Al concluir el escrutinio final de la elección presidencial del domingo 9 de marzo, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) de El Salvador confirmó el triunfo del izquierdista Salvador Sánchez Cerén, candidato presidencial del partido FMLN que está en el poder desde 2009.
Sánchez Cerén ganó con el 50.11 por ciento de los votos, mientras que al candidato del opositor partido de derecha, Arena, Anibal Quijano, le fue adjudicado el 49.89 de los sufragios. Pero el Tribunal Electoral no lo ha proclamado todavía como presidente electo de El Salvador, porque falta resolver varios recursos presentados por la oposición, incluyendo uno de nulidad de la elección. Sin embargo, es seguro que esos recursos serán rechazados y Salvador Sánchez Cerén, quien es considerado —y temido— como un izquierdista de línea dura, será el próximo presidente salvadoreño.
Sánchez Cerén es uno de los “comandantes históricos” de la guerrilla salvadoreña y líder principal de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), el grupo armado más radical de los que formaron el FMLN. Pero no fue por hazañas de guerra que se hizo famoso internacionalmente este antiguo comandante revolucionario, sino por haber encabezado una manifestación pública de la extrema izquierda salvadoreña, en San Salvador, para celebrar jubilosamente los terribles atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, que mataron a unas 3,000 personas y causaron heridas a otras 6,000, además de causar la destrucción total de las Torres Gemelas y muchas edificaciones del entorno.
Además, el inminente próximo presidente de El Salvador se ha identificado totalmente con las dictaduras izquierdistas de América Latina: la comunista de Cuba, la chavista de Venezuela y la orteguista de Nicaragua. De allí que tanto en El Salvador como en los demás países centroamericanos exista el temor de que el gobierno de Sánchez Cerén sea más radical que el de Mauricio Funes, de que se integre a la alianza Alba y pretenda socavar la institucionalidad democrática de su país, igual que ha hecho Daniel Ortega en Nicaragua, con el fin de establecer una dictadura de corte populista y anticapitalista. Eso aparte del grave daño económico que podrían causar a El Salvador, políticas populistas e izquierdistas más radicales que las aplicadas por el presidente izquierdista pero moderado, Mauricio Funes.
Pero el cuestionado triunfo de Sánchez Cerén y el FMLN ha sido muy precario. Si son sensatos, como dicen, tendrán que entender el lenguaje de las urnas electorales y mantenerse en el camino de la moderación. El mensaje fundamental que los ciudadanos salvadoreños expresaron en las urnas, con una votación tan pareja y una ventaja tan apretada para el vencedor, como fue la del domingo pasado, es que el próximo presidente no debe pretender que podrá hacer todo lo que quiera; que no se debe arrogar la representación de todo el pueblo; que debe respetar las instituciones democráticas salvadoreñas; que su mandato es para gobernar durante los siguientes cinco años, no para poner fin a la democracia y sustituirla con una dictadura populista o socialista.
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