que les hagan ropa con diseños a la moda, sencillos, con tejidos hechos en Pakistán o India. La única forma de lograr estos pedidos es alquilar un espacio de fábrica en una edificación vieja en pésimas condiciones, y participar en una subasta del costo unitario de la mano de obra. Las fabriquitas bajan el precio lo más que pueden para poder obtener un contrato. Fruto de esa negociación de centavos, pagan a sus operarias desde 840 hasta dos mil córdobas por mes. Un sistema de esclavitud moderna, como lo dijo el papa Francisco el primero de mayo, día del trabajador.
Las condiciones de las trabajadoras del vestido son miserables. Mujeres, casadas o madres solteras, tienen que tomar estos “trabajos” para poder comer, viviendo con treinta córdobas al día. Viajando como ganado en vagones de tren, viviendo y comiendo en campos de concentración. Todo debe corresponder a un nivel de pobreza extrema para poder minimizar el costo unitario de la prenda, que a su vez maximiza las fortunas de los dueños de las grandes marcas comerciales. Los más ricos de países como España viven de esta industria, en un momento donde sus países sufren un alto desempleo. Si fabricaran la ropa a precios justos de la mano de obra estos señores igual serían millonarios, dando empleo digno a miles. Pero la condición de precio de mano de obra que estos señores definen para las prendas en este mercado lleva a las maquilas a exponer las vidas de las operarias. Una blusa cuyo costo de mano de obra en Estados Unidos sería $7.22 dólares, se fabrica en Bangladesh por $0.20 centavos. Las marcas se ganan de esta forma más de siete dólares por prenda.
En China también se fabrican las mismas marcas, falsificadas con los mismos diseños, pagando salarios de miseria a las operarias para poder ganar las subastas de los comercializadores de prendas. Las operarias chinas viven igual, en barracas y lejos de sus familias.
En Nicaragua nadie puede decir que mantiene a su familia con lo que se gana en las maquilas. El pueblo trabaja en estos mismos sistemas para sobrevivir, ganando dos o tres mil córdobas al mes. El consumidor celebra que le vendan la ropa barata, aunque a los cuatro meses ya no sirva por tejidos de mala calidad, cosidos a costa del sudor de cientos de miles de operarias en países pobres. Los supermercados están llenos de estas prendas color sangre y lágrimas. La respuesta a esta moderna esclavitud no está en el comunismo de una fábrica central del estado. Está en que las cadenas de tiendas compren solo ropa de plantas certificadas ISO o comercio justo, y que los gobiernos vigilen la cadena de valor y que las fábricas cumplan con estrictas leyes laborales y de seguridad industrial, garantizando la vida y el bienestar a sus trabajadoras.
El autor es ingeniero[email protected]