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Bjorn Lomborg

Acceso a energía, un gran problema medioambiental

¿Cuál es el mayor problema medioambiental del mundo? Muchas personas bien intencionadas apuntan a un calentamiento global, pero eso es totalmente incorrecto. Es más bien la contaminación atmosférica. Las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud y otros organismos muestran que mueren entre 40 y 200 veces más personas —más de cinco millones al año— por la ingrata contaminación atmosférica interior y exterior.

Tanto la contaminación atmosférica como el calentamiento global se derivan de la utilización de la energía. Pero mientras los países ricos se centran en el calentamiento global y utilizan menos combustibles fósiles, gran parte de la contaminación atmosférica proviene de utilizar demasiado poco. 2.6 mil millones de personas —una tercera parte del mundo— cocinan y se mantienen abrigados quemando ramas y estiércol, lo cual causa 3.5 millones de muertes por contaminación atmosférica interior. Su problema es que no tienen acceso a los modernos combustibles fósiles no contaminantes.

En el África subsahariana, el 81 por ciento no tiene acceso a poder cocinar sin contaminantes y, en la zona emergente de Asia, más de la mitad —o alrededor de dos mil millones— tampoco. La OMS estima que, si bien la contaminación atmosférica exterior de las ciudades del tercer mundo con un agitado ritmo de vida podría ser diez veces superior a la de las ciudades del primer mundo, la contaminación atmosférica interior promedio, producto del uso de leña y estiércol, es cien veces mayor.

De manera similar, la electricidad es escasa. En el área rural del África subsahariana, donde viven la mayoría de los africanos, nueve de cada diez no tienen acceso a este recurso. Excluida Sudáfrica, la capacidad total de generación de electricidad del continente subsahariano es de únicamente 28 gigavatios, equivalente a la capacidad de generación de electricidad de Argentina.

Una vez más, gente bien intencionada se inclinará por la colocación de paneles solares sobre los cobertizos por toda África y Asia, tanto para aliviar el calentamiento global como para obtener electricidad para 1.3 mil millones que siguen careciendo de esta.

Pero esto, a lo sumo, es una minúscula parte de la solución. Casi toda la contaminación del aire interior proviene de cocinar y de la calefacción, para lo cual la capacidad de los paneles solares resulta insuficiente. Y la obtención de energía para el tercer mundo no se basa particularmente en proveer unas cuantas horas-kilovatio por persona al año, sino cientos o miles de veces más que esa cantidad. No se trata solo de proporcionar energía a refrigeradoras y estufas que mejorarán las vidas de miles de millones, sino también de proveer energía para la agricultura y la industria, que pueda sacar a la gente de la pobreza.

Durante los últimos treinta años, China ha sacado a 680 millones de personas de la pobreza — más que nunca antes en la historia de la humanidad—. No lograron emerger debido a los paneles solares, las turbinas eólicas o las luces LED, sino por un espectacular aumento en el acceso a la energía moderna que, mayoritariamente, es generada a base de carbón.

Si queremos ayudar al mundo, lo primero es lograr un acceso mucho mayor a la energía. No solo a la minúscula porción de un panel solar, sino a los fiables y conocidos combustibles fósiles de bajo costo, que pueden evitar los millones de muertes causadas por el humo y potenciar la economía para sacar a miles de millones de la pobreza.

Recordemos que ni siquiera en el mundo desarrollado deseamos vivir principalmente de energías renovables no rentables y poco fiables. A nivel global, obtenemos el 81 por ciento de nuestra energía de los combustibles fósiles, e incluso en un escenario ecológico muy optimista, obtendremos casi la misma proporción de un consumo mucho mayor (79 por ciento) en 2035. Es por eso que, recientemente, el presidente Obama prometió la contribución de siete mil millones de dólares para obtener más energía —principalmente generada por combustibles fósiles— para África.

En segundo lugar, se trata de conseguir que las naciones y la gente utilicen combustibles fósiles menos contaminantes. En esto, los EE. UU. ha venido marcando el camino, con la fracturación hidráulica para generar gas natural mucho más barato, dando lugar a un importante cambio en la producción de electricidad apartándose del carbón. Esto ha permitido que, durante los últimos cinco años, los EE. UU. hayan reducido sus emisiones de CO2, el doble de la reducción lograda por el resto del mundo durante los últimos veinte años.

Si pudiéramos extender la revolución de la fracturación hidráulica a otros lugares, podríamos hacer que el gas fuese mucho más barato, posibilitando que muchos, incluida la familia de Filipinas, tengan al alcance combustibles modernos, dejen de morir, mejoren su situación económica y, al mismo tiempo se reduzca las emisiones de carbono.

Y luego, en tercer lugar, se trata de invertir mucho más en la investigación y desarrollo de energías ecológicas. Esto, en las próximas décadas, innovará el precio de la energía ecológica por debajo de los combustibles fósiles hasta finalmente permitir que todos disfruten de una buena vida sin emitir CO2.

Pero debemos establecer correctamente nuestras prioridades. El autor es de los best seller El ecologista escéptico y Cool It, director del Centro para el Consenso de Copenhague, y profesor adjunto de la Escuela de Negocios de Copenhague. Su último libro es How Much have Global Problems Cost the World? A Scorecard from 1900 to 2050.

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