Como si nuestra historia, reñida en gran medida con la ética popular, fuese un círculo infernal de Dante, los lamentos se repiten con el vaivén de un péndulo que arrasa cada intento de construir una nación. Ahora nuestros jóvenes se ven condenados a vivir la misma tragedia nuestra (pese al rechazo de la ciudadanía de sufrir los efectos de otra guerra civil). Por la insensatez y la voracidad trágica del poder político y económico, unidos nuevamente a la corrupción, pareciera que del sótano oscuro, un viejo periódico que tomáramos acaso y nos recuerde los enfrentamientos militares del pasado, bastaría para darnos una triste noticia de actualidad:
“El alto mando militar lamenta el fallecimiento de un soldado del Ejército de Nicaragua y otro que resultó herido. Se trata de bandas que se reúnen para cometer abigeatos”.
Cuando el actual Gobierno nos habla de revolución, por el hecho simple que Ortega ha llegado nuevamente al gobierno (en ajustada contienda electoral, incluso, con ayuda del fraude), se comprende que en realidad el término viene utilizado, en la propaganda oficial, con el significado deplorable que le da Chesterton: de una pérdida de tiempo que le viene impuesta a la sociedad.
Pero es un tiempo perdido que al fin trae para los ciudadanos sacrificios materiales, humanos y éticos, como lo describe Orwell en Rebelión en la granja , por el poder absoluto de una camarilla corrupta que se reelige inconstitucionalmente en busca de privilegios extremos. Y que pervierte al Estado en una estructura mafiosa, entre el regocijo corporativo del poder económico especulativo, que como parásitos estructurales se hospedan en la tiranía (al igual que matapalos” que llaman al abuso político “gobierno de consenso”, en una unión de estrangulamiento oportunista).
Otra vez, vemos campesinos que se alzan en armas contra la burocracia delincuencial. Y el Ejército, nuevamente despliega gran cantidad de tropas en la zona de Pantasma (comunidad de Tamalaque), en Wiwilí, Quilalí, El Cuá, Madriz, y organiza operaciones coordinadas de combate estratégico en las que usa helicópteros militares MI-17 (que porta cohetes y misiles antitanque), destinados al transporte de tropas, de 45 a 50 soldados, con los que sobrevuelan la comunidad campesina de El Ayote, tras la persecución de una supuesta Coordinadora Guerrillera Nacional (CGN).
En estas condiciones, diría Séneca: “Al hombre, sagrado para el hombre, lo matan por diversión y risas”. El plan político militar del Ejército será el de entrampar y “ablandar” alguna columna guerrillera, para mostrar a la prensa a los campesinos prisioneros, famélicos, sucios, enfermos, confusos, sin ideología política.
La capacidad política del Ejército no da para explicar por qué unos cuantos campesinos, sin logística, se metan al infierno solos, mientras la moral y la conciencia de la población urbana avanza apenas a saltos esporádicos hacia una coincidente acción colectiva. La misma precariedad del campesino le lleva a conclusiones extremas, en un mundo en que los conflictos sociales se resuelven sin trámites burocráticos.
Con independencia de la envergadura, del significado político, y de los resultados que tenga realmente este fenómeno político de los rearmados, aunque sea un proceso prematuro y aislado, posiblemente revela que el país comienza a precipitarse nuevamente, por desgracia, en otra fase destructiva que, por lógica, se mira venir como consecuencia, más que probable, del absolutismo que ha barrido la institucionalidad del país.
Violencia que, al final, llevará al país, no solo a repetir una tragedia humana en un ciclo doloroso que involucra, ahora, a la nueva generación, sino, también, a un colapso económico recurrente
Sin embargo, no hay posibilidad de diálogo con el poder absoluto, extraordinariamente corrupto, apoyado ciegamente por los dirigentes del Cosep, que conduce a un saldo trágico de violencia, muerte, emigración, destrucción, hambre y atraso económico. El totalitarismo, aparte de los funcionarios estatales, está conformado por las fuerzas paramilitares, por el Ejército, la Policía y por los dirigentes del Cosep.
No hay otro camino para la sociedad civil, para romper Cosep (que se apega a la burocracia absolutista, a quien le extrae la savia para ocupar su lugar) que reclamar la libertad de los presos políticos campesinos y forzar la caída del ineficiente régimen totalitario, con un paro total de actividades, hasta que el derrumbe del totalitarismo y el castigo a la corrupción, restablezcan efectivamente los derechos políticos conculcados. El autor es Ingeniero eléctrico.
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